Antiestadista. Su estilo posmoderno de antihéroe político parece no alcanzarle para ganar. |
Macri justifica su decisión de postularse a la presidencia –aunque sus posibilidades de triunfo sean escasas– con el argumento de no soportar otros cuatro años como jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires con el kirchnerismo al frente del Gobierno nacional. El retiro de la custodia de la Policía Federal de los colegios y hospitales públicos es el último ejemplo de ese acoso que padece.
Extraña justificación, porque si él mismo no podría soportar la presión a la que sometería el Gobierno nacional al de la Ciudad, ¿cómo les dejaría semejante tortura a sus lugartenientes? ¿Por qué Gabriela Michetti u Horacio Rodríguez Larreta tendrían más resistencia que su propio jefe para superarla si no fuera porque en este caso resistencia y ganas serían sinónimos?
Existe otro argumento. Que con el crecimiento de Filmus (ver página 2), y muchísimo más si Pino Solanas decidiera ser candidato a jefe de Gobierno, PRO se encamina a un ballottage en la Ciudad de Buenos Aires. Allí, la imagen negativa de Macri podría hacerlo perder en su propio distrito. Algunos piensan que Michetti hasta podría ser mejor candidata que Macri en una segunda vuelta.
En cualquiera de los casos, Macri pone en riesgo el futuro de su agrupación, que si perdiera el único distrito que gobierna podría seguir la suerte de tantos terceros partidos, que se extinguieron después de algún triunfo o con el final de su fundador.
Además, si en julio PRO perdiera o no hiciera una buena elección en la Capital, la propia candidatura presidencial de Macri perdería sentido y correría una suerte parecida a la de otros casos recientes. Y en ese caso, “el final del fundador” del partido no sería la muerte física (Alende o Alsogaray) o simbólica por una crisis institucional que lo eyecta definitivamente de la política (Cavallo o Chacho Alvarez), sino por una especie de apatía y falta de constancia ante la adversidad.
Dicen que la decisión de Macri está atravesada por el trauma de no haber aceptado la propuesta de Duhalde para que fuera presidente en 2003. Pero presentando ahora su candidatura presidencial con menos posibilidades de triunfo y poniendo en riesgo la continuidad de su partido, en lugar de reparar aquel error puede estar cometiéndolo dos veces.
Trascendió que su nueva suegra también le recomendó que se presentara a la reelección a jefe de Gobierno y manifestó su temor porque su proyecto político se trunque, y que Macri le respondió que sería mejor para su hija y su futuro nieto porque así estaría más tiempo con ellos. No resulta descabellado que Macri busque poder decirse a sí mismo –en octubre– que lo intentó y que si no pudo no fue por su culpa, para justificar su deseo inconsciente de abandonar la política por tratarse de una actividad que no le brinda las satisfacciones que él esperaba.
Una tesis así se apoyaría en los continuos viajes de placer que Macri precisó realizar, transformándose en el jefe de Gobierno –ya sea local o nacional, que se recuerde– que más días pasó fuera de su distrito. Con algunas escapadas célebres, como cuando la Ciudad se inundó en 2010 y él se fue a descansar a Córdoba. O la última: que habría viajado el jueves a la noche a la costa a jugar golf, mientras las dependencias que gobierna quedaron sin seguridad (ver página 3). Ya en 2007 la revista Noticias hizo una tapa con Macri, titulada “Psicología de un candidato haragán”.
En los años ’80, cuando Mauricio Macri ingresó a la empresa de su padre, rápidamente fue apodado “el Príncipe”. Una empresa que controle un solo accionista, una monarquía o un gobierno totalitario, resisten la figura de un príncipe sin mayores inconvenientes. Pero la competencia electoral –y en gobiernos donde la oposición genera continuos desafíos– requiere además de talento, mucha dedicación, perseverancia y humildad para metabolizar los golpes. Son atributos que pocos príncipes detentan.