Suele considerarse en estos artículos las conductas miserables de ciertos protagonistas del fútbol. Sería grato, pensó el columnista, mencionar a veces la elevada estatura de algunos hombres. Y para ubicar un ejemplo inmediato debe exaltarse las relaciones de lealtad y coherencia que sobresalen en los negocios de River, representado en este acto –como se dice en los contratos– por José María Aguilar y Mario Israel, y esos señores cuyos apellidos son ya tan populares como los jugadores, nombrados sin sus nombres de pila. Zahavi, Arribas e Hidalgo. En caso de registrarse omisiones en este reconocimiento, se ruegan las disculpas del caso. No se intenta aquí desconocer intencionadamente a otros socios de las empresas que aquellos comandan, ni existe el ánimo de ningunear el constante apoyo de otros directivos del club. Pero son tantos.
En primera instancia hay que señalar la coherencia de los actos. Los protagonistas son los mismos. En este sentido podrá decirse que los dirigentes suelen hacer sus negocios con las mismas personas pero River, que tiene tradición en ese mérito, es, en estos días en los que se consumó la transferencia de Augusto Fernández, una bandera, un estandarte que, como los rompehielos, abre caminos, asienta un estilo.
Hay una lealtad conmovedora de ambas partes. El ciudadano israelí nunca es abandonado a su suerte con sus socios. Y Zahavi responde con la misma moneda, dedicado casi exclusivamente a los millonarios, si bien en algunas ocasiones trata con el Locarno y últimamente con un equipo polaco, en el cual estuvo de paso Archubi. Pero no hay celos en Aguilar y su gente. Todo lo contrario. Se acercan a los otros amores del mentado trío con espíritu claramente negociador. Sensatez, seguridad en sí mismos, grandeza de objetivos. Elija usted, porque puede resultar sospechosamente edulcorada esta nota.
Otra arista interesante es la ausencia de envidia en el comportamiento de los conductores de River. Conocen las fabulosas ganancias de Zahavi y sus empresas, en cada operación. Higuaín, Belluschi, Augusto y lo que todavía falta vender han significado ingresos multimillonarios que la transparencia de los pases han permitido conocer. Todo se hace con el cabal conocimiento de la gente y del periodismo, que ha elogiado desde algunos sectores cada uno de estos actos. Si hubiese estrechez mental en la actitud de los dirigentes, no faltaría aquel que pondría el grito en el cielo. Suelen conocerse en otras actividades que, fruto del egoísmo, los que conceden negocios ponen trabas a quienes tienen como objeto indiscutible ganar buen dinero. Sin mencionar a los que pretenden una parte.
Hay generosidad en el hecho de que normalmente los dos dirigentes de River van a Londres o Suiza, evitando a los favorecedores del club el costo de los traslados a Buenos Aires.
Los acuerdos poseen, gracias a esos sacrificios, una elegancia y una distinción que quizás las oficinas del club, no garantizan. Esa sensación de que están en algo grande, internacional, mundano, sirve al prestigio del club, si se sabe observar.
Y se evitan molestias. ¿Qué tiene que hacer aquí el señor Zahavi soportando preguntas sobre sus relaciones con los rusos que se llevaron a Tevez y Mascherano, actuaciones que los desmerecen por las sospechas que los desconocidos de siempre arrojaron sobre aquellos pases internacionales? Mejor entonces, esa delicada Regent Street, la sofisticada avenida que desciende hacia Picadilly, observando, desde algún piso alto a Trafalgar Square, un paisaje que instala a River en una ciudad que hace honor a su mote de millonarios.
¡Y la gratitud! Bien saben Aguilar e Israel que cuando ellos ya no estén al frente del club (al menos Aguilar, porque Israel es un hilo conductor de la vida del club, y sabe permanecer) Zahavi, de Israel, Arribas e Hidalgo, de Argentina serán sustituidos por otros empresarios, más afines a los futuros dirigentes. Entonces, ¡que hagan ahora sus negocios! Bien merecidos los tienen. Tanto como este humilde reconocimiento.