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El viaje interior

En este país hay muchos países. Se los puede visitar, si bien no siempre comprender. El Instituto Nacional del Teatro –crisis mediante– aborta los caros festivales internacionales en las provincias y está haciendo circular espectáculos nacionales de unas provincias por otras, bajo el sugestivo título de “El país en el país”.

Rafaelspregelburd150
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En este país hay muchos países. Se los puede visitar, si bien no siempre comprender. El Instituto Nacional del Teatro –crisis mediante– aborta los caros festivales internacionales en las provincias y está haciendo circular espectáculos nacionales de unas provincias por otras, bajo el sugestivo título de “El país en el país”. Hago las valijas para una semana que será rarísima.
En Mendoza ocurre el pequeño milagro de la nieve espesa, inesperada. De allí a Salta nos esperan 20 horas de micro, que comienzan con novedades: hay que cerrar cortinas y apagar luces para atravesar Guaymallén. Cristian, el guía terromozo, nos explica que les suelen tirar piedrazos desde el huarpe zanjón. Para diluir esta turbulencia rutera, la empresa ha diseñado un rito: un bingo para ganarse una botella de Santa Julia. Todos perforamos con cucharitas los números que canta Cristian, mientras se oyen ambiguos golpes y crujidos. Tal vez sean los árboles batiendo al coloso rodante de dos pisos. Pierdo mis números, me tiento y abro una rendija para mirar hacia afuera. Nada. La noche cuyana. Y el zanjón nevado. ¿Qué será de Cristian en el futuro? ¿Hasta cuándo tendrá este trabajo? ¿Prosperará?
En Salta (que es otro país) me dicen que se ha muerto Claudia. Claudia Bonini trabajaba para el INT. Era muy joven. Tengo en mi Outlook sus últimos mails, pero ella ya no está para recibirme con su tonada y su sonrisa. Lloro de rabia. Otro amigo director, Cristian Drut, acaba de tener un infarto. Tiene 36 años. Está muy grave. Me siento mal. Los técnicos del teatro almuerzan, deambulo como un idiota y decido olfatear la lógica del milagro. O tal vez sea el frío helado que azota absurdamente a la ciudad. La cosa es que entro en la Catedral a revisitar la historia de la Virgen de los Milagros, una superstición que hoy me conmueve. Cuentan que la imagen de la Purísima Concepción que pisotea al dragón cayó de su altar en el terremoto de 1692. Sus bracitos de madera articulada, que estaban abiertos como para ofrendar algo, se cerraron con la caída en acongojado gesto de rezo. De súplica. La historia es mejor que la escena del crimen: nada queda de esta muñeca articulada, salvo este cuento remoto. En 1795 Tomás Cabrera enyesó al ídolo de madera y anuló la milagrosa articulación de la Barbie del Terremoto. Hay otros milagros, como la cruz del Cristo, que luego de ser revestida en rayos de plata, financiados por el devoto pueblo salteño, los obligó a retorcerle un brazo al ya magullado mártir para poder así encajarlo en la paqueta cruz modificada, echando mano una vez más del siniestro acto de la tortura como efecto publicitario. Todas éstas son cosas de un país que desconozco. Usualmente me arrancarían alguna cínica sonrisa. Hoy en cambio me llenan de pena. No importa cuál sea el formato bizarro del rito (bingos o maderitas), lo esencial es que anuda nuestro cotidiano con el espanto de la cercanía de la muerte. Yo, que no creo en las maderitas cruzadas, no sé cuál es la fuerza que hay que hacer para que Drut se ponga bien. No entiendo tampoco la relación entre una fuerza (simbólica) y la otra (causal), así es que espero noticias. Y hago lo que creo que he venido a hacer: mi obra de teatro.
En Jujuy me quedé encerrado en un lúgubre baño del hotel. Con un perno de mi reloj pulsera logré trampear el picaporte que giraba en falso. Fue un triunfo diminuto de mi voluntad por sobre la horrenda dispersión de todo.