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Quién manda

El poder y su sombra

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Byung Chul Han. La persona que ejerce el poder parece no tener en cuenta al otro. | cedoc

El poder capacita a quien lo ejerce para imponer sus decisiones sin necesidad de tener en consideración al otro. Así comienza por describir la lógica del poder, en su ensayo Sobre el poder, el filósofo coreano radicado en Alemania Byung Chul Han. Pero el poder no tiene que manifestarse necesariamente como coerción, como intimidación o como represión, advierte. Al contrario, cuanto más fuerte es, cuanto más enraizado está, con más sigilo opera. Cuando se tiene que nombrar continuamente a sí mismo y necesita enfatizar su propia existencia, está denunciando su debilidad.

Si es coercitivo, continúa Han, el poder impone decisiones propias contra la voluntad del otro. Así se crean los antagonismos. Y esto ocurre cuando existe una muy débil o nula intermediación. Es decir, cuando son endebles los puentes de comunicación entre quien ejerce el poder y quien es objeto de este. En el caso de gobernantes y gobernados, una intermediación adecuada podría recaer en partidos políticos, organizaciones representativas de sectores de la sociedad, una adecuada, clara y argumentada comunicación desde el poder. También en el funcionamiento de las instituciones republicanas, como el Parlamento y la Justicia (hoy ausentes del escenario político y social argentino). Una buena intermediación permite que el otro tome la visión, los objetivos y los argumentos del poder como propios. “Sin hacer ningún ejercicio de poder, el soberano toma lugar en el alma del otro”, escribe Han.

Ese soberano (léase gobernante, jefe, líder) tiene un cuerpo físico y uno  simbólico, constituido por las leyes, normas y directivas que emite, por la forma en que lo hace, por la solidez de los razonamientos con que las impone. Este cuerpo simbólico, con su política y su teología, sostiene el poder del soberano. Cuando se debilita o lo pierde, es devuelto a su pequeño cuerpo mortal. Queda reducido, dice Han, a un miserable pedazo de carne. Se apaga la luz del poder y aparece su sombra.

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Otro pilar decisivo de su poder es la necesaria libertad del soberano para escoger y ejercer una determinada conducta, explica el filósofo coreano (autor también de La sociedad del cansancio, En el enjambre, Topología de la violencia, La sociedad de la transparencia y Psicopolítica, entre otras obras). Como mínimo debe existir la ficción de que su decisión es de hecho su elección, una creíble ficción de que el soberano es libre. Esto conllevará al súbdito a su propia elección: la de acatar el poder. Sin lo primero desaparece lo segundo.

Otro filósofo, el español José Antonio Marina, advierte en su libro La pasión del poder sobre la propagación de argumentos, como religión, pueblo, o derechos naturales, justificativos de los actos del poder, los cuales constituyen una mezcla explosiva. También él habla de ficciones, cosas inexistentes hacia las que deberíamos tender. Por ejemplo, una sociedad justa o una humanidad digna. Para eso es necesario el poder como articulador de la diversidad en función del bien común (bien que debe ser colectivamente percibido como tal y no impuesto como capricho del soberano). Para hacer reales esas ficciones, dice Marina, se necesita el reconocimiento de los derechos individuales, el rechazo de las desigualdades injustificables, la mayor participación en el poder político, la solución racional de los conflictos, seguridad jurídica y función social de la propiedad.

Los acontecimientos recientes, como la extensión interminable y confusa de la cuarentena no acompañada de otras herramientas para afrontar la pandemia, la expropiación de una empresa cerealera, el ahondamiento desde el oficialismo de las grietas que supuestamente se venía a cerrar, la descalificación de cualquier opinión disidente (y, lo peor, la descalificación del emisor de esa opinión), las constantes y arrebatadas proclamas presidenciales acerca de que el poder es suyo y no de quien lo designó como candidato (aclaración que agiganta las dudas al respecto) ponen en circulación y dan una innegable vigencia y claridad a todas estas consideraciones sobre el poder y sus circunstancias. No estaría de más un repaso de ellas por parte de gobernantes y gobernados.

*Escritor y periodista.