El domingo 9 de noviembre, en estas mismas páginas y con motivo del primer discurso de Barack Obama como presidente electo, pronunciado en Chicago el martes 4 por la noche, me permití formular algunas preguntas a propósito de ciertas características de esa alocución. Ante la felicitación que el nuevo presidente había dirigido a sus adversarios republicanos, diciendo que esperaba trabajar con ellos, yo preguntaba: “¿Van a trabajar para lograr lo contrario de lo que proponían para el país?”. Dos guerras, el planeta en peligro, la peor crisis financiera del siglo, había recordado Obama. Pregunta: “¿Dónde están los responsables, se cayeron de América?”. Obama decía necesitar la ayuda de esos americanos que no habían votado por él. Pregunta: “¿Su ayuda para qué, para hacer lo que ellos querían a toda costa evitar que ocurriera?”.
Bueno, parece que los republicanos no van a trabajar con Obama; que los responsables del desastre siguen allí, en el Congreso de los Estados Unidos, y que los representantes de los que no lo votaron van a seguir haciendo lo posible para que su plan de salvataje de la crisis fracase. La “paradoja democrática” a la que aludí entonces, de imaginar una unificación del colectivo de los ciudadanos alrededor de un programa político y más allá de los partidos, parece haber trascendido la retórica del presidente y producido una respuesta política: el plan, que ya en su forma original era considerado por muchos analistas como insuficiente, salió del Senado considerablemente alterado y corre, efectivamente, el peligro de fracasar. “La responsabilidad – afirmó rotundamente Paul Krugman esta semana– recae en la convicción del presidente Obama de que puede trascender las divisiones partidarias, una convicción que socavó su estrategia económica.”
En mi nota, había afirmado que “tanto el líder que lo construye en su discurso como quienes lo escuchan emocionados saben [que ese colectivo homogéneo y sólido es] imposible”. ¿Pero es realmente así? Krugman está acusando al presidente Obama de habérselo creído. Y aquí estoy entrando en un terreno peligroso. Por ejemplo: lo de la unión nacional estaba bueno para la campaña, pero ahora Obama debería olvidarse de esa retórica y aplicar su plan. ¿No estaré buscando un presidente que se olvide de lo que dijo antes de ganar? ¿Me estaré volviendo kirchnerista, deseando secretamente un presidencialismo “fuerte”? Porque fíjese lo que pasa en el Congreso: los republicanos están simplemente luchando por mantener esa situación que Larry Bartels subraya en su reciente libro La democracia desigual: la tendencia histórica desde el fin de la Segunda Guerra Mundial es inequívoca: durante los seis mandatos de presidentes republicanos, la desigualdad de ingresos entre los ricos y los pobres aumentó en favor de los ricos; durante cuatro de los cinco presidentes demócratas, la diferencia disminuyó. Si Obama dispusiese del mecanismo de los decretos de necesidad y urgencia, su plan ya estaría aplicándose. Los argentinos se lo podríamos haber sugerido, pero ni siquiera nos llamó por teléfono.
El camino de los razonamientos sobre la democracia está sembrado de tentaciones autoritarias. Y aunque sin duda la prioridad número uno es por el momento el plan económico, hay variables sociales y políticas que pueden ser decisivas en cuanto a los efectos globales de la presidencia de Obama. Muchos analistas consideran que no sólo existe la oportunidad de una transformación profunda de la relación entre blancos y negros, sino también de un reencuentro entre el Estado y la sociedad civil. Los minuciosos análisis, en curso, de los resultados electorales estado por estado, condado por condado, parecen indicar (como en el caso de Ohio) algunos movimientos inéditos en la configuración de las fidelidades partidarias.
En todo caso, podemos confiar en que Barack Obama tenía una idea bastante clara de los obstáculos que lo esperaban. El día 5 de noviembre pasado, el principal titular de la publicación satírica The Onion (La Cebolla), decía: “Hombre negro ha recibido el peor empleo de la nación”.
*Profesor plenario, Universidad de San Andrés.