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El palacio secreto

Los capítulos dedicados a Cervantes, a Balzac, a Simenon o a Orwell iluminan a cada uno de esos escritores.

06-11-2021-logo-perfil
. | Cedoc Perfil

Hace poco me enteré de que el Breviario de saberes inútiles de Simon Leys está traducido al castellano desde 2016. El libro es de 2011 y su título original es el mucho más atractivo The Hall of Uselessness, que yo hubiera traducido como El palacio de la inutilidad. Lo tengo en una edición digital en inglés, pero no le había prestado atención hasta estos días, en los que lo leo y releo como los chinos leían las Analectas de Confucio antes de que Mao las prohibiera. Entre las tantas cosas que hizo, Leys tradujo las Analectas (que no leí) pero también escribió Los trajes nuevos del presidente Mao, el primer libro que denunció las atrocidades de la Revolución Cultural cuando los intelectuales parisinos salían con las pancartas del Gran Timonel. De hecho, el libro le costó a Leys la posibilidad de un trabajo académico en Francia, donde Philippe Sollers y los telquelistas pedían su cabeza. Por eso este belga viajero terminó instalándose en Australia, donde murió en 2014, a los 78 años. 

Tampoco leí el libro sobre Mao, porque es inconseguible. Otra prueba de que Leys sigue siendo un apestado, por lo menos en lo que hace a la parte más política de su obra. Pero la otra tampoco es demasiado conocida, porque El palacio... no es leído y adorado como se merece. La demostración de que no se lo conoce soy yo mismo, que lo tuve juntando polvo dentro del kindle durante tanto tiempo sin saber bien qué era, hasta que un día se hizo la luz. El palacio... está dividido en varias alas, que corresponden a distintas pasiones del autor y agrupan varios ensayos cada una. Las alas tiene nombres tan diversos como “China”, “El mar” o “Literatura”. Leys fue un gran sinólogo y también un navegante, pero la biblioteca es el corazón del Palacio porque fue, ante todo, un lector y un crítico literario. Los capítulos dedicados a Cervantes, a Balzac, a Simenon o a Orwell iluminan a cada uno de esos escritores y Leys no es menos penetrante cuando demuestra que Malraux no fue más que un impostor elocuente. Pariente de Valery Larbaud, de Chesteron y de Borges, la prosa de Leys es de una claridad comparable con su ingenio y la amabilidad de su tono revela a quien nunca leyó un libro sino por placer. 

A medida que se lee a Leys, un representante de la casi desaparecida especie de los católicos liberales modernos, se advierte que dejó tras de sí una vida y una obra de dimensiones colosales. Leys, que renunció a su universidad cuando advirtió que se trataba a los estudiantes como clientes, publicó en inglés, en francés y en chino. Fue un especialista en caligrafía china (uno de los capítulos muestra por qué es un arte separado pero tan rico como la pintura) y editó una monumental antología sobre el mar en la literatura francesa. Uno de los ensayos más notables del Palacio, El arte de interpretar inscripciones inexistentes en tinta invisible en una página en blanco, está dedicado al padre Ladany, un jesuita que editó durante años en Hong Kong el semanario China News Analysis, cuyas fuentes eran los periódicos oficiales maoístas que, leídos con cuidado, le permitían interpretar y dar a conocer lo que ocurría del otro lado de la frontera. Leys se sigue asombrando de que en Occidente nadie quisiera saber la verdad, como nadie quiso enterarse de que Orwell había escrito el Homenaje a Cataluña.

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