“Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos; la edad de la sabiduría, y también de la necedad; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación.
Todo lo poseíamos, pero no teníamos nada; caminábamos directo al cielo y nos extraviábamos por el camino opuesto.”
Charles Dickens , A tale of two cities.
Las restricciones al desplazamiento de las personas, los cierres transitorios de empresas, las cuarentenas obligatorias que se iniciaron en China y otros países asiáticos pero que ahora se generalizan tienen efectos disruptivos sobre las cadenas de producción globales. En el arranque, cuando la epidemia tenía foco solo en ese país, su peso como productor a escala global y dada su participación como proveedor de insumos industriales fue suficiente para que se revisaran rápidamente las hipótesis de crecimiento del producto y del comercio global y de los precios de las commodities. Pero en la medida en que el resto del mundo comenzó a transitar el camino recorrido por China (tanto los epidemiológicos como los económicos), los efectos se fueron multiplicando. La incertidumbre fue creciendo y las monedas y los activos financieros comenzaron a reflejar una reponderación del riesgo a escala mundial que al día de hoy continúa.
Producto de esta reevaluación del riesgo global, no solo los flujos de bienes, sino también los flujos financieros se ven severamente afectados y las caídas históricas del precio de los activos financieros producen un formidable efecto riqueza negativo que afecta el consumo y la inversión y se suma a los efectos iniciales ocasionados por las medidas tendientes a contener la expansión del virus.
A escala global caen la producción, el comercio, los precios de las commodities, los precios de casi todos los activos financieros y los de la mayoría de las monedas (salvo los percibidos como de menor riesgo) y, eventualmente, también caerá el empleo (trabajadores y horas trabajadas). En este contexto, es probable que asistamos a la mayor desaceleración del crecimiento global de los últimos cincuenta años.
Los canales de transmisión sobre la economía argentina son, lamentablemente, muchos y significativos. La caída del comercio global, del precio de nuestras exportaciones y la depreciación de la mayoría de las monedas con las que comerciamos (sobre todo el real brasileño) mientras que el dólar oficial permanece planchado, afecta negativamente nuestras exportaciones mientras hace más atractivas las importaciones. A su vez, el menor apetito por el riesgo conspira contra los flujos de inversión real y financiera (que, de por sí, ya estaban severamente afectados por cuestiones idiosincráticas de la Argentina).
En este sentido, la negociación de la deuda, lejos de verse favorecida, se vuelve mucho más complicada y el riesgo de una renegociación extendida en el tiempo y de un eventual default soberano es hoy mucho más alto que el que era hace un mes atrás. Cualquier propuesta que tuviera el ministro de Economía Martín Guzmán apretada contra el pecho (para usar la figura utilizada por el presidente Fernández) hoy “vale” o es menos atractiva que antes. Asimismo, es probable que hoy muchos tenedores privados de bonos soberanos de Argentina vean valor en esperar y eventualmente (si la propuesta no mejora) en litigar. Los precios de los bonos (los 4 mil y pico de puntos de riesgo país) así lo indican.
Por su parte, la sustentabilidad misma de la propuesta es menor, porque el crecimiento será menor, menor será la recaudación y mayor resultará el gasto, por lo que el déficit primario esperado es hoy mucho más alto que el que se podía esperar antes (al menos unas 5 o 6 veces mayor que el esperado previamente). Además, no está de más preguntarse cómo hará la Argentina para financiar ese mayor déficit, y todas las miradas apuntan hacia el BCRA, que hoy es el prestamista de ÚNICA instancia de que dispone el Tesoro. Lo cual augura presiones inflacionarias y devaluatorias más elevadas para lo que resta del año y, por lo tanto, riesgos muy elevados de descontrol nominal. Los controles y el congelamiento de algunos precios y la caída de los costos de la energía, y algo de altruismo podrían ayudar a contener el alza durante algunos meses. Pero los riesgos de aceleración a futuro serán muy altos más allá de la recesión (recordemos que en los últimos años tuvimos inflación creciente con recesión).
El “distanciamiento social obligatorio” impondrá cambios en las rutinas de trabajo, de estudio, de funcionamiento del comercio, del transporte y del esparcimiento que tendrán consecuencias importantes sobre la demanda, la producción y, eventualmente, el empleo de la mayoría de los sectores productivos locales. Ya no serán solo los sectores orientados al comercio exterior (agronegocios, energía, minería) los que sentirán las consecuencias: el transporte, el comercio minorista (sobre todo), el turismo, los servicios de consumo y entretenimiento fuera del hogar y los servicios personales se verán fuertemente afectados.
Cuanto más tiempo estén vigentes estas restricciones, mayor será el riesgo de que el empleo se vea afectado. Mientras se perciba que estas son transitorias y por un período relativamente corto, lo más probable es que no se produzcan despidos masivos importantes. Si las restricciones, en cambio, se mantienen por más tiempo (recordemos que aún no llegó el frío y que el virus podría tener su pico de contagio durante el tercer trimestre del año), los efectos sobre el empleo no podrán evitarse ni aun si se extendiera el plazo de la doble indemnización.
La mayoría de los países han adaptado medidas macroeconómicas de neto corte expansivo. Han reducido sus tipos de interés, han dejado depreciar sus monedas (que es lo que hay que hacer frente a un shock real negativo), y han tomado medidas de expansión fiscal, sobre todo bajando impuestos al sector privado. Hay países que han hecho esto último aun cuando signifique incurrir en un déficit fiscal más alto y mayores necesidades de financiamiento.
Pero nuestro país no cuenta con los mismos grados de libertad que el resto de los países. Y aunque el ministro Guzmán haya dicho que Argentina puede emitir (como lo hacen los otros países) todos sabemos que una menor consistencia macro (de por sí pobre hoy en día) es un ticket de ida a un mayor descontrol nominal y a un desenlace difícil de prever. Pero claro, los tiempos de tener que lidiar con las consecuencias de las medidas que hoy se adoptan pueden parecer muy muy lejanos.