El asesinato a mansalva de Mariano Ferreyra ha pasado a engrosar la interminable y desgarradoramente larga lista de muertes violentas producidas por el fatídico germen de la intolerancia que asuela a nuestro país desde la génesis misma de su historia. Si no se la ubica en este contexto y si no se reflexiona sobre el significado de este ambiente de antagonismo que hoy ha reaparecido en la Argentina, estaremos condenados a repetir esta historia de dolor irreparable.
Hay que decirlo claramente: no hay ningún elemento que indique que el Gobierno haya tenido algo que ver con la trama de este asesinato. Sin embargo, desde un punto de vista político, el Gobierno ha hecho y sigue haciendo mucho para construir ese clima de antagonismo que actúa como predisponente para la generación de circunstancias que tienen la potencialidad de desencadenar acciones violentas siempre repudiables.
Hay que recordar que el gremio que comanda José Pedraza tuvo activa participación en el acto que organizó Hugo Moyano el viernes 15 en River. Hay que señalar, también, que el mismo Pedraza viene haciendo exhibición de fe kirchnerista desde hace tiempo, exhibición que se ha visto reforzada en las últimas horas. Esta, y otras, constituyen las muestras más claras de que el kirchnerismo se ha terminado de recostar sobre quienes representan la consagración de las peores prácticas sindicales. Curiosa parábola la de los Kirchner –en realidad toda la evolución de la carrera política del matrimonio presidencial es una curiosa parábola llena de contradicciones–, que de haber prometido ponerse a la cabeza de un proceso destinado a lograr el adecentamiento de las prácticas gremiales, han terminado asociados a muchos de los que son sospechados de reivindicar las peores de esas prácticas. Alguna vez a Cristina Fernández de Kirchner le tocó ser víctima de las actitudes intolerantes promovidas por Luis Barrionuevo. Hoy, varios de los dirigentes sindicales que se asocian al Gobierno hacen lo mismo que le criticaron al inefable líder de los gastronómicos.
El Gobierno quedó en estado de shock tras el asesinato de Mariano Ferreyra. La primera preocupación no fue la de esclarecer el hecho o contactarse con la familia o los dirigentes del Partido Obrero que acompañaban a la víctima, sino la de evitar pagar cualquier costo político. Alguien encontró, entonces, un elemento de contragolpe: echarle la culpa al ex presidente Eduardo Duhalde. “Hay que insistir con la teoría conspirativa y tirarle el muerto a Duhalde”, fue la expresión brutal con la que una de las nuevas “luminarias” de la comunicación oficial definió, frente a alguno de sus subordinados, la estrategia del Gobierno en la mañana del viernes. Está claro que lo que más le ha preocupado al oficialismo es no quedar pegado a este acto de barbarie. En pos de ello, se han dicho cosas que a otro gobierno le hubiera valido el repudio de muchas de las organizaciones sociales y de derechos humanos que hoy tienen sintonía con el oficialismo.
“Hay algunos que hace tiempo que buscan un muerto”, fue una de las primeras declaraciones que se le escucharon a la Presidenta una vez que recuperó la locuacidad perdida tras las primeras horas de conmoción. Consciente o inconscientemente, lo que la Dra. Fernández de Kirchner hizo fue adjudicarle culpa y responsabilidad en el asesinato de Mariano Ferreyra a la organización de la que él mismo formaba parte en vida.
“Ayer tarde –por el jueves– he recibido a las Madres de Plaza de Mayo, a artistas e intelectuales para expresarme su repudio por el hecho”, dijo la Presidenta en uno de sus tweets del día viernes. Cabe preguntarse, pues, por qué fue que la Dra. Fernández de Kirchner no tuvo la misma disponibilidad para recibir a alguno de los dirigentes que participaron de la marcha a Plaza de Mayo ese mismo día y que le solicitaron una breve reunión. A ellos los recibió el poderoso secretario general de la Presidencia, Oscar Parrilli, que los despachó rápidamente y con la promesa de la nada.
“Si levantan la marcha reincorporamos a los despedidos y los hacemos pasar a planta y bajo el ámbito de la Unión Ferroviaria”, fue la oferta que, a manera de canje y en clara demostración de la preocupación que en el oficialismo produjo la manifestación del jueves, recibió un líder del Partido Obrero de parte de una voz que hablaba en representación del Gobierno y de la CGT. La Presidenta, que en uno de sus tweets de ayer citó una frase de la fiscal de la causa Cristina Caamaño para acusar a los compañeros de Mariano Ferreyra de usar “la muerte de Mariano para que los reincorporen”, debería indagar quién llevó adelante esa propuesta desde el oficialismo. Ello se desprende de las declaraciones que en las últimas horas del viernes último hizo Néstor Kirchner. “Va a haber novedades”, sentenció el ex presidente en funciones. Es evidente que cuando el Gobierno quiere que algo avance, lo logra. Con el mismo ahínco sería bueno saber quién dio la orden para que los dos patrulleros que estaban en el lugar actuando a manera preventiva se retiraran, dejando la zona liberada para que los agresores fueran a la caza de sus víctimas.
Una de las consecuencias del asesinato de Mariano Ferreyra han sido las denuncias que han hecho, con contundencia y sin eufemismos, varios de los que participaron en la protesta del trágico jueves pasado. Las acusaciones con pelos y señales contra José Pedraza han puesto en el tapete, otra vez, la existencia de dirigentes sindicales, devenidos empresarios ricos, que, además, reproducen en sus emprendimientos altos niveles de precariedad laboral.
En este contexto recobran fuerza las denuncias hechas en su momento por la ex ministra de Salud Graciela Ocaña, cuando acuñó el término “Moyanolandia” para graficar la situación antes descripta.
El matrimonio presidencial debería aprovechar este triste momento para reflexionar sobre sus conductas. Tanto Néstor como Cristina Kirchner han hecho, y mucho, para fortalecer a figuras como Hugo Moyano, que han hecho de la prepotencia y el odio un dogma, sumado al fomento del modelo de un país bipolar en el que reina el concepto del uno contra el otro en vez del uno con el otro. En una sociedad así, la aparición de un muerto era cuestión de tiempo. Se impone la necesidad de que no haya otro Mariano Ferreyra nunca más.
Producción periodística: Guido Baistrocchi