Esto empieza a aburrir. ¿Cómo opinar sobre lo que nada dice? La única manera es tratar de imaginar las razones por las que nada se dice. “Nada” en el sentido de relación con el mundo real, ya que se entiende que el último texto de Carta Abierta es político, que se refiere a una situación política concreta; que no es poesía, ni ficción.
Cualquiera puede sostener un error, aunque la realidad lo contradiga. Cualquiera puede argumentar, desde cierta racionalidad hasta el ridículo, para afirmarse en el error. Si al cabo de un tiempo sigue negando lo evidente, apoyándose en hipótesis paranoicas, omitiendo hechos y/o hablando de otra cosa, una de tres: o es un cretino, o es deshonesto, o es ambas cosas a la vez.
La deshonestidad intelectual reconoce dos variantes: la primera, abrazar una causa con pasión, abandonando el espíritu crítico, “el análisis concreto de una situación concreta” (Marx dixit), para aplicar el conocimiento a la elaboración de un relato ficticio, aun apoyado en ciertos datos reales. A mentir omitiendo, o callando. La segunda variante es más de lo mismo, pero responde a un interés concreto: un trabajo, un puesto, un negocio, incluso la pura y simple, mediocre, necesidad de estar en algún lugar, de ser reconocido, de figurar.
Cuando esa deshonestidad es practicada por individuos, el juicio y el trato que merezca dependerá de sus relaciones particulares. Si se trata de un grupo que defiende una idea, un proceso, un gobierno, es sobre la sociedad que recaen las consecuencias; sobre todo si se trata de intelectuales reconocidos. Antonio Gramsci decía que “todos los hombres son intelectuales, pero no todos desempeñan en la sociedad el rol de intelectual”. Para los que sí lo ejercen, sobre todo si defienden a un gobierno, no hace falta explicar que la responsabilidad es mayor y la deshonestidad, una grave falta social.
El último “relato” de Carta Abierta elige el tono épico, reflejo del resultado de las últimas elecciones y de la situación económica y social: “No es a menudo que surge esta idea de fuerte raigambre en todas las épocas, recordable en las grandes jornadas libertarias del siglo XIX en Latinoamérica y Europa”, empieza diciendo.
Qué te parece, cholito. La “idea de fuerte raigambre” no es precisada, pero se desprende de la pertenencia política de Carta Abierta: el actual gobierno peronista. En el estilo gongorino aplicado a la política que caracteriza a ese grupo, esa “idea” es esgrimida como una herramienta para salvar “a la Patria en peligro”.
Pero en las actuales circunstancias del país, esto resulta algo así como si los ingenieros de a bordo de un barco a la deriva clamaran auxilio al pasaje alegando una conspiración de las navieras rivales, omitiendo que se han parado las máquinas por impericia propia; que el capitán se ha encerrado a jugar con su perrito y que los oficiales se encuentran discutiendo quién va a ser el nuevo capitán y, eventualmente, cómo enderezar el rumbo antes de que ocurra una catástrofe.
Disculpas por la metáfora facilonga, pero ni este espacio, ni el contenido del documento dan para otra cosa. Ya no es posible suponer buenas intenciones y desconcierto; a esta altura, se trata de mala fe.
“Salvar a la Patria”... Por lo que se ve, de lo que se trata es de salvarla, en primer lugar, del populismo de Carta Abierta: desprecio por las instituciones republicanas; indiferencia –en el mejor de los casos- ante la corrupción generalizada y el irresponsable, antidemocrático, manejo del poder; indiferencia también ante una economía devenida herramienta de uso político y beneficio personal para un grupo ocasionalmente en el gobierno; cinismo en la enumeración de grupos de “enemigos de la Patria” cuyos intereses, bien mirados, no resultan esencialmente distintos de los de los grupos que apoyan al gobierno.
“Hombres necios que acusáis…”, verseó Sor Juana, hablando con propiedad de otra cosa.
*Periodista y escritor. Acaba de publicar, junto a Mario Bunge,
¿Tiene porvenir el socialismo? (Eudeba).