Más que un gran dato de la economía es un hito numérico. Al posicionarse cerca de la barrera de los $ 200 para el dólar paralelo, más que la cotización de la moneda norteamericana, lo que volvió a la luz es su rol como termómetro de la temperatura de la economía argentina. Y como ocurrió otras veces, produjo una grieta entre el Gobierno que intenta minimizar el tema y oposiciones que lo magnifican. El clásico ninguneo que es un mercado marginal y sin importancia, no tardó en llegar. También que lo manejan cuatro cueveros vip con lazos interesados de color amarillo globo. Una versión más amigable que la fatídica frase del ex presidente del Banco Central Alejandro Vanoli, cuando habló del “dólar cocaína”. Y desde el otro lado de la grieta financiera, que es el inicio de una carrera hacia la hiperinflación con parada en una crisis bancaria y un rodrigazo estilo siglo XXI.
Lo cierto es que cambiar un billete con una ballena austral por el que tiene la cara de George Washington, debería ser una operación rutinaria, pero no lo es. Para empezar, no podemos hablar de uno sino de varios dólares: además del que cualquiera puede conseguir en el arbolito de confianza, están los otros a los que se accede, con mayor o menor suerte, desde los portales de home banking o de comercio exterior. Desde el que figura como “Banco Nación” al que accederían sin problemas los importadores si no hubiera cepo, al que podrían liquidar los exportadores si no tuviera retenciones; pero también los tipos “solidarios” con o sin el impuesto adicional y que al fin de cuentas, es por el que se liquidan los consumos en el exterior; el tipo de cambio aplicado a ciertos gastos dolarizados (el “dólar Netflix”) y los tipos de cambio financieros: el “Bolsa”, el contado con liquidación (CCL) y el CCL “libre”, que fue la vedette de la semana pasando los $ 215 en algunos casos. Ocurre que tanta diversidad de valores esconden el verdadero precio del dólar, lo que impide una comparación más homogénea y que cada cual tome el que más se acerque a sus intereses.
Así, el valor redondo de $ 200, el “dólar ballena”, intenta ser descalificado por quienes defienden los resultados de la política económica, sin advertir que el mejor elogio es el resultado mismo de un año de buenas y malas praxis de política económica. En realidad, hace poco más de un año, la divisa también amenazaba con seguir su carrera de recuperación en la pandemia con tanta fuerza que obligó a este mismo gobierno a girar 180 grados en su política monetaria y comenzar a ocuparse de contener los precios mediante operaciones de mercado de bonos, algo más del cepo cambiario y contención de las tarifas. Fue un éxito: el dólar subió solo 5% mientras que la inflación en ese lapso trepaba más del 50%.
Sin embargo, ahora, las presiones no pueden ser contenidas con las mismas recetas por dos razones: el Banco Central tiene menos poder de fuego (caída visible en la cantidad de reservas de libre disponibilidad) y acumuló distorsiones que se esperan tengan que reacomodarse luego de las elecciones. Es decir, las expectativas, que siempre están para torcer el rumbo del mercado de libre competencia, ahora juegan más fuerte sin que el Gobierno pueda hacer mucho más que lo que intenta con argumentos gastados y alguna restricción que saca de la galera, como el límite a las tenencias promedio de los bancos en cada mes. La cotización en las pantallas de $ 200 o más, no hace más que reflejar esta incertidumbre. La piedra con la que la economía argentina tropieza una y otra vez: carecer de un rumbo elaborado sobre la base de un consenso, con realismo y ejecutado con acierto. Sin esta condición necesaria, siempre habrá golpes de suerte (buena o mala), una cosecha salvadora o magra, pero no la proactividad que el salto de calidad que requiere el país exige con la frustración que trae el balance de cada año, desde hace décadas. Al menos, la última (2011-2021) nos depositó en el nada envidiable lote de países con crecimiento nulo. Estancados, buscando algo a qué aferrarse. El dólar no es más que eso: un salvavidas en la tormenta.