El miércoles 7 se celebró el Día del Periodista. Pocas veces en la historia de esta profesión, el periodismo argentino ha pasado por momentos tan negativos como los que nos toca vivir por estos tiempos. Por eso, este ombudsman está convencido de que se debe hablar sobre el tema, contextualizarlo, indagar y preguntarse qué estamos haciendo mal buena parte de los profesionales para que los márgenes de credibilidad para “el mejor oficio del mundo” (Gabriel García Márquez dixit) hayan caído tan bajo. Hasta el Presidente, que ya poco tiene para ofrecer como gobernante y menos como filósofo aficionado, se atreve a criticarlo, como lo hizo el martes 6. Tiene razón en algunas cosas: con la vigencia plena del denominado periodismo militante (que suele ser objeto de análisis en esta columna), tienen brillo propio los recursos espurios a uno y otro lado de la grieta: compromisos políticos, ideológicos, económicos (vía sobres semiocultos, jugosas pautas publicitarias y prebendas amarradas al elogio para propios y desprecio para ajenos) y cargos oficiales u oficiosos. Así, no hay verdad que aguante.
Es la verdad, justamente, la que el principal promotor de la Gazeta de Buenos Ayres, Mariano Moreno, tomó como tema de uno de sus memorables editoriales desde el 7 de junio de 1810. “La verdad, como la virtud, tienen en sí mismas su más incontestable apología; a fuerza de discutirlas y ventilarlas aparecen en todo su esplendor y brillo; si se oponen restricciones al discurso, vegetará el espíritu como la materia; el error, la mentira, la preocupación, el fanatismo y el embrutecimiento harán la divisa de los pueblos, y causarán para siempre su abatimiento, su ruina y su miseria”. Cualquier paralelo con estos tiempos no es pura casualidad.
Traigo a esta columna, una vez más, a quien fuera uno de los grandes maestros del periodismo argentino contemporáneo, Tomás Eloy Martínez: “A la avidez de conocimiento del lector no se la sacia con el escándalo sino con la investigación honesta; no se la aplaca con golpes de efecto sino con la narración de cada hecho dentro de su contexto y de sus antecedentes. Al lector no se lo distrae con fuegos de artificio o con denuncias estrepitosas que se desvanecen al día siguiente, sino que se lo respeta con la información precisa. Cada vez que un periodista arroja leña en el fuego fatuo del escándalo está apagando con cenizas el fuego genuino de la información. El periodismo no es un circo para exhibirse, sino un instrumento para pensar, para crear, para ayudar al hombre en su eterno combate por una vida más digna y menos injusta”.
Otro maestro del oficio, el polaco Rysard Kapuscinski, fue entrevistado en Madrid para El Mundo TV y el reportaje se editó el 29 de mayo de 2006 en la edición papel del mismo multimedio. A la pregunta: “¿Para ser periodista hay que ser buena persona?”, Kapuscinski respondió: “Sí, yo estoy muy seguro de esto. Nuestro trabajo depende mucho de otra gente. Es una obra colectiva. Nosotros solo apuntamos voces y opiniones de la gente. Si nuestras fuentes no quieren hablar con nosotros, no conseguiremos información”.
¿Por qué traigo estas palabras? Para ilustrar cómo ejercer este oficio con buenas armas. A los dichos de Martínez, agregaría que no se puede cumplir con las reglas básicas de la profesión si se actúa desde una posición más cercana al show que a la mesura. Veamos, si no, cuánto poder están logrando los llamados panelistas en programas de TV, que poco tienen de periodistas y mucho de vedettes.
Una vez más, invito a los lectores de PERFIL a ejercer un rol activo en defensa del buen periodismo.