La panacea política: el veto. Al menos para Javier Milei, entusiasmado con el uso de ese instrumento luego de haber armado un tercio pintoresco en Diputados con legisladores ajenos y tránsfugas de su fracción. Suficiente número para que los otros dos tercios opositores no le puedan imponer leyes, para evitar aquello de que “si no podes domesticar al Parlamento tampoco podes garantizar privatizaciones, equidad, justicia u otras medidas de gobierno”. Una monserga habitual que se escucha cuando el Palacio de Hacienda pide plata a los fondos del exterior. De ahí que el nuevo contubernio oficialista en la Cámara Baja merecía un asado en Olivos, a bajo precio, con la tentación de estrecharle la mano al Presidente por primera vez, como recuerdo para los nietos. Una sensación de ascenso social para los asistentes, como le ocurre a Milei cuando lo ve a Elon Musk.
Se distrajo la sociedad esta semana con la menudencia de la cena mientras la oposición exacerba un miedo ficticio jurando que Milei, gracias a su capacidad de veto, ahora puede convertirse en un Maduro encubierto, de derecha. No da para tanto el bloqueo legislativo al aumento jubilatorio, poco imaginable resulta que el respaldo de un tercio agujereado pueda convertir en dictador a un personaje que se autocelebra en forma cesarista. Creen: si tiene al mejor ministro de Economía, a la mejor ministra de Seguridad y así sucesivamente, “yo, el primer economista Presidente de la Argentina” debo ser también el mejor Ejecutivo de la Historia. Si no hubo ternura de chico para compensar ese razonamiento, ahora él se cobra esa faltante con creces: se aprecia a sí mismo, quizás por consejo profesional, para arroparse en papel de regalo y no en papel de diario. Obvio que esas sugerencias no provienen de Federico Aurelio, quien asiste casi todos los viernes a Olivos con material de encuestas y proyecciones. Un almuerzo que no paga, naturalmente.
El miedo excesivo que transmiten ciertos opositores a un Milei napoleónico se corresponde a otra desmesura medrosa que alberga el propio Milei: siempre temió el golpe, con algún fundamento, que distintos críticos sirviéndose de dos tercios en el Senado podían remover al Presidente por medio de un juicio político. Con una complacencia de la Corte Suprema, de ahí su incordio tenaz contra Horacio Rosatti, quien se pronunció —quizás antes de tiempo— contra algunas medidas presuntas del mandatario. Con una mirada más abierta hubiera advertido que su desdén se igualaba al de Cristina de Kirchner y a Mauricio Macri con el mismo personaje, pero por razones diferentes. Aunque hubiera voluntad en su contra, esa aprehensión de Milei es inconsistente: los gobernadores y senadores están en la cola de los hambrientos por dificultades en sus provincias, necesitados de votos y de plata. O de ambos. Se supone que Aurelio lo habrá notificado de esa situación en la alcazaba de Olivos, ya que Milei es el único con poca plata y cierta disposición de voluntades que él puede conducir como Hamelin a favor o en contra de alguien.
Con el paquete de 87 héroes en Olivos que habían constituido el tercio en diputados también celebraron por su cuenta la hermana Karina, Guillermo Francos y el junior de los Caputo, Santiago, como si hubieran sido artífices para conseguir ese número crucial para el Gobierno, como si los tres hubieran coincidido en la estrategia del “policía bueno” y el “policía malo” en la negociación. Parece absurdo atribuirle ese último papel a Caputo Jr, quien se confiesa como un Robespierre en ciernes pero ni siquiera se atreve a hablar por televisión, a cara descubierta. Menos asumir la responsabilidad de una firma en un cargo hegemónico: seguramente, como otros ansiosos del poder, se habrá notificado de las penurias judiciales —más la perdida de bienes y ahorros— que atraviesan funcionarios de Fernando De la Rúa, como Mathov y Santos, que en las últimas 72 horas acaban de acercarse a la cárcel por una decisión tribunalicia luego de 25 años de transcurridos los hechos (a propósito de Caputo, ese aliño casual que exhibe con orgullo en la fotografía oficial y en otras apariciones, más enojado con el peine que Milei y Boris Johnson, barba rala, con pucho en los labios, escasamente convencional para edades como la del jefe de gabinete ¿es el que utilizaría para demandar un crédito en el JPMorgan su tío ministro?. ¿O es solo para la hinchada local que le aprueba los tuits?).
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El último veto parece demostrar que las mayorías no siempre ganan y ahora importa trasladar esa figura a la discusión educativa —o también de plata en el presupuesto de ese rubro— que el Presidente amenaza aplicar si hay ajuste. Dura batalla que se inicia, con organizaciones estudiantiles y partidarias más díscolas que los jubilados. Debe recordarse que ni a Perón lo aceptaron en la Universidad en su mejor momento de respaldo popular. Ahora hasta disponen de capacidad movilizadora para la protesta al actual gobierno, organizativa. Ya lo demostraron. Igual, desafiante, Milei afirma que insistirá con el veto para la ley —además, darles más plata sería agrandar sus recursos— y que si podo a los viejos, también corresponde podar a los jóvenes. Por consejo o no de un experto, recita: ya bajamos a los extorsionadores de los planes sociales y les dimos más fondos a los pobres. También damos —sostienen— la batalla para empatar el precio del transporte en el AMBA con provincias que hace tiempo se someten a pagar más caro el colectivo. Considera Milei que la gente sufre, pero quiere un cambio a injusticias pasadas y a la baja de la inflación para transformar sus vidas. Y si hay algaradas estudiantiles, habrás de enfrentarlas. No hay favoritismo.
Sin esos miedos reverenciales a la calle, a las explosiones, resulta singular que en la Corte Suprema aparece como contagio la cuestión de las mayorías. Una sincronía con Diputados. Hasta ahora, el cuarteto en ejercicio resolvía sus pleitos con el tres a uno, con la mayoría de cinco. Desde fines de diciembre, con el retiro de Maqueda, comienza otra situación: como no habrá acuerdos en ciertos expedientes —se firman miles por mes— imposible la unanimidad del trío Lorenzetti, Rosencrantz y Rosatti. Y justo ellos, que se odian entre sí, esa perspectiva es inalcanzable. De ahí la necesidad de convocar conjueces que habiliten una mayoría necesaria para cada caso, que siempre serán titulares de distintas Cámaras tribunalicias y elegidos por un bolillero. A menos que prosperara la controvertida designación de Ariel Lijo, quien hoy percibe una hendija de luz gracias a senadores radicales afines a Martín Lousteau—, a partir de la feria judicial del año próximo empezara un inevitable proceso dilatorio en el ejercicio laboral de la Corte Suprema.
Y si la Justicia suele llegar tarde, en el próximo año tardará mucho más.
Gi