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El sentido de una carta

La Carta al padre, de Franz Kafka, es uno de mis libros favoritos; si en el curso de un incendio tuviera que optar entre el rescate de este manual de autodenigración y reproches y el Ulysses, dejaría entre las llamas la novela pirotécnica de James Joyce y me quemaría los dedos para salvar la pequeña pieza del judío de Praga.

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La Carta al padre, de Franz Kafka, es uno de mis libros favoritos; si en el curso de un incendio tuviera que optar entre el rescate de este manual de autodenigración y reproches y el Ulysses, dejaría entre las llamas la novela pirotécnica de James Joyce y me quemaría los dedos para salvar la pequeña pieza del judío de Praga. Pero esa elección (el alma por sobre el exhibicionismo) no me ciega al conocimiento de que en esa Carta alienta un principio de revancha perverso.

Una lectura ligera del texto nos lleva a creer que el joven Kafka es una víctima inocente, nos identificamos con el tono dolido de la prosa, que muestra a un espíritu sensible esforzándose por explicarle a su padre y explicarse a sí mismo quién es, sabiendo, o creyendo saber, de antemano que en papá Hermann se esconden abismos de brutalidad e incomprensión. De hecho, Kafka ni siquiera tuvo el coraje suficiente para entregársela en mano, eligió dársela a su madre para que ella conociera su contenido y obrara de intermediaria, atenuando en la medida de lo posible la respuesta iracunda del destinatario –o para que en el mejor de los casos hiciera de traductora–. Lo que el texto dice todo el tiempo es: eso que yo soy, padre, tú nunca lo entenderás. Si se quiere, es un testimonio de la vasta confusión que se trama en las líneas sucesorias desde el principio de los tiempos, una prueba de la absorta sensación de extrañeza que anima a un padre frente a la singularidad y ajenidad de sus descendientes, y que estos no pueden sino advertir.

Yendo a un ejemplo un poco más abismal, ¿qué debe de haber sentido Dios cuando su hijo Jesús decidió sacrificarse por la humanidad? ¿Qué creen que pensó Jesús ante la despavorida ausencia del Padre? Si el catolicismo elevó a la Virgen María hasta las más altas jerarquías celestiales es porque la creyó condición necesaria para explicarle a Dios el sentido de ese sacrificio. Así también, Jesús necesitó a María para que realizara ese trámite.

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Pero los padres, es sabido, son incapaces de toda comprensión, porque en ellos, mucho más que en las madres, demora en germinar la conciencia de que el nacimiento del hijo anota en los libros del destino la fecha de la propia muerte. Esa demora es la matriz verdadera del castigo. Y es por eso que Franz Kafka le entregó la carta a su madre. Para que la leyera y supiera qué clase de marido tenía y, al mismo tiempo, para que, luego de saberlo, se abstuviera de entregársela. Porque el destinatario real era ella. Al mismo tiempo, esta escena alienta otra lectura: quizá don Kafka padre no fue más que un pobre y rústico bonachón que desesperaba por comprender a su hijo, físicamente débil pero más dotado intelectualmente, una rata raquítica vegetariana que empleaba términos incomprensibles y lo menospreciaba mientras fingía la mayor de las sumisiones.