COLUMNISTAS
Pepe mujica, los negocios y los k

El pasado y las historias clínicas

El electo uruguayo fue mucho más tupamaro que montoneros Néstor y Cristina, pero sedujo a empresarios argentinos con gestos de mercado.

Robertogarcia150
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En dulce y entusiasta caravana llegaron a Punta del Este. Amparados por la pantalla de una cámara empresaria (CICYP), de los 400 viajeros argentinos sólo una docena piloteaba la operación, justamente los que ya alisaron el terreno para negocios propios con el gobierno uruguayo por venir: autopistas, juego, rutas aéreas, comunicaciones, trenes, hotelería, emprendimientos agropecuarios. El resto, un coro, viajó porque era gratis el traslado, costaba l00 dólares el menú casi turístico del Conrad (ensalada de rúcula y jamón, lomo y vino uruguayo) y se quisieron emocionar con el aun no nato presidente uruguayo, José Mujica, un pacífico, conciliador, tolerante, humilde y ahora reflexivo personaje que en ocasiones habla como si fuera un discípulo liberal de Ayn Rand. Es decir, lo que los argentinos no tienen en casa (o todo lo opuesto a lo que tienen en casa). Pese que Mujica y los K se reconocen en ese progresismo inclasificable que sirve para un fregado como para un cocido, lo único que han compartido en los últimos meses es la menudencia política por molestar al saliente Tabaré Vázquez. El dúo argentino porque les negó apoyo a las aspiraciones de Néstor en el Unasur y el enojado charrúa porque optaba por otro candidato frentista, el ahora vice Danilo Astori.

Ni reparan los empresarios optimistas en la historia o costumbres de Mujica, se encolumnan en el pregonado cambio mandeliano de este hombre que del criterio estúpido y belicoso de “cuanto peor, mejor” se ha pasado en apariencia al “cuanto mejor, mejor”. Aprendizaje tardío y algo trágico, pero no despreciable. Olvidaban mientras comían en ese mismo hotel que a unas treinta cuadras, en una mansión frente a la playa, se levantaba hace cuarenta años un clandestino hospital de campaña para guardar secuestrados o enfriar estresados activistas propios, tiempos en que el temor impedía viajar a Punta por obra de Mujica y sus amigos mientras las viviendas se remataban a precio vil porque eran preferibles unas monedas en el bolsillo a la venidera expropiación en nombre del hombre nuevo. Tarea revolucionaria y de izquierda aquella del MLN-Tupamaros, que nunca se hizo flor y como saldo dejó un golpe militar, encarcelamientos, atentados, asesinatos, torturas, miseria y exclusiones, éxodos masivos, defenestrando en el vértigo –con la complicidad objetiva de los militares– una de las pocas democracias de la región y, especialmente, las caras libertades individuales a las cuales se habían acostumbrado desde el fin del régimen de Gabriel Terra (l938). El proyecto tupamaro llegó hasta esa catástrofe. Menos mal, ya que en su febril sueño vietnamita o cubano aspiraban a ser invadidos por Argentina, Brasil o los Estados Unidos para luego encabezar un levantamiento de todo el pueblo.

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Los empresarios asistentes al Conrad, argentinos jóvenes o veteranos desmemoriados, ni siquiera atienden a estos recuerdos: le otorgan prioridad a los negocios y a las promesas de Mujica de no subir los impuestos, la gratificación y apoyo para el que invierta, una política mesurada para que no haya inflación, compartir riesgos entre privados y Estado, la garantía de que el Uruguay no es un país sólo para poner plata, sino también para vivir. Si hasta el presidente y sus ministros –sostiene Mujica– pueden andar por la calle sin que nadie los ofenda, ataque o secuestre (él mismo maneja su propio automóvil). Claro, gracias a que ya no existen los Tupamaros. O, en todo caso, se han mimetizado en el poder como aplicación práctica del teorema de Baglini. Si hasta les tembló el pecho a los empresarios cuando el nuevo mandatario, con aquiescencia de sus rivales políticos en la reunión, aseguró: “No vamos a expropiar nada”, como si se viviera en el siglo XIX.

Pagó 13 años de cárcel Mujica por su pasado, del cual no habla –y prohibió que le pregunten durante la campaña electoral, casi un pacto con Luis Lacalle, a quien tampoco lo interrogaban sobre episodios de corrupción en su gobierno anterior– para no resucitar hechos de sangre, prisión que compartió también su esposa Lucía Topolansky, casi más aguerrida que él, hoy senadora y tercera en la línea de sucesión (si le preguntan, puede mostrar tres balazos de ametralladora en su rodilla). Distintos a los K, quienes estuvieron unos días tras las rejas hasta que los rescató un tío influyente y, de pólvora, llegaron hasta la sebita. Ellos sí, en cambio, se regodean con el pasado. Es más tímida la pareja argentina para referirse a Irán o a Venezuela, al menos frente a un Mujica que los encomia. Igual, los empresarios asistentes no reparan en esas minucias, ni preguntan siquiera por el gasto público uruguayo; se envanecen con las palabras auspiciosas de quien, cada tanto, aparte de su pésima dicción hasta es capaz de sacarse la incómoda dentadura postiza (“para descansar”, dice) y ponerla sobre un escritorio. A los Kirchner no le perdonarían ese acto. Hay razones de forma y otras más contundentes, como el hecho de que campos iguales en rendimiento de los dos países, en Uruguay son más caros 20% y, además, se pagan. Un adicional por la confianza, la seguridad jurídica y debido a que los Mújica ya viajaron dos veces a Nueva Zelanda (estuvieron más de treinta días en una oportunidad) y se sospecha de un acuerdo que catapultaría la producción uruguaya.

Son, por lo tanto, muchas las diferencias. Aunque, imprevistamente, ahora hay otras similitudes. El trío conductivo Mujica-Astori-Topolansky ofrece un flanco de fragilidad: son setentones y con problemas de salud. El presidente, sin embargo, come sin prejuicios y sin pensar en perjuicios, no le esquiva al buen vino; el vice, a su vez, tuvo el año pasado complicaciones graves que lo mantuvieron en terapia intensiva durante mucho tiempo, nadie arriesga un pronóstico exacto sobre su estabilidad. Y a la señora Mujica ahora la trata con quimioterapia en los pechos el propio mandatario saliente (Vázquez), uno de los mayores oncólogos del Uruguay, quien se ocupa de que nada ingrato se propague.

Con el episodio de la semana pasada, Néstor Kirchner se incorporó a estas debilidades de sus vecinos. Por shocks emocionales, hostilidades permanentes y hasta quizás cierta imprevisión de sus médicos, tuvo y salvó un problema arterial-cerebral como en el pasado Menem o el menos citado Carlín Calvo. Se entiende que no le han quedado secuelas (igual, son recuperables ciertas parálisis con ejercicio y tiempo), el episodio le provocó comprensibles temores y mudez (al menos en los momentos culminantes) y le impone una novedad en su vida: si antes su máxima era “con la política no se jode”, ahora deberá mudarla a “con la salud no se jode”. Un desafío a su omnipotencia. También una inquietud hacia el futuro, ya que si durante la intervención los secretarios de la esposa se torturaban por la forma en que la prensa iba a tratar el caso, la realidad médica quizás plantee cuestiones menos mediáticas y más importantes: la forma de vida que deberá tener alguien que atravesó un stroke de esas características, ya que en algunas naciones no se imaginan candidatos o mandatarios con un historial de esos problemas. Un nuevo ingrediente a la encendida política argentina que, en algo, se parece al trío que empezará a gobernar el Uruguay.