El realismo mágico tiene un inventor que no es García Márquez. Como afirmación no sólo no es nueva, sino que incluso es banal: García Márquez nunca inventó nada. Cien años de soledad se editó por primera vez en Buenos Aires en 1967. En 1951 un escritor español, Rafael Sánchez Ferlosio, había publicado Industrias y andanzas de Alfanhuí, una novela que, a diferencia de Cien años de soledad, podría volver a leer dos veces por semana. Leí Alfanhuí en los años 70, en una edición de la Biblioteca Básica Salvat, y debo reconocer que entonces como pocas veces tuve la impresión de estar asistiendo a un espectáculo perturbador, como presenciando una erupción, de esas cuyo aliento, nos cuenta la historia, es capaz de dar siete vueltas y media a la Tierra. Dicen los hombres que saben –pero Godard sabe más– que Los recuerdos del porvenir, de Elena Garro, es “el pistoletazo de salida del realismo mágico” (la frase es del mexicano Javier Brandoli), pero a diferencia de Alfanhuí no lo leí –aunque prometo hacerlo pronto.
Cien años de soledad fue para mí, durante muchos años, un complejo complejo. No hay nada peor que leer algo teniendo la impresión de que eso ya se ha leído –en literatura es, tal vez, la peor impresión de todas, peor incluso que el plagio, porque con el plagio uno puede tener la impresión de estar asistiendo a un déjà vu, la copia hace dudar, pero el parecido es inadmisible porque es un disfraz y en literatura travestirse es delito. Cien años de soledad siempre fue para mí como un hombre calvo con peluquín, es decir alguien a quien es imposible creerle nada. Y siempre viví esa impresión con pudor y cierta culpa. Creo que leerlo por primera vez me tomó más de tres meses, y hace poco intenté leer alguna página, pero no pude. Y entonces recordé un texto que había leído entre la primera lectura y ese intento, un texto breve de Pier Paolo Pasolini, que había olvidado que existía y que de alguna manera me redimía. Pasolini leyó Cien años de soledad en 1973 y en una reseña publicada en la revista Tempo desde el vamos deja en claro que tildar a ese libro de obra maestra es poco menos que una ridiculez. “Se trata –dice Pasolini– de la novela de un guionista o de un costumbrista, escrita con gran vitalidad y derroche de tradicional manierismo barroco latinoamericano, casi para el uso de una gran empresa cinematográfica norteamericana (si es que todavía existen). Los personajes son todos mecanismos inventados por un guionista: tienen todos los tics demagógicos destinados al éxito espectacular.”
Para Pasolini ni siquiera se trata de una novela, sino de un guión cinematográfico –supongo que alguien va a saltar diciendo que el guión cinematográfico también es o puede ser literatura: allá ellos. Cien años de soledad no sería una obra literaria, “ya que se trata de estructuras provisionalmente lingüísticas que en realidad ‘quieren’ ser otras estructuras: estructuras, puntualmente, cinematográficas. El autor de un guión o de un tratamiento es tanto más hábil literato cuanto más consigue obtener la colaboración del lector en la visualización de lo que está escrito provisionalmente. El asumir tal provisionalidad (esa voluntad de la estructura de ser ‘otra estructura’) forma parte de la técnica literaria del guionista y, potencialmente, de su estilo.”
Pasolini define a García Márquez como “un escritor indigno”, y como definición me parece irrebatible.