COLUMNISTAS
un mundo en problemas

El suprapoder y los pobres políticos

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Ni en el Grupo de los veinte, en su reciente reunión, ni en la reunión de los ministros de economía sobre los peligros de desacuerdos monetarios llegan a definiciones tranquilizadoras. La política mundial parece dudar. No hay claras ideas renovadoras ni líderes que las encarnan. Se apostó a Obama casi arrogándole dotes sobrehumanas. Pero en realidad vivimos la caída de grandes concepciones político-económicas del mundo, pensadas en el siglo XIX y enfrentadas a lo largo de la centuria, que todavía duran en esta década: el liberalismo empresarial que soñó un paraíso de bienestar universalizado, con su modesta fe de democracia y mercados abiertos, hoy enfrenta la aporía de la tecnolatría mercantilista y los límites ecológicos y medioambientales que se creyeron ucrónicos, problema para generaciones futuras. Por otra parte, el comunismo marxista se vivió como una religión rebelada de la materia y de la realidad y sus imperios, Rusia y China, implosionaron justamente en el centro, en la matriz del sueño, en el fracaso económico. El mercantilismo sobrevivió en la lucha de gigantes, pero venció sin convencerse ni convencer y es, por ahora, el único camino. Este es el desasosiego y la inestabilidad de convicciones y de destino que vivimos. El cambio climático se nos vino encima cuando los políticos creían que las calamidades son cosa del lejano futuro, meros sueños apocalípticos. Desde Río de Janeiro en 1992 y luego Kyoto, hoy Copenhague, demuestran carecer de respuestas de poder ante la gran maquinaria industrial-tecnológica mundializada. Estos señores serios de traje oscuro no atinan a confesar su real impotencia ante el superpoder mercantil productivo. Ya está siendo demasiado tarde. Nunca más sorprendente y aplicable la frase del gran lírico alemán Novalis, que vaticinó que aunque los hombres no lo crean les espera el destino cómico indigno de tanto orgullo.

En su testamento periodístico concedido a la revista Der Spiegel, Martin Heidegger confió que el problema central de la política mundial es lograr controlar la tecnología desencadenada por la conjunción de intereses estratégicos y mercantiles, el rostro menos heroico de la voluntad de poder.

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¿Cómo retornar de la manía productivista? ¿Cómo cambiar la noción de bienestar cuando la modernidad se exclusivizó en que el ser es tener y en que la armonía existencial depende de las cosas y de las técnicas? La palabra austeridad parece una antigualla ajena a nuestro tiempo. Tanto la revolución burguesa como la socialista apostaron al crecimiento, al desarrollo. La espiritualidad fundacional quedó postergada. Se la excluyó como centro imprescindible de toda noción de desarrollo. Es como hablar excluido al hombre en la construcción de “la humanidad”. Hoy en China, en India, en el sudeste asiático se vive el síndrome del Japón contemporáneo. Se implora ser arrollado por el desarrollo tecnológico y consumista. Se preparan para la producción masiva de autos de bajísimo precio. El spot publicitario hoy es “escuela de vida”, crea moda, deseduca y fabrica necesidades. Difunde una visión hedonista y superficial como pedagogía de la mejor calidad de vida. Vivimos un tiempo que Nietzsche previó como “la cretinización anglomecanista del mundo”. Desconsolados, sociólogos franceses como Baudrillard, Serrès, Guillebaud, hablan de electrofascismo como la forma de dominación más poderosa ante la que mueren todas las políticas, democráticas o totalitarias conocidas. Los teólogos hablan del destino cainita de la civilización. Según la Biblia, de la estirpe de Caín y de Tubalcaín sugieron “los maleadores de metal” y los fundadores de la primera urbe. Contra ellos no hubo nada que hacer hasta que Jehová ordenó la catástrofe regeneradora del diluvio universal. Los mayas de América anotaron en el Popol Vuj lo mismo.

Pese a los disimulos, el poder del “electrofascismo” es la mayor amenaza mundial, absolutamente inmediata y presente. La “corona imperial” de potencias políticas, Europa, Estados Unidos, Japón, los países del BRIC (China, Rusia, India, Brasil), acumularon el mayor poderío industrial y tienen la llave del gas letal en su mano. Pueden hacerlo, aunque los políticos presionados sufran un eclipse de imaginación y coraje. Pero pese al pesimismo bíblico y de los mayas (que se extinguieron voluntariamente) es difícil que la humanidad elija este suicidio anunciado. (Esto lo intuimos, queremos que sea. En el fondo rogamos sin mucha convicción, como el mencionado Heidegger cuando escribió entre sus frases finales: “Ahora sólo un dios podrá salvarnos.”).


*Escritor y diplomático.