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El peronismo está enfermo

Hace unas semanas, Julio Bárbaro decía en un programa de Mariano Grondona que el peronismo estaba muerto y que había que transformar el mapa político argentino en un esquema de centro izquierda y centro derecha.

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Hace unas semanas, Julio Bárbaro decía en un programa de Mariano Grondona que el peronismo estaba muerto y que había que transformar el mapa político argentino en un esquema de centro izquierda y centro derecha. Repetía, de una manera más concisa, algunas ideas publicadas en un reportaje concedido a este diario en el que sostenía que ser peronista hoy no significa nada.

Esas declaraciones, realizadas por un dirigente que fue funcionario de todos los gobiernos peronistas, desde Isabel Perón hasta Néstor Kirchner, motivaron que le enviara una carta personal en la que le señalaba que con esos argumentos elegía apropiarse de la misma postura que asumieron cruentamente los que bombardearon la Plaza de Mayo, el almirante Rojas, los fusiladores de junio del ’56, los torturadores y carceleros durante la proscripción del peronismo, y los autores de muchas de las desapariciones en la última dictadura militar. Decía allí que Bárbaro prefería la compañía de una pseudointelectualidad, acompañada de opinólogos sin audiencia y de políticos sin votos, en vez de quedarse junto a un peronismo que sigue vivo, acompañando los sueños de una Patria Justa, Libre y Soberana.

Es el anuncio de la muerte, cuando todavía no hay cadáver. Muchos son los que vienen augurando la muerte del peronismo. La primera muerte del peronismo fue decretada ya en la década del cincuenta con el cuento de venir a ordenar la democracia con criterios más razonables, sólo que acompañada del tristemente célebre “se acabó la leche de la clemencia” y su consecuencia práctica: los fusilamientos y la masacre de José León Suárez. Esa idea de dar por muerto al peronismo cobró vida, y se fue encarnando año tras año, en distintos agoreros que, indefectiblemente, chocaron con la realidad concreta y palpable de la existencia del peronismo.

Rechazamos la pretensión de que el peronismo ha muerto porque habría cumplido su ciclo histórico. Sólo muere lo que se olvida o se sustituye. Nada de esto está por suceder entre nosotros. Somos muchos los argentinos dispuestos a defender los ideales constitutivos del justicialismo. El peronismo no es un espectro ni un alma que vaga en pena, es una realidad cotidiana contrastable en cada militante, en cada unidad básica. Preguntémoslo, sino, a sus adversarios electorales. El peronismo está vivo porque las ideas de Perón hoy siguen teniendo vigencia y porque su proyecto está inconcluso.

Por esa razón, la postulación de un nuevo país ordenado bajo el molde de derechas e izquierdas, sea esto propuesto desde una pretendida imparcialidad supuestamente académica o desde la polémica política, la consecuencia necesaria es la desaparición del peronismo, esto considerado como un daño deseado o simplemente colateral. Porque el peronismo resiste, desde su misma creación en los cuarenta, a ser enjaulado en esta definición, que nada dice a sus valores y anhelos más profundos.

Los partidos políticos no son una creación académica o científica. Desconocer esta singularidad para hacer menos dificultosa su investigación comparada importa, sencillamente, quedar cautivo de preconceptos. Los partidos políticos son “instituciones fundamentales del sistema democrático”, como lo establece nuestra Constitución. No el “partido político” como entelequia conceptual, sino los partidos políticos como existencias históricas ciertas. Los partidos en todo el mundo, antes que abstracciones de principios más o menos desarrollados, son tradiciones colectivas, historias comunes de luchas, de triunfos y derrotas electorales, de encuentros y desencuentros, de líderes y seguidores de carne y hueso, de vocaciones reunidas en tiempos históricos específicos.

Hay que ser muy serios con esto: pretender destruir lo que existe para reemplazarlo por lo que aún no existe, requiere de un nivel de abstracción y soberbia que impide avizorar un fruto genuino en el corto o mediano plazo.

Los agoreros de ayer y de hoy, los que ayer sostenían la necesidad de inaugurar una nueva etapa sin Perón y sin peronismo, y que hoy juran conformarse con un peronismo con la facha prolijeada, han recalado en la nueva teoría de la división. Unos para la derecha y otros para la izquierda. Es el nuevo amansamiento que nos proponen nuestros “maestritos normales” de izquierda y derecha, bienpensantes progresistas y neoliberales.

Nosotros sostenemos lo contrario. El peronismo debe volver a la unidad y volver a las fuentes de su rebeldía y su capacidad de construcción social y política. Reconociendo, sin embargo, que aunque el peronismo no está muerto, no podemos desconocer que está enfermo. Para revitalizarlo, es necesario que vuelva a acomodar su estructura a la situación que le toca vivir a nuestro pueblo en estos tiempos azarosos. Para ello urge que los peronistas nos pongamos a trabajar para el fortalecimiento y credibilidad del justicialismo, eliminando prácticas espurias, bregando contra la corrupción y capacitando a sus dirigentes. Es necesario que recuperemos su condición de partido nacional y superemos la fragmentación provincial. Debemos democratizar su vida interna y elegir nuestras autoridades y dirigentes con la plena participación de los afiliados. Y tener presente que los grandes partidos modernos admiten dentro de su seno corrientes diversas, haciendo nuestro el lema de la “unidad en la diversidad”, que descarta actitudes sectarias y excluyentes a favor del diálogo y la construcción concertada. Debemos reemplazar un partido cerrado e inactivo, por otro dinámico, abierto y renovado en sus contenidos, enriquecido por nuevos cuadros, con mayor capacidad de transformación de la realidad, y mejor conexión con los problemas de nuestra patria y nuestro pueblo. Un peronismo que se proyecte hacia el futuro y se libere de la sujeción a la coyuntura, que recupere su pensamiento estratégico y su capacidad para planificar y concertar. Un peronismo renovado y actualizado, que apelando a su tradición humanista pueda contribuir a garantizar el sistema democrático, la institucionalidad republicana, la gobernabilidad y la construcción de un proyecto de país autónomo y con justicia social, donde cada hombre pueda realizar en libertad su destino trascendente.


*Dirigente justicialista, ex gobernador de Buenos Aires.