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El Palacio de Versalles global

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El Brexit no fue solamente fruto del escepticismo, para nada nuevo, del Reino Unido hacia la integración europea. Sino que también fue hijo de una tendencia global de descontento por parte de ciertos sectores de la población hacia las élites políticas y económicas tradicionales. Por esto, la campaña del Brexit fue una campaña en contra de los valores del globalismo multicultural y multilateral que Bruselas representa, y que la mayoría de la clase dirigente británica profesaba en los partidos Conservador y Laborista.

La gran pregunta: ¿por qué nadie lo anticipó?

El motivo por el cual la mayoría de la clase dirigente mundial no tomaba en serio el Brexit hasta el 23 de junio de 2016, es el mismo que llevó sorpresivamente a Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos: la falta de contacto de las élites con la realidad. Como en un Palacio de Versalles Global, la dirigencia política europea, se aisló demasiado de lo que sucedía hacia el interior de sus países, así como las costas de Estados Unidos ignoraron la realidad del interior del país, considerando a los votantes enojados poco más que como una minoría de locos trasnochados y nostálgicos de un pasado que no iba a volver.

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Y esto no tiene por qué sorprendernos. Hoy en día, la clase dirigente es global. En su mayoría, educados en las mismas universidades, con las mismas ideas sobre hacia dónde debe ir el mundo, frecuentan los mismos círculos, cenan en las mismas cadenas de comidas, se visten en las mismas tiendas y consumen los mismos medios, redactados y presentados por miembros de esa misma élite intelectual, que no es muy distinta en el Reino Unido o cualquier otro rincón de Europa. Versalles se volvió global. Ante la falta de comprensión por lo sucedido con el Brexit y la victoria de Donald Trump, la clase dirigente global se apresuró a improvisar todo tipo de explicaciones, desde una cuestión etaria, generacional, fake news, populismo, o el peligro de la tecnología en las campañas políticas. Pero pocos repararon en la responsabilidad propia.

La teoría puede sonar muy bonita en las aulas de un campus con mucho verde y mascotas para acariciar antes de los exámenes, donde las discusiones más álgidas se zanjan con un cóctel o una cata de vinos. Pero la teoría nunca puede alejarse demasiado de la realidad. Y por más que un funcionario conozca mil papers sobre los beneficios de la integración europea para la economía británica, cada vez conoce menos los problemas, intereses y sensaciones de un granjero de un pueblito de Gales. La campaña del “sí” fue exitosa porque identificó los sentimientos y preocupaciones de ciudadanos a los que las élites dirigentes desconocen. Ciudadanos que son tan soberanos como el broker que trabaja en la City.

Progresivamente vemos en el mundo cómo se abre una brecha cada vez más grande entre una clase dirigente que junto a la mayoría de los habitantes de las grandes ciudades profesa el globalismo, defiende la multiculturalidad y la integración económica; y sectores descontentos con las consecuencias de la globalización, que se ven ignorados y canalizan sus demandas a través de figuras o personajes –al menos estéticamente– antisistema, rupturistas y que se oponen al globalismo, reivindicando la identidad nacional. El gran desafío de los defensores del globalismo será no cometer el mismo error que Luis XVI, y salir a dar una vuelta por fuera del Palacio de vez en cuando.

*Experto asociado al CEI - UCA