Qué ‘dedos mágicos’ va a inventar usted para poner en orden los átomos de modo tal que, en vez de llenar un cuenco con agua, lo llenemos con frutillas maduras o con diamantes?”, le soltó –palabras más, palabras menos–, en el año 2003 el Premio Nobel de Química ’96, Richard Smalley, a Eric Drexler, un ingeniero que popularizó la potencialidad de la nanotecnología molecular. “¡Déjese de aterrar a los niños con hordas grises de nanobots (grey goo de robots nanotecnológicos) que piensan, que son autorreplicantes, que mastican todo en su derrotero y a los que nada detiene hasta acabar con el mundo!”, lo amonestó.
Un nanometro equivale a la millonésima parte de un milímetro, algo así como el tamaño de cinco átomos, y la nanotecnología es una nueva ciencia que especula sobre la posibilidad de manipular átomos para crear materiales nuevos e intervenir en una escala submicroscópica. Para fatalidad de Smalley, Drexler le contestó, y en el curso del debate científico pudo probarse que las afirmaciones del Nobel acerca de los límites de la química de enzimas eran erróneas en los hechos, así como que sería cometer una enormidad de lesa pequeñez ignorar la posibilidad de que el hombre construya factorías moleculares (química asistida por nanomáquinas), para lo cual es preciso obtener recursos y seguir investigando.
Lo cierto es que las nanofotografías exhiben una pequeña esfera azul maquillada con sombra en los lados de sus gajos cuadrados, de la que crecen aguijones de color azafrán, cuyas dos extremidades terminadas en finos estambres nacarados curan un alvéolo pulmonar humano que parece el suelo de la Luna: un nanobot trabajando. La nanotecnología se emplea hoy en medicamentos, reactivos para diagnósticos, jeans impermeables, vidrios que se limpian a sí mismos, pantallas solares, aditivos para alimentos, chips, sensores, materiales resistentes. Alan Windle, profesor de Ciencias de los Materiales de la Universidad de Cambridge, en Inglaterra, utilizó nuevas fibras de nanotubos de carbono que se rompieron a unos seis gigapascales, superando al Kevlar, que se emplea en los chalecos antibala. Como en el suplicio de Tántalo, a quien se ofrecían frutas provocativas que un ventarrón le impedía alcanzar, en el horizonte esperan maravillas tales como la electrónica molecular. “¿Cómo piensa usted reemplazar el genio del agua para orquestar estructuras y membranas tridimensionales precisas?”, aguijoneó Smalley a Drexler. Sin embargo, el argumento de Smalley colapsó. Se pueden evitar reacciones indeseables de los átomos en condiciones de vacío, usando solventes orgánicos o en fase de vapor. Con todo, la naturaleza es todavía la más eximia nanotecnóloga del planeta: el virus de la neumonía atípica (SARS) es la clase de máquina molecular autorreproductora e implacablemente eficiente con la que los científicos sueñan.
Pero no sólo maravillas hay en el futuro. Los sistemas de manufacturas a escala molecular podrían ser capaces de producir armas tan poderosas como las nucleares, pero más selectivas, fáciles de fabricar y simples de detonar. No sólo eso. Pat Mooney, el canadiense que dirige el Grupo de Acción sobre Erosión, Tecnología y Concentración (ETC) y premiado con el Nobel alternativo (Right Livelihood Award), indicó: “… sin que la sociedad lo haya advertido, estamos pasando de los productos genéticamente modificados a los productos atómicamente modificados, de la ingeniería genética a la geoingeniería (la manipulación del clima y de los fenómenos naturales), de los transgénicos a los ‘transatómicos’, sin el análisis y la precaución que serían necesarios debido a los alcances de estas tecnologías”. Mooney considera, además, que serán negativos los impactos económicos sobre los países menos desarrollados, debido a la sustitución de materias primas. Se está utilizando nanotecnología para reemplazar materiales como el caucho de los neumáticos, y se usan nanopartículas para crear textiles sintéticos que ‘no se manchan’ y que, a diferencia de la revolución del nailon y el poliéster, darán la sensación de suavidad y frescura del algodón. “… actualmente, más de 100 millones de familias dependen directamente de la producción de algodón y para 22 países de Africa es una exportación clave de sus economías.” La casa de cosméticos L’Oréal comercializa productos con nanopartículas que facilitan la absorción, a pesar de que desde 1997 las universidades de Oxford y Montreal afirmaron que las de dióxido de titanio y las de zinc que contienen los bloqueadores solares producen radicales libres en la piel y dañan el ADN. La firma replicó anunciado que las nanopartículas se sintetizaban con una recubierta que combatía los radicales y protegía el organismo. Algunas damas replicaron afirmando que la belleza siempre es perentoria y que el ADN bien puede esperar. El Centro de Nanotecnología Biológica y Ambiental de la Universidad de Rice, por su parte, informó que las nanopartículas se acumulaban en el hígado y riñones de los animales sobre los que se realizaban pruebas, originando tumores. (Aquí, la acción se retrotrae a 1814, cuando a punto de morir de un cáncer de lengua, Juan José Castelli escribe a su médico: “… si ves al futuro, dile que no venga”.)
Las tareas por delante son ciclópeas. Es necesario dar el debate social respecto de estas cuestiones, evaluar los impactos potenciales sobre las comunidades, tomar medidas para que la brecha tecnológica no despoje aún más a los que tienen menos, despejar los interrogantes acerca de la toxicidad de las partículas manipuladas, regular las aplicaciones militares de la nanotecnología, no descuidar la aparición del nanoterrorismo, fijar prioridades de asignación de recursos, optimizar los existentes. Si es posible que desde computadoras hasta armas pasando por artículos de consumo se vuelvan progresivamente más baratos y fáciles de fabricar con el artificio de poder cambiar de lugar algunos átomos evitando reacciones no previstas, las implicancias políticas de estos eventos son incalculables. Chris Phoenix, director de Investigaciones del Centro de Tecnología Responsable (CRN) de Gran Bretaña, subrayó la necesidad de políticas públicas en estas cuestiones, frente a los sorprendentes resultados de un proyecto fondeado con recursos del gobierno inglés. Estos son los gigantescos títulos de lo infinitesimal.
En la inquietante película Nada más que la verdad, del director alemán Roland Suso Richter, se desarrolla la ficción de que el médico nazi Menguele es sometido a juicio en su país luego de vivir oculto más de 40 años en Argentina. En un determinado momento, la asombrosa máscara de Götz Georg, el actor que desempeña el papel del exterminador agonizando por un cáncer a los huesos, dice sobre los jóvenes nacionalsocialistas: “… ¡tan fáciles de manipular y tan difíciles de controlar!”. Sin esfuerzo, responsabilidad, ética y encuadre legal, lo mismo podrá decirse de los nanobots y las nanopartículas.
*Ex canciller.