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El vienés escindido

El traductor Adán Kovasics intenta explicar en el prólogo por qué la edición en español contradice la voluntad de Schnitzler.

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Hay una buena noticia y una mala noticia. La buena noticia es que la Universidad Diego Portales editó una selección de los Diarios de Arthur Schnitzler. La mala noticia es que la Universidad Diego Portales editó una selección de los Diarios de Arthur Schnitzler. El libro de 450 páginas (primera edición en castellano, acaso la última) solo contiene una décima parte del material original que la Academia de Ciencias de Austria fue publicando entre 1981 y 2000. Schnitzler escribió sistemáticamente su diario entre 1879 y unos días antes de morir, en 1931. Para no herir a sus contemporáneos, los escritores suelen prohibir que sus diarios se conozcan hasta pasado cierto tiempo de su muerte. En cambio, Schnitzler dejó una cláusula muy curiosa y de sentido contrario: solo aceptó que se publicaran íntegramente, no abreviados.

El gran traductor Adán Kovasics intenta explicar en el prólogo por qué la edición en español contradice la voluntad de Schnitzler. En realidad, trata de convencerse de que un poco es mejor que nada y de que una selección que contiene un extracto de cada año es preferible a la edición completa de un período reducido. Si uno compara las primeras páginas del diario con el capítulo correspondiente de la autobiografía (Juventud en Viena, también póstuma, publicada en 1968), observa que esta complementa muy bien el diario (y hasta cita partes de él que no aparecen en la edición traducida). Sin embargo, la fluida pero distante autobiografía no reemplaza la inmediatez del diario, ni siquiera de la versión abreviada. En esta, se adivina a un adolescente enloquecido por sus incipientes y vertiginosas prácticas eróticas y literarias, con el que el lector establece un contacto que sería interesante mantener a lo largo del tiempo. Kovasics lo confiesa a su manera con esta bella frase: “Una antología es una selección destinada sobre todo a resaltar y hacer brillar los textos y pasajes que no incluye”.

Pero ¿por qué se le ocurrió a Schnitzler esa cláusula testamentaria en 1918? ¿Solo era una previsión contra la habitual censura de los herederos? Ese mismo año, publicaba por entregas una novela memorable, El regreso de Casanova. Allí, el protagonista está escribiendo una refutación de Voltaire. Pero la joven Marcolina (mujer libre, docta, hermosa y brillante) le sugiere que sería mejor que escribiera sus memorias en lugar de desafiar al gran ingenio del siglo en su terreno. Sabio consejo: Casanova es hoy recordado por ellas, no por sus ensayos políticos, astrológicos o científicos). Pero si uno avanza un poco, se encuentra pensando que, tal vez, hoy Casanova tenga más que aportar a la posteridad que Voltaire, alguien que dominó la escena intelectual durante mucho tiempo y hoy no tiene mucho más que decirnos.

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Schnitzler, cuya obra se alimenta de su propia escisión entre libertad y orden, entre moral y deseo, entre arte y ciencia, puede haber pensado que el diario la representaría mucho más cercanamente en el futuro que cualquier tesis filosófica o que cualquier novela u obra de teatro. Hoy Schnitzler pasa por ser un álter ego literario de Freud y un representante más de la Viena de fin de siglo. Pero Schnitzler no creía en teorías y tampoco estimaba demasiado su destreza narrativa. El Diario puede ser la prueba de que era un adelantado.