La fuerza social a la que llamamos “movimiento nacional” está pasando un momento de crisis, en medio de los triunfos electorales del sector macrista y la imposición de sus políticas neoliberales en lo social y lo económico. En el resto de América Latina hay un retroceso hacia gobiernos neoliberales, por ejemplo en Brasil, Chile o Ecuador. Además, los graves errores de conducción de los procesos de cambio en Venezuela o Nicaragua paralizan y desfiguran a las que fueron etapas de verdaderas revoluciones nacionales.
El sueño imaginado a veces es que, reunificando a todos los sectores peronistas hoy desagregados, podría producirse un futuro triunfo electoral.
Pero la cosa no es tan simple, no se trata de una suma matemática. Sin una previa revisión de la historia de los últimos años, una actualización doctrinaria, una renovación ética y un proyecto político para las grandes mayorías, de nada serviría un triunfo electoral. Podría producirse un cambio de mandos, pero que no satisfaría la esperanza –siempre optimista– del pueblo peronista.
El atolladero que significaron el menemismo y el kirchnerismo para el movimiento nacional no son fáciles de revertir. Se olvidó la doctrina, se encumbró a las figuras del neoliberalismo, no se hicieron planes de gobierno estructurados –recordemos los planes quinquenales de la época del general Perón–, la dirigencia cayó en una superficialidad extrema. Sin planes, sin rigor, sin ejemplos de austeridad, tener el gobierno solamente les sirve a las burocracias corruptas, pero no al pueblo. No es casual que poco a poco se haya ido olvidando el nombre del fundador del movimiento, y, lo que es más grave, sus principios doctrinarios. Se entregaron las empresas argentinas que eran producto de la sabiduría y el esfuerzo de todos los habitantes del país, para luego recomprarlas con grandes pérdidas, etc., etc.; no hace falta entrar en detalles por todos conocidos. El avance del narcotráfico en perjuicio de la juventud y el revoleo de bolsas con dólares son dramáticos detalles de lo que comento.
Se impusieron en el movimiento los que Perón llamaba “objetivos secundarios”, que obnubilan la tarea central y la desvían y desfiguran. Y el principal fue el de enriquecerse individual y familiarmente.
Y así estamos ahora. Deslucidos y derrotados, y soñando con el posible futuro triunfo que restituya... qué cosa, ¿una burocracia, unas jefaturas desorientadas, una nueva traición al pueblo peronista?
Sin pesimismo, pero también sin idealismo, tenemos que pensar que es titánica la tarea a realizar. Estudiar los temas, formular los planes, crear una estructura política de soporte, llámese PJ o la sigla o el emblema que mejor nos parezca. E ir lentamente recreando la mística de que la presencia del pueblo es imprescindible, de que debe estar unido con fuertes convicciones que superen pasados errores, y convencido de que un triunfo transformador es posible. La gigantesca figura de Evita podrá ayudar con su ejemplo en este planteo.
Hay que hacer un vigoroso llamado de atención con una rigurosa crítica a la política neoliberal, y al mismo tiempo formular la necesidad del cambio. La fuerza nacional está latente, están el movimiento obrero organizado, el empuje federal, las organizaciones sociales, la variada militancia, la creatividad popular. En cuanto a los líderes para semejante empresa, el propio pueblo genera las jefaturas cuando está maduro para pegar un salto histórico. Así pasó con los caudillos de las provincias, con Rosas, con Yrigoyen y con Perón.
Hubo 18 años de lucha y esperanza para que volviera a la Argentina el general Perón. Fue un triunfo del pueblo que confió en él, que luchó y lo esperó. Pero volvió tan solo para decir “mi heredero es el pueblo” y morir en paz. Y dejó una tarea inconclusa que es hora de retomar: lograr “la felicidad del pueblo y la grandeza de la nación”.
*Poeta y crítico literario. Investigador.