El arte de la traducción acaba de recibir un nuevo embate, o mejor dicho una nueva humillación. Pero vayamos despacio, que las historias simples y con finales tristes son las que uno quiere sacudirse cuanto antes.
En 1922, luego de varias tribulaciones (el autor se olvidó el manuscrito en el asiento de un tren y tuvo que volver a escribirlo de punta a punta), se publicó en el Reino Unido The Seven Pillars of Wisdom, el libro donde Thomas Edward Lawrence, más conocido como Lawrence de Arabia, cuenta sus aventuras como cabecilla de la rebelión árabe contra los turcos, durante la Primera Guerra Mundial. Lawrence moriría en 1935, y en 1944 la editorial Sur publicó una versión de Los siete pilares de la sabiduría bastante buena, a juzgar por quien escribe esta columna, y enigmática, a juzgar por todo el mundo: en vez del habitual nombre y apellido del traductor la versión española está adjudicada a un misterioso R.A.
El dato naturalmente es menor, si no fuera por una corta serie de casualidades no menos enigmáticas. A comienzos de la década de los 90, cuando la editorial Sur ya estaba dando los últimos estertores y mientras yo trabajaba en una librería céntrica, le pregunté al corredor del sello fundado por Victoria Ocampo si no era posible encontrar algún ejemplar perdido de la traducción publicada en 1944, aunque también estaba dispuesto a comprar la reedición, de 1955. El corredor de Sur apareció pocos días después con un ejemplar encuadernado en francés, con notas al margen en lápiz y el conocido ex libris de Victoria Ocampo en la primera página (casualmente el mismo ex libris de T.E. Lawrence). Yo hubiese debido aceptar la oferta, pero me pareció que el corredor se estaba metiendo en problemas y le sugerí que volviera a dejar ese ejemplar donde lo había encontrado. Pero a partir de allí comencé a incubar la idea de que detrás de R.A. se ocultaba la mismísima Victoria Ocampo, que no se había atrevido a firmar la traducción debido a que la misma había sido hecha del francés (las anotaciones al margen en lápiz eran las típicas anotaciones de un traductor, no las de un simple lector: no comentaban nunca los hechos o las ideas, solo sugerían soluciones).
Naturalmente, Victoria Ocampo continuó aportando interpretaciones y comentando vicisitudes de Lawrence, ya sea en 338.171 T.E., de 1942, como en la versión, esta vez sí firmada por ella, del libro El troquel, así como en varios artículos publicados en La Nación. Pero en 2013 algo vino a echar por tierra mi teoría acerca de la Ocampo traductora de Los siete pilares: en una carta a Ezequiel Martínez Estrada (Epistolario, Interzona), la Ocampo afirma que la traducción de Los siete pilares le parece “execrable”. El adiós a la teoría de Victoria ocultándose detrás de R.A. alimenta nombres y apellidos descabelladados: Ramón Alcalde, Ramón Ayala, Raúl Alfonsín...
Sorpresivamente la editorial gallega Biblok publicó en 2019 la versión de Los siete pilares publicada por Sur atribuida a... Alfonso Reyes. La prova provante aparentemente es la mera coincidencia desfasada de las iniciales. Eso es todo. Mis amigos mexicanos me dicen que es una locura absoluta imaginar al escritor mexicano más egocéntrico de la historia aceptando publicar una traducción propia de manera anónima: Alfonso Reyes jamás se autoincriminó como traductor de Lawrence (sí de Laurence Sterne, de quien heredamos una hermosa versión del Viaje sentimental).
De modo que quien quiera que la lea, pero que sepa lo que hay que saber: el pobre Alfonso Reyes no tiene nada que ver con eso.