El último espectáculo que Daniel Rabinovich protagonizó en España fue Lutherapia. A pesar de la crisis económica española, que a fines de 2012 estaba en su peor momento, el inmenso Palacio Municipal de Congresos de Madrid, en el Campo de las Naciones, estaba colmado. Daniel Rabinovich hacía de paciente, y Marcos Mundstock, de psicólogo. Pero la trama trascendía esa excusa para ir y venir sobre “tan sólo aquellas cosas que nos pueden llevar como de la mano al conocimiento del alma humana y de su felicidad suprema”, a las que Spinoza propuso dedicarse en su monumental Etica. El espectáculo de Les Luthiers incluyó canciones como la Cumbia epistemológica, un error del maestro Mastropiero, a quien le habían encargado una obra para La Sorbona y él entendió “para las hormonas”.
Vale la pena ver (https://www.youtube.com/watch?v=rmrG0mCX66o) cómo se puede hacer una cumbia sobre un desencuentro amoroso con el siguiente texto: “Me dijo que leía a Wittgenstein y que la enloquecía su epistemología. / Yo le dije que ese tipo sólo quería quitar lo metafísico de la filosofía. / Me preguntó con cinismo si yo no concebía otra metodología que el materialismo. / Le dije que se fuera, el pensamiento formalista acaba en idealismo subjetivo y atomista”.
Llama la atención escuchar que el lingüista, lógico y autor del complejo Tractatus logico-philosophicus, Ludwig Wittgenstein, sea el protagonista de una cumbia, aunque fuera la Cumbia epistemológica. Y lleva a reflexionar sobre aquel país que Argentina era y no fue más hacia los últimos años de la década del 60, cuando Les Luthiers había nacido en el auge de los grupos corales universitarios, cuando todavía Argentina no había perdido su condición de ser el país más desarrollado de todo el hemisferio sur. Incluso superando a España, que todavía estaba por debajo de Argentina: en 1970, el producto bruto per cápita de un español era 1.184 dólares, y el de un argentino, 1.293.
La Cumbia epistemológica fue aplaudida de pie en el Palacio Municipal de las Naciones en Madrid, y en ese contexto no resultaba ilógico preguntarse si ese humor elegante e intelectual de Les Luthiers representaba mejor a la mayoría de los españoles que a la mayoría de los argentinos actuales.
La economía no es el único indicador de evolución de un país, pero en forma contemporánea a Lutherapia, el producto bruto per cápita de un español (28.275 dólares) era más del doble que el de un argentino (11.610 dólares), y antes de su recesión, el producto bruto per cápita de un español había superado los 35 mil dólares, triplicando al de un argentino.
Entre 1974 y 1991 Argentina fue casi el único país no africano del planeta cuyo producto bruto per cápita en términos reales no creció. Y la ilusión de los años 90, que por momentos generó la expectativa de recuperar el país previo a aquellos 70, demostró su irrealidad primero con el colapso de 2002, y luego con el kirchnerismo (quizá como una consecuencia lógica de 2002).
Ver un espectáculo de Les Luthiers y compararlo con lo que hoy se produce como géneros de entretenimiento exitosos es una experiencia antropológica. Como en aquellos viajes a 2030 que hacía en la ficción Tato Bores para mostrarnos que por su acumulación de errores la Argentina se había extinguido, asistir a un espectáculo de Les Luthiers es un verdadero viaje a aquella Argentina de los 70, antes de su implosión: el país más desarrollado –y culto– del hemisferio sur.
Para Spinoza, la potencia expresa su existencia o su falta a través de la alegría y la tristeza. Llamaba “alegría” a todo aumento de la potencia y “tristeza” a toda disminución de esa energía, haciendo pasar al individuo de mayor a menor perfección. Les Luthiers son el resultado de aquella potencia que como sociedad perdimos y sólo podremos recuperar abandonando los antagonismos que eclosionaron en los 70.