Viene de: “En defensa de los idiotas útiles y los estúpidos progresistas (I)”
La agresividad aumenta el rating, la violencia oral atrae en Twitter o frente a un micrófono. La altisonancia y el insulto agregan contundencia cuando lo que se expresa carece de ella. Es barato porque requiere menos esfuerzo cognitivo que una idea demoledora.
Que personas muy formadas y con recursos intelectuales de sobra apelen a la oratoria vulgar propia de otros géneros discursivos se explica por el veneno que sigue introduciendo en la sociedad la grieta y la ansiedad que genera en comunicadores y políticos (cada vez más la misma profesión) la hiperinmediatez de las redes sociales y el minuto a minuto de la televisión.
En la columna precedente se analizó la calificación de Carrió de estúpido progresismo a quienes se oponían a su posición, principalmente la diputada Stolbizer, y que los periodistas Lanata y Sirvén llamaron idiotas útiles a los colegas que firmamos una solicitada en defensa de Página/12.
Ser apodado el D'Elía de Macri ofendió al diputado electo que hizo de lo tajante su sello
Continúa ahora con otra persona que escribió en las publicaciones de Editorial Perfil, Fernando Iglesias, en su caso columnista de la revista Noticias hace una década, que nos envió a Gustavo González, a Edi Zunino y a mí este mail: “Queridos ex amigos: Es para comentarles que la actual forma de hacer periodismo de Perfil también me parece desastrosa. Lo hago ahora, que todavía no soy funcionario. Hay que caer muy bajo para lo de ‘el D’Elía del PRO’”.
La “actual” forma de hacer periodismo de Perfil es la misma de una década y dos atrás, cuando coincidíamos con Carrió, Lanata, Sirvén e Iglesias en criticar a cada gobierno mientras estaba en poder y no sólo al anterior, que ya se había ido.
Iglesias se ha dedicado a la política y logró, con una retórica provocadora, instalarse como vocero confrontativo de Cambiemos en los medios. Y gracias a esos servicios, ser candidato a diputado, electo en octubre y en ejercicio a partir de diciembre. Pero no fue Perfil la que lo calificó de “D’Elía del PRO” sino que surgió de la polémica por Twitter que se citó en la nota de Perfil.com: “Todo comenzó con un mensaje del usuario David Vincent (@davidvincent97) que tuiteó: ‘Qué desastre el programa de O’Donnell’”. Minutos más tarde, provocando como suele hacer en Twitter, Iglesias agregó: “‘El programa de’ está de más”, para dejar en claro que le parecía un desastre todo lo que hace la autora de numerosos libros de investigación. “Señor diputado electo de Cambiemos ¿por qué agrede así?”, preguntó O’Donnell. Un comentarista (@lecalo37) salió a defenderla y le dijo: “Porque es el D’Elía de Cambiemos”, a lo que ella agregó: “Un poco sí”. Iglesias arremetió: “No es una agresión. Es una opinión. Creo que tu forma de hacer periodismo es desastrosa. La vara de Africa por doce años. La de Suiza, hoy ”, dijo, para cuestionar las críticas de O’Donnell hacia el show mediático que se montó sobre la detención de Amado Boudou.
María O’Donnell, como Romina Manguel o Reynaldo Sietecase, entre tantos otros, integran el grupo de periodistas que en los medios audiovisuales enfrentan la grieta en su propia audiencia. Es más fácil para los periodistas de gráfica, que no estamos expuestos a los llamados de los oyentes o al rating minuto a minuto de la televisión, sentirnos menos influidos por el fanatismo del momento.
Hasta en programas como Animales sueltos, cuando Fantino comenzó a criticar a Aranguren por los Paradise Papers esta semana, el rating le bajó a la mitad. Pero lo que más les duele a los periodistas son las críticas personales que reciben en las redes sociales, donde los insultan y acusan ante la menor diferencia con el gobierno de Cambiemos. Si por firmar una solicitada los propios colegas califican a sus pares de idiotas útiles, lo que dice la gente amparada en el anonimato no tiene límite.
La autocensura que están generando en los periodistas las críticas inmediatas que recibe su trabajo en las redes sociales está llevando al paroxismo la espiral del silencio descripta por la politóloga alemana Elisabeth Noelle-Neumann a fines de los 70, cuando era la televisión el medio de masas. El temor al aislamiento hace a las personas reprimir sus ideas y adaptarlas al pensamiento predominante. Los vibrantes activistas del relato de época enmudecen al resto ejerciendo una forma de control social sobre los que opinan distinto, disciplinando a la mayoría, que se rinde frente a la fuerza superior del “clima de opinión”.
Si Hubris fue la teoría de ciencias sociales con Cristina, el cono del silencio lo es con Macri
Como sucede hoy con las lecciones de medio turno con Macri y sucedió en 2005 con Kirchner y en 1993 con Menem, cuando se percibe que el gobierno será reelecto dentro de dos años y tendrá seis años más en el poder, la espiral ascendente hace que las ideas de una minoría suban y se conviertan en mayoría aplastante por la autocensura de las demás. Esto fue así desde la aparición de la televisión y se potencia ahora con las redes sociales.
Las redes sociales facilitaron la creación de la mayor policía ideológica de todos los tiempos porque con retuiteos se puede linchar mediáticamente a cualquier periodista en pocas horas. Un periodismo que no pueda ser crítico de su gobierno o sobre determinados temas tabú no podrá cumplir una de sus funciones esenciales. Me refiero a un periodismo ponderado y no al fanático de lo opuesto, que en su exageración se transforma en un espectáculo poco verosímil que, al caer en lo cómico, se hace intrascendente, como sucede en algunas radios y canales de noticias.
Los periodistas debemos desarrollar una piel más resistente a los insultos y críticas personales porque el actual ecosistema comunicacional hace estrellas mediáticas a quienes construyen con la diatriba su notoriedad.
Nuestra más importante e insustituible función es ayudar a la audiencia a superar sus propios prejuicios y a mantener ejercitada su mente con ideas que contradigan sus creencias, amortiguando así la fuerza embrutecedora del cono del silencio.