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El robo al sistema vaciado

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Hacer cola. La fila característica para cobrar los haberes. | NA

La última jugada del equipo económico fue la de unificar la gestión de los bonos dolarizados en cartera de los organismos estatales, que recibirían, a cambio, otros bonos pesificados. Como ocurrió en un año electoral y en una sociedad que durante mucho tiempo atribuyó a la “grieta” política el carácter de moral, este tema no pudo resistir la tentación de convertirse en materia de debate como divisoria de aguas: es que el gran tenedor de bonos dolarizados emitidos por el Estado nacional es la Anses.

“¡Roban la plata de los jubilados!”, fue el grito de guerra que resultó a fin de cuentas, impreciso y en todo caso tardío: el sistema jubilatorio ya fue “robado” cuando se iba desnaturalizando sin prisa pero sin pausa durante años. Hasta 1993 fue un sistema denominado “de reparto”, porque distribuía en los jubilados lo que recaudaba de aporte y contribuciones. Pero lo que en un principio de los 40 y 50 fue un sistema superavitario se transformó muy pronto en uno que generaba un déficit crónico. La responsabilidad tuvo que ver con el cambio paulatino en la pirámide laboral, clave para la sustentabilidad del sistema: mientras la relación era de cuatro pasivos o más por pasivo, las cajas rebosaban de salud y tenían el aliento para la generosidad de sus beneficios. La solución fue colocar bonos del Tesoro que luego deberían pagar las jubilaciones futuras, “calzando” las obligaciones futuras. Pero el problema empezó cuando por razones laborales, económicas y demográficas, la cantidad de jubilados comenzó a crecer más rápido que los trabajadores. Pero también un detalle: esos bonos estaban nominados en pesos en una economía que ya tenía inflación de dos dígitos anuales (de 1946 a 1992 seis de cada siete años).

Para 1987 el entonces presidente Alfonsín había declarado en “emergencia previsional”.

En 1993 se cambia a un sistema mixto, de capitalización y reparto, con la aparición de las AFJP, que llegaron a concentrar casi la cuarta parte de todos los aportantes. Pero su propia sustentabilidad política era la que estaba minada: ya en 2007 se invitaba a los aportantes a retornar al sistema estatal, cosa que se repitió al año siguiente, y ante el fracaso de la iniciativa (solo uno de cada seis se cambió), el Congreso votó con amplia mayoría oficialista, pero también con sus entonces aliados –algunos, hoy opositores–, unificar el sistema, estatizándolo.

Como las administradoras tenían en su haber acciones de empresas y bonos, se constituyó lo que hoy es la piedra de la discordia: el Fondo de Garantía de Sustentabilidad. Esa es la razón por la cual los representantes de la Anses tienen un asiento en los directorios de las compañías que cotizan en Bolsa y estaban autorizadas a ser sujeto de inversión de las AFJP. Y de paso, el Estado, siempre angurriento de fondos, aprovechó para encajar títulos de todas denominaciones.

El formato de capitalización que duró quince años en Argentina no es novedoso. Por ejemplo, el fondo soberano más importante del mundo es del estado noruego (entre el derivado de la renta petrolera y el ahorro para pensiones, tienen más de US$ 1,2 billón) con el que pueden asegurar beneficios para una población de 5,5 millones de habitantes con un ingreso per cápita de US$ 74 mil anuales. Que la gestión sea a través de administradoras privadas (como es en Chile) o estatales (California) no es la clave, sino la relación generada entre aportes durante la vida activa y el haber jubilatorio.

La sostenibilidad del sistema no se asienta en bonos emitidos por el Estado que postergó repetidamente a la generación futura a favor de la presente mediante los defaults que minan su paridad, la inestabilidad que generan sus políticas económicas y el desaliento al empleo formal. Sobre todo, ninguneando las consecuencias que el enemigo público número uno derrama sobre todo el sistema: la inflación.

Lo que hizo Massa fue un cambio en la gestión del mercado de capitales que financia al propio Estado y así evitar una devaluación. Un mero asiento contable en un sistema vaciado desde hace décadas.