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Elecciones internas

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La asombrosa vitalidad del peronismo se basó siempre en expresar diferentes miradas  que contenían en su seno los principales problemas de la sociedad. Esa riqueza se agota en el 76 y conduce a la derrota del 83, y se recupera con la interna entre Antonio Cafiero y Carlos Menem cuya energía nos impulsó hasta el presente.

Ya con Menem se fueron marginando a los disidentes, con los Kirchner la marginación se convirtió en persecución de quien osara cuestionar la obediencia al discurso autoritario. Se tomó lo peor del estalinismo aportado por restos de izquierdas sin votos.
Hubo un tiempo donde soñaron imponer sus obediencias al conjunto, y por suerte hoy aceptan su retirada sin asumir  las consecuencias de sus actos.  Por eso intentan quedarse con el aparato partidario, ese que el compañero Hugo Moyano denominó como “una cáscara vacía”.  Y tanto en el partido nacional como en los distritos intentan imponer la marca triste de una elección sin otros candidatos que los oficialistas.
La obediencia no contempla alternativas. La elección del supuesto radical Zamora para el Senado deja en claro la voluntad de imponer la obediencia por encima de la historia política y de las mismas ideas. Define a la sumisión al poder de turno como la virtud principal.

Un grupo de compañeros intentamos participar de la elección interna del peronismo porteño. Pero nos parece hoy una apuesta imposible. Cuando una fuerza intenta con artilugios jurídicos imponer la lista única es que asume ocupar el triste espacio de la decadencia. Proponen un candidato sindicalista que no es conocido por sus ideas sino tan solo por el poder del aparato que generan sus recursos.  Lista única y candidato clandestino, aparatos y murales, seguidores que siempre aplauden, supuesta lealtad a un proyecto imaginario que convierte la sumisión en virtud. Las prebendas en lugar de las ideas, las obediencias en lugar de las convicciones. Como Boudou, como Zamora, como Insfrán y tantos otros, el poder se aleja de las figuras políticas para encarnarse en operadores sin convicciones.  

La lista única implica el último gesto de obsecuencia al autoritarismo y al personalismo, a ese que en su ceguera es capaz de intentar destruir hasta sus mismos herederos. El peronismo no merece terminar en manos de quienes ni siquiera lo respetan. Por suerte, en las elecciones nacionales no habrá lista única y podremos elegir a un candidato dispuesto a convivir con los que opinan distinto, a recuperar esa hermosa palabra que es la democracia cuando se la sabe vivir en libertad.
Hay elecciones internas cuando el que gana conduce y el que pierde apoya. Hoy serían absurdas, tanto el Gobierno como nosotros no queremos tener nada que ver con el otro. En rigor pertenecemos a fuerzas políticas antagónicas. Quédense con el sello, preferimos optar por las ideas. Gobernaron con el partido clausurado, no merecen agonizar como democráticos. Si el peronismo hubiera nacido kirchnerista no habría vivido más allá del tiempo de su propio poder. El General cuestionaba a “los sectarios y excluyentes”. A todo eso que Ustedes eligieron ser.

*Dirigente peronista.