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herejías

El reino de este mundo

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| Cedoc

Podemos remontarnos a los tiempos de Galileo Galilei o bien concentrarnos, en el presente, en los debates sobre la interrupción voluntaria de los embarazos: si lo que gira es la tierra o es el sol, si el comienzo de la vida humana hay que indagarlo en los procesos celulares o en la sigilosa voluntad de Dios. Así pugnaron y así pugnan la ciencia y la religión, de eso ya estamos avisados. Pero estamos avisados también, y puede que en igual medida, de que la ciencia, mistificada, cobra tintes de religiosidad. Elevada (o rebajada) a la condición de un objeto de fe, se impregna de lo que es más propio de los credos y sus liturgias, de magias y supersticiones.

Presiento que es uno de los factores que pueden llegar a explicar un traspaso nada infrecuente en estos días: el que va de las medidas de prevención a las medidas de penitencia. Medidas de prevención son aquellas que se toman para resguardar la salud, la propia y la de los otros. Medidas de penitencia son aquellas que se toman para restringir incluso lo que no involucra mayor riesgo sanitario, bajo el supuesto de que en la vida es preciso imponerse renuncias, desistir de placeres, infligirse un padecer, ya que esas mortificaciones exculpan y redimen (ayunar o flagelarse, pues hay sufrimiento en el mundo).

Las presuntas herejías, aunque opuestas en apariencia, forman parte en realidad de ese mismo dispositivo, en un juego de transgresión con ribetes de adolescencia. Y si el penitente desiste de una simple vuelta a la manzana con distancia social, por más que no haya en eso mayor riesgo de contagio, para hacer así su ofrenda sacrificial al bien, el hereje se convence de que es un rebelde maldito porque tose y no en el codo, de que no se deja someter a reglas porque deja la nariz por fuera de la represión del barbijo, o de ser campeón mundial de sacrilegios pues comparte mates con un cuñado o con una prima.

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Las penitencias y las herejías se ofrecen así a la mirada trascendental de los dioses y los demonios, desentendiéndose por igual de las medidas específicas que la pandemia como tal requiere. En el mundo secular, los problemas son más concretos: qué contagia y qué no contagia, cómo es que hay que cuidarse. Asuntos de orden terrenal, como el lavado de vajilla en bares, el humo de los cigarrillos en la calle, el tic de frotarse la napia, la costumbre de hablar de cerca, las manijas, los picaportes, cosas así.