El ruido político en Argentina parece haberse convertido en el lenguaje predominante. Como en un monasterio donde la paz es rota por visitantes ruidosos, la escena política se ve constantemente interrumpida por peleas, declaraciones extravagantes y agresiones permanentes. Las tres "castas" que se disputan el poder —la aspiracional de La Libertad Avanza, los que perdieron el poder y buscan recuperarlo, y los que, camuflados en el massismo y La Cámpora, se aferran a sus privilegios— no cesan en su lucha por protagonismo.
El maestro Zen decía que "el silencio no es la ausencia de sonido, sino la ausencia de ego". En la política argentina de hoy, el ego es quien manda. Javier Milei ha construido su campaña sobre el ruido. Con un estilo agresivo y provocador, ha capturado la atención mediática y el respaldo de una parte importante del electorado. Este enfoque no es accidental; es una estrategia que le garantiza titulares y lo mantiene en el centro del debate.
Cristina Kirchner no ha dudado en torpedear a Milei. Ambos líderes, expertos en la política del enfrentamiento, se ven beneficiados por el conflicto. Para los kirchneristas, cada intervención de la expresidenta es una jugada maestra; para los libertarios, cada respuesta de Milei es otra muestra de la genialidad de su líder. Entretanto, los sindicatos y las fuerzas del peronismo duro que no comulgan con el kirchnerismo braman, resentidos por ser dejados de lado mientras otros toman decisiones que los afectan directamente.
La política argentina se ha convertido en una danza de egos, mientras los temas que verdaderamente importan a la gente —como el trabajo, la educación, las jubilaciones y la seguridad— quedan relegados. Los jóvenes, cada vez más desilusionados, siguen buscando su salida en Ezeiza, y el presidente parece más interesado en dar clases de economía a una audiencia reducida que en ofrecer soluciones al conjunto de la sociedad.
Este juego de poder tiene un costo. Mientras los políticos se entretienen con sus disputas, la gente, cada vez más agotada, clama certezas para el futuro. Las discusiones sobre las "castas" que gobiernan y gobernaron solo distraen de lo esencial: la urgente necesidad de un rumbo económico claro que brinde estabilidad y crecimiento.
Desde el exterior, la economía argentina provoca fascinación y desconcierto por igual. Para algunos, es un experimento económico digno de estudio; para otros, un misterio cómo el país sigue funcionando a pesar de sus recurrentes crisis. Sin embargo, esta admiración es más fácil de sostener desde lejos, fuera de la jaula que representa la dura realidad económica de millones de argentinos.
¿El déficit fiscal cero será la fortaleza o el talón de Aquiles de Javier Milei?
Los economistas locales, por su parte, ven la situación con mayor claridad. El cepo cambiario, una de las herramientas más controvertidas, sigue siendo un punto de discordia. Mientras el Gobierno insiste en que el problema es comunicacional, la realidad es que la falla radica en la ausencia de un programa económico integral.
¿Es posible generar crecimiento y dólares con el modelo actual? Muchos creen que no. El cepo, aunque puede estabilizar temporalmente la situación, representa una traba para el desarrollo de sectores clave como el agro, la industria y el comercio exterior. Mientras algunos temen que levantarlo provoque una nueva crisis, mantenerlo solo prolonga el estancamiento y la incertidumbre.
Argentina necesita una corrección de fondo. No se trata de aplicar parches ni de hacer ajustes superficiales. El país requiere un plan económico integral que genere confianza, inversión y empleo. Pero para eso, hace falta abandonar el ego y resistir la tentación de usar la economía como una herramienta política de corto plazo.
Cristina Kirchner y su desconexión con la realidad
El Gobierno parece no entender que la economía no se arregla con discursos, sino con acción concreta. Mientras siga viendo la situación como un problema de comunicación, las soluciones reales seguirán postergándose. No podemos permitirnos más improvisaciones: necesitamos un cambio estructural que unifique los consensos posibles y deje de lado los imposibles, para no perder más tiempo.
Nos encontramos nuevamente en una grieta, pero esta vez el riesgo es mayor. No se trata solo de una fractura política, sino de una división social profunda que, si no se atiende, podría arrastrar al país al abismo.
ML