Antes de Malamadre, hice un documental con límites difusos entre el arte y el video institucional, se trata de Furia travesti: una historia de traVajo, que se hizo en colaboración con la Cooperativa Nadia Echazú, primera cooperativa de trabajo para travestis y trans. En el contexto del rodaje, volviendo en colectivo junto a Marlene Wayar, comento anonadada lo denso de algunas miradas. Marlene se sonríe y me explica algo de lo importante que es tomar el propio lugar y cambiar el mundo desde ahí. No entiendo bien, y se me debe ver en la cara, porque me mira la panza (al momento cursaba el sexto mes de embarazo) e insiste: “Por ejemplo, ahora a vos te va a tocar ocupar el lugar de las madres”.
Comprando cotonetes en la cooperadora del jardín para el acto de los Conejitos, me dieron ganas de llorar. Pero no digo nada. Asentí, como si entendiera.
Mis hijes crecen y entran al jardín. Al margen de todo lo importante que sucede en sus vidas, se da un cambio fundacional en la mía: aparecen las comadres.
La puerta de la escuela se vuelve el lugar más acogedor del universo: las comadres me abrazan y tranquilizan cuando comento que me muero de angustia porque me saqué con les chiques. O porque se enfermaron y me siento responsable. O… más tremendo aún: cuando confieso que me muero de ganas de estar sola un rato.
Lo mejor que me dio la maternidad, después de mis hijes, fueron las comadres.
Decido que ya es tiempo de pensar en algún proyecto que nos haga honor. Estoy habitando con gusto el “lugar de las madres” del que me hablaba Marlene. Y empieza a gestarse Malamadre.
Tiempo después, me encuentro por casualidad y magia con Carolina Alvarez, productora y feminista. Le digo tímidamente mientras compartimos un viaje que tengo un proyecto de documental en el que las mujeres que son madres cuenten aquellas contradicciones que les produce la maternidad.
Carolina se sube al tren. Salimos en busca de fondos, y de madres. En este caso, la intención era homenajear a mis comadres, pero buscar personajes un poco más allá de mi círculo íntimo.
El principal desafío de la película fue encontrar mujeres madres cuyas experiencias de maternidad fueran lo suficientemente diversas como para evitar un coro de afirmadoras de mis propias teorías. Así, la producción salió en busca de madres solteras, madres en parejas tradicionales, lesbianas, madres adoptivas, madres de clase media, de clase alta y de clase baja; madres de bebés, de hijes adolescentes y de adultes. ¡Todas las madres todas!
Lo más espectacular del proceso, en mi opinión, fue que pudimos comprobar de manera empírica que ¡no hay recetas! No hay una forma única de ser madre. Ni siquiera existen los mismos ideales, ni tampoco los mismos mandatos. Tengo, por supuesto, recuerdos mágicos de las entrevistadas. Situaciones en las que no podía creer. ¿¡Cómo no lo pensé así!? Pero me las guardo, porque quizás lo más lindo de este documental es que para cada “espectadorx” hay circuitos de empatía distintos...
Hace tiempo leí a une amigue hablar de esta época como una época en la que hay que habitar las incomodidades con gozo. Una suerte de “elogio a la incomodidad”. Le misme amigue dijo luego de ver Malamadre que se trata de una película “incómoda” y yo lo sentí como un halago. Habitar un lugar que reúna el amor, el arte, la política, el activismo y la inconveniencia es de lo más lindo que se me pueda ocurrir. Y eso estamos haciendo.
Por nuestras madres y abuelas, por las maestras elegidas, por las comadres y, por sobre todas las cosas, para pensar en un mundo mejor para nosotres y les hijes de todes es que hicimos Malamadre.
*Directora de Malamadre.