El conjunto de la sociedad argentina empatiza con las familias de los cuarenta y cuatro tripulantes del submarino ARA San Juan. Al dolor que atraviesa nuestro ser nacional frente a la tragedia sumamos la imagen de los familiares y sus horas de angustia, de ansiedad y desolación.
Esta vigilia esperanzada que asumimos junto a ellas pone en el tapete la relevancia que para los argentinos tiene la familia como nodo básico del entramado social, comunidad primaria de pertenencia y espacio que la dignidad de la persona humana reclama para nacer, crecer y morir como tal.
A esta altura de los acontecimientos, situar a los cuarenta y cuatro en su entorno vincular primario es un ejercicio necesario. Porque reconocerlos en sus familias nos permite trascender su ausencia y reeditar sus sueños, anhelos y vocaciones. Porque ni ellos, ni nosotros, estamos aislados. Somos seres en contexto que tejemos relaciones de manera permanente. Venimos al mundo respectivos de otros, nacemos siendo hijos. Es claro, entonces, que el enfoque relacional debe estar siempre en el centro de la escena.
Comprobamos en medio del dolor cuán relevante es el concepto y la vivencia de familia para los argentinos. Tanto, que debería ocupar de por sí un lugar preponderante en la agenda pública y no ofrecerse como respuesta a la desgracia instalada. Familias que aquí y ahora son consumidas por situaciones que ponen en riesgo su integridad. La pobreza y sus efectos minan el campo de los lazos más íntimos: violencia, adicciones, marginalidad y exclusión. Falta de un proyecto común de vida.
Bajo esta racionalidad, observemos cuántos de los planes que se diseñan e implementan tienen por objetivo la mejora y el fortalecimiento vincular. Estamos ante una categoría transversal a todo el esquema de políticas públicas, de ahí que las cuestiones nucleares, ésas que impactan directamente sobre la vida de los ciudadanos, deberían abordarse también desde una perspectiva de familia.
Empoderar a las familias es, pues, una deuda de larga data en nuestra sociedad. Empoderarlas con los apoyos necesarios para que puedan cumplir las funciones que les son propias y que ejercen mejor que cualquier otra agencia: la formación humana y el cuidado de los más vulnerables.
Por otra parte, nacimientos y fallecimientos son hitos que todas las familias atraviesan, que sacuden sus cimientos y demandan un reacomodamiento general. No obstante, ciertas condiciones particulares pueden obstaculizar la elaboración de una pérdida. Concretamente, en el caso del San Juan, el no saber con certeza cuál fue su destino final.
Estas cuarenta y cuatro familias franquean hoy un período crítico, en que el equilibrio del sistema está roto. Sus miembros asumen actitudes que van desde la demanda de responsables y la negación de evidencias hasta la minimización de ciertos hechos o datos de la realidad. Las manifestaciones son disímiles y abarcan mecanismos de defensa que operan en circunstancias traumáticas. Son procesos difíciles, complejos y dolorosos. Y cada familia es única y los vive y asimila de manera diferente.
Lo cierto es que, más allá de sus justos reclamos, esta creación de comunidad, movida por un propósito colectivo, las fortalece y les permite atravesar estos momentos de incertidumbre y aflicción en mutuo acompañamiento.
Finalmente, si algo se impone hoy hacia las familias de nuestros héroes del San Juan es no dejarlas solas con su lucha. Es seguir palpitando con ellas cada minuto de su búsqueda, que es la de todos los argentinos.
Empoderarlas con la verdad debe ser el objetivo. Para que puedan decidir libremente cuándo y de qué manera transitar su duelo, honrar la memoria de sus seres amados y continuar adelante como ellos, seguramente, lo hubieran deseado.
*Coordinadora del Instituto de Ciencias para la Familia de la Universidad Austral.