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ECONOMISTA DE LA SEMANA

El país del consumo y el país de la inversión

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Tras el golpe de  2014, el consumo volverá a erigirse como el gran ganador en este año electoral. Sin embargo, es imposible pensar en recomponer el crecimiento y hacerlo sostenible sin un incremento significativo de la inversión. Así, la próxima gestión que asuma la conducción del país  se enfrentará al desafío de alinear las expectativas de consumidores e inversores para darle sustentabilidad a un nuevo ciclo de expansión.

En lo que va de 2015, la economía muestra una evolución dispar en materia de confianza de consumidores y empresas. Mientras que la primera se ha recuperado notoriamente en relación a los valores del año pasado, las compañías y los mercados de crédito han mostrado un escepticismo creciente sobre el futuro de Argentina, a partir de los importantes desbalances que se han ido acumulando.

Es fácil entender por qué la población puede tener la expectativa de que a corto plazo mejorarán sus posibilidades de consumo a pesar del cuadro poco dinámico de la actividad. En primer lugar, en la medida que se van cerrando las paritarias la liquidez de los asalariados mejora pues cobran sus sueldos con ajustes. Así, se balancea por un tiempo la brecha entre precios nuevos y salarios viejos. En segundo, el Gobierno sigue retrasando la depreciación del peso y ello tiene un efecto directo sobre la inflación, que se ha desacelerado. En tercer lugar, a pesar de las fuerzas recesivas que afectan sobre todo a la industria, la proximidad del nuevo ciclo  y un estricto control oficial sobre las empresas evitarían que la desocupación pegue un salto en el  corto plazo, tras el ajuste observado el año pasado. En síntesis, no es irracional que en este contexto el consumidor esté más tranquilo y confíe más en el Gobierno que hace un año, cuando sentía  con fuerza los efectos de la devaluación y la restricción monetaria.

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Hay que tener en cuenta que existe una alta correlación entre éxito electoral y el índice de confianza de los consumidores. Y que también la hay entre ese índice y las etapas recesivas, de caída del consumo. En las dos últimas elecciones presidenciales en las que el Gobierno obtuvo grandes resultados el índice de confianza alcanzó sus máximos. En cambio, los comicios de medio término que no fueron positivos  para el oficialismo coincidieron con valores deprimidos del mismo.

Tampoco es complicado entender por qué la confianza a  largo plazo de los mercados y las empresas es más débil: la trayectoria a mediano plazo que muestran los fundamentos de la economía es poco sostenible. Ni la brecha externa ni la fiscal exhiben una trayectoria estable. En el primer caso, se sigue abriendo sin que se vea cómo se cerrará a futuro. Mientras el tipo de cambio real se atrasa, las exportaciones –sobre todo industriales– caen y Brasil, nuestro comprador principal de esos productos  se encuentra en recesión.  El déficit fiscal, a su vez, muestra una evolución inconsistente. Esto es así no ya porque cada vez es más difícil financiarlo –como lo muestran las tasas cercanas al 10% en dólares que ha pagado el gobierno nacional en la reciente emisión de deuda– sino porque está absorbiendo cada vez más recursos que la economía debería destinar a la inversión.

Pero lo que no debería dejar dudas es que esta victoria del consumo por sobre la inversión no podrá mantenerse por mucho tiempo si se pretende recomponer el crecimiento de manera sustentable. El problema es que si la confianza del consumidor está muy influida por el corto plazo y existe una correlación entre esa confianza y el éxito electoral, ¿cómo generar un consenso político para crecer si para hacer lugar a la inversión hay que reducir el ritmo de aumento del consumo? Sin dudas, éste es el gran desafío que tendrá que enfrentar la administración que asuma en diciembre.

Hagamos un ejercicio simple. Supongamos que el próximo gobierno se propone alcanzar tasas de expansión del orden del 4%. Sería un objetivo muy meritorio en vista de la experiencia argentina desde la posguerra. Un cálculo rápido, tomando en cuenta la relación capital/producto del país, indica que para sostener esa tasa anual sin “comerse” el stock de capital –algo que sí ocurrió en la última década– la economía necesita invertir no menos de 24% del PIB en términos brutos.

Esto implica que habría que incrementar la tasa de inversión en alrededor de cinco puntos porcentuales.

Incluso asumiendo que Argentina lograra acceso al financiamiento externo de manera de contar con el ahorro del resto del mundo, incrementar la inversión requerirá un esfuerzo local, con una desaceleración del gasto de los hogares. Además, el nivel actual de competitividad tampoco es sostenible. Y para ganar terreno en esta materia hay que corregir los precios relativos, principalmente tipo de cambio y tarifas, con impacto directo en los salarios.

¿Es imposible cuadrar este círculo? Seguramente no. Pero será tarea de la política crear confianza en un gobierno que apueste al crecimiento y no meramente al consumo en el corto plazo. El punto clave es crear conciencia en la población respecto de que la única forma de hacer sostenible el incremento del consumo es invirtiendo. En este sentido, se trata de poner en línea todas las confianzas: la del ciudadano, la de los inversores y la de los mercados.

Entre 2004 y 2014 la participación del consumo en el PIB subió exageradamente y podría bajar sin generar grandes conflictos. Una menor proporción consumida del PIB no implica una baja del consumo. Es mucho lo que se puede lograr por este camino. Para tener una idea: si la participación del gasto de los hogares en el producto se hubiese quedado en el nivel de 2003, hoy el consumo sería entre 50% y 60% mayor (creciendo lo mismo que la economía), pero la inversión habría alcanzado 28% del PBI, mucho más de lo necesario para crecer al 4% sin comerse el capital acumulado. Bajo ese escenario hoy estaríamos discutiendo, probablemente, que se nos fue la mano con la formación de capital y sería bueno aumentar más el consumo.

Tendríamos el mismo problema que China.
La confianza que se debe construir es la que se requiere para que el  ciudadano crea la promesa de que su consumo crecerá algo menos que el PIB para hacer lugar a la inversión, pero que gracias a eso su gasto de largo plazo podrá ser mayor y también sostenible. El primer paso para ganar esa confianza será demostrar que la nueva administración tiene un programa de crecimiento sostenido y funcionarios idóneos para implementarlo. Si además de eso hay transparencia, ¿por qué no creer que lo que se logre con esfuerzo se ganará para siempre y no sólo hasta el próximo ajuste?  

*Director de Abeceb. Ex secretario de Industria y Minería de la Nación.