Aun cuando el discurso presidencial de Parque Norte parece haber descomprimido un poco el clima de tensión, el cuadro no parece ser del todo claro. A pesar del tono menos confrontativo que el elegido para el discurso del martes 25, a pesar del llamado al diálogo, de una posición de humildad en el llamado a conciliar posiciones o a la voluntad para explicar la política de retenciones como un instrumento de redistribución que lucha contra la inflación, el discurso tuvo sólo parcialmente el efecto buscado.
En primer lugar, el discurso de la Presidenta estuvo atravesado por múltiples contradicciones, tanto en contenido como en imagen. D’Elía y Moyano enmarcando a una presidenta que apelaba al diálogo y a la tolerancia fue una de ellas. Hubo avances y retrocesos en el intento de neutralizar el efecto negativo del discurso anterior, discurso que muchos consideran el detonante de los cacerolazos que lo sucedieron.
La persistencia de una lógica que insiste en interpretar la realidad como amigo/enemigo, la idea que para ganar la pulseada, en lugar de buscar el consenso y estar dispuesto a ceder (asumiendo que cediendo también se puede ganar), hay que estimular el enfrentamiento, buscando desunir lo que la realidad del campo –y no la voluntad “oscura” de la dirigencia– logró unir. ¿Qué logró que un sector tan heterogéneo como el campo se uniera en la protesta? ¿Cómo se logró el milagro de juntar al campo y a la ciudad al repiquetear de las cacerolas? ¿Fue sólo el aumento a las retenciones? ¿Fue sólo el particular estilo del discurso del martes?
Francamente, no lo creo. El conflicto entre el Gobierno y el campo estaba encapsulado desde 2005, y las frustraciones de los diferentes sectores que lo conforman trascienden el tema del aumento de las retenciones y pueden ubicarse en cuestiones más generales relacionadas con la falta de políticas para el sector, el control de precios, el costo de los insumos, etc. Tampoco el cacerolazo tuvo que ver con una identificación de sectores de la clase media con el campo por reclamos que ni siquiera comprenden bien. Fue más bien la oportunidad para canalizar el descontento que está presente en sectores importantes de la población, descontento que, ciertamente, el estilo confrontativo e intemperante de CK el martes 25 alimentó como nafta en una hoguera.
Fue la incertidumbre sobre la inflación, la inseguridad, el temor hacia el futuro, la crisis de expectativas lo que produjo el cacerolazo. La propia estrategia de dicotomización del espacio político –de la cual el ex presidente Kirchner supo sacar partido– ha perdido su atractivo en una sociedad que se ha cansado de las divisiones.
Sería bueno que los políticos apelaran más a las ciencias sociales para que los ayuden a interpretar la raíz de los humores sociales y no para traducir en numeritos y estadísticas, percepciones momentáneas u opiniones volátiles.
*Directora de Römer y Asociados.