Diego Simeone sufrió en carne propia su Waterloo y no va a levantarlo más. Tiene que irse. Con él, debería hacerlo José María Aguilar, aunque esto sea casi imposible. Si no lo echó la violencia, las transferencias oscuras y demás cuestiones, al presidente de River menos va a sacarlo un resultado deportivo. Va a ampararse en que “un dirigente tiene que ser frío”. Es cierto. Debería tener la “frialdad” de poner la renuncia indeclinable a disposición de la Comisión Directiva. Pero no lo va a hacer. Hace falta grandeza y eso no es lo que le sobra.
Pero Simeone sí debe hacerlo. Acaba de perder una clasificación que tenía en el bolsillo. La perdió un día después de que Boca mostrara su jerarquía internacional en el Mineirao y a cuatro de caer en el superclásico. Puso en cancha un equipo al que a los 7 minutos le anularon mal un gol, que a los 11 consiguió el resultado que lo ponía en cuartos, a los 42 le echaron a un rival, a los 61 metió el segundo después de que le echaron a otro jugador rival. Y con todo esto a favor, le empataron. Con todo esto a favor, siempre jugó mal. A veces pésimo. Ni siquiera se acercó a lo regular.
Dicen que el Cholo está desconocido, que no saluda, que sus problemas personales lo tienen nervioso. Conozco al Cholo hace muchos años y todo esto me sorprende. Pero lo entendí cuando vi al equipo tan pasado de rosca, como dicen que está él. Nunca manejó la pelota, siempre la llevó a los empujones; llegó poco hasta Orión y se asustó cuando debía tranquilizarse. Algún improvisado de los que sobran en esta profesión dirá que el técnico no juega. Pero sí, juega. El entrenador tomó decisiones equivocadas en un momento cumbre. La entrada de Rosales por Augusto Fernández con el partido 2-0 suena a inentendible. Era el turno de Ortega, de quien el propio Simeone dice que “hace todo lo que hacen los demás pero caminando”. River necesitaba que sus jugadores caminaran la cancha. No que corrieran sin ton ni son, como lo hicieron. Después, el desaguisado se completó con el ingreso de Alexis Sánchez, jugador poco afecto a soltar la pelota. Con dos goles a favor y dos jugadores más, había que tocar de primera. Ponzio fue otro de los que se quedó en el banco y debió haber entrado para pelear la tenencia.
El Cholo empezó a perderlo todo cuando se fue en silencio de la Bombonera. Al no explicarles a los hinchas por qué su equipo apenas metió un cabezazo al arco rival en 90 minutos (espantosa costumbre de muchos colegas del Cholo), agrandó la victoria rival y agigantó los fantasmas personales y públicos que lo están atormentando. No debe ser fácil abrir insufribles revistas de chimentos y encontrar su propio nombre diariamente vinculado con escándalos.
Tampoco lo ayudó su pareja, ventilando la situación de ambos por televisión; ni se ayudó a sí mismo él, cuando fue al programa de Marcelo Tinelli. Se expuso en un ámbito hostil y no lo hizo en la cancha de Boca, que era su ámbito de trabajo. Fue un error estratégico muy grave. Como si lo hubiese aconsejado un enemigo. Imaginen a los jugadores de River viendo a quien debería ser su líder poniendo cara de nada cuando sus problemas personales toman estado público con 30 puntos de rating. ¿Cómo se para frente a ellos, cómo se repará la autoridad dañada después de semejante exposición?
Simeone le trasladó toda esta locura al equipo, aun cuando estaba ganando. El primer gol de River fue de casualidad, el segundo llegó después de una estupidez de Bottinelli. Ni soñar con alguna jugada elaborada. Y si bien Simeone parece no transmitir la paz que necesita un equipo de fútbol profesional en un momento así, este plantel no es inocente: ya se comió dos entrenadores.
No nos olvidemos de que cuando Daniel Passarella los necesitó, sólo le respondieron algunos pibes. Otros “de experiencia” lo dejaron de a pie. El encargado del fútbol profesional de River deberá tomar muchas decisiones importantes a mitad de año. Hay apellidos pesados que deberían estar con la continuidad en duda para el futuro. Pero no piense en Abreu, porque dejó la vida, intentó hacer lo que Simeone no lograba hacer desde afuera –ordenar a un equipo anárquico– y porque, pobre, en el partido contra Boca –que era ideal para su respetable juego aéreo– jugó apenas 20 minutos, porque el DT lo dejó en el banco. Cuando lo pusieron, generó la única situación de gol que River tuvo en el partido.
Simeone está en condiciones de ser un gran técnico. El trabajo que hizo en Estudiantes lo certifica. Pero a la luz de lo que ocurre en River, equivocó todos los caminos que tomó. Llegó a un club complicado, con un plantel sin capacidad anímica, con dirigentes que sólo querían salvar su ropa y con su vida personal revuelta.
Y como equivocó todos los caminos que tomó, le queda sólo el de salida. Cuando tome distancia, revisará su corta carrera de entrenador, encontrará la paz para salir de sus líos y será el entrenador que todos creemos que puede ser.
Pero tiene que irse de River ya mismo. Un día más en este club, con este plantel y con esta dirigencia puede costarle su incipiente carrera.
Ni siquiera ganando el Clausura 08 tapará el papelón porque fue demasiado grande. Tan grande como la jerarquía de Boca en Brasil 24 horas antes y los abrazos jubilosos de Ramón Díaz y Andrés D’Alessandro con los colores azul y rojo en pleno Monumental.