Imagine, lector, el siguiente escenario. Gana Massa las elecciones y asume acusando al kirchnerismo de ser responsable por todos los males del país. Así, Massa le hace al kirchnerismo lo que Kirchner le hizo al menemismo: habiendo sido parte de él, luego parece convertirse en el opuesto para, en el fondo, ser lo mismo.
Imagine, lector, ahora que no gana Massa sino Macri; ¿qué cree que pasará con los miles de funcionarios nombrados por La Cámpora para “perpetuarse en los poderes fácticos”? Se harán casi todos PRO y pasarán a vestir camisetas amarillas de la misma forma que los de la Ucedé se hicieron menemistas y después kirchneristas. En la gran mayoría de ellos no hay ideología ni revolución, sino cargos y dinero.
Eso mismo que pasa en la política también pasa entre los empresarios y entre los medios de comunicación. En su gran mayoría, todos se harán oficialistas durante los primeros años de cada gobierno, acompañando cómodamente el humor social, tratando de maximizar su beneficio.
Y en esos primeros años es cuando se planta el huevo de la serpiente. Es entonces, al comienzo, cuando con más resistencia los poderes fácticos –si realmente lo fueran– deberían ejercer su poder de veto. Pero un conjunto de personas físicas o jurídicas tratando desesperadamente de beneficiar su situación personal con el menor costo posible no es un poder fáctico sino, apenas, un grupo de individuos guiados por un egoísmo miope, equivalente a ganar al póquer en el Titanic.
Por eso, Néstor Kirchner se los “cargó” a casi todos en cinco minutos y cascando apenas a uno o a dos de los más representativos de cada sector, atemorizó a todos los demás. Esa es la lección para aprender.
El lunes pasado, en la Bolsa de Comercio, durante la entrega del Premio Fortuna a la trayectoria a Alfredo Coto, recordé cuando en nombre de todos los empresarios le tocó presidir el Coloquio de IDEA en Mar del Plata en 2005 y, por osar mencionar que la inflación sería del 12%, Néstor Kirchner lo zamarreó públicamente diciéndole con tono amenazante: “Yo te conozco”, el eslogan de su supermercado. Claro anticipo de lo que tres años después sería el “¿Qué te pasa, Clarín? ¿Estás nervioso?”.
Pero en 2005 ni Clarín ni la mayoría de los medios de comunicación y empresarios salieron a defender a Coto. Al contrario, muchos con la misma picardía (tan distinta a la inteligencia pero tan confundida con ella en el subdesarrollo) de Kirchner legitimaban con su presencia y aplaudían –por ejemplo– siendo banqueros el “plan de créditos hipotecarios con igual cuota que un alquiler” que lanzaba el Gobierno antes de las elecciones, sabiendo que era un oxímoron porque si eso fuera posible, nadie alquilaría en el mundo, pero justificándose en que total era para la tribuna y después de las elecciones todo quedaba en el olvido.
Ahora se enfrentan a la nueva Ley de Abastecimiento y escuchan decir a la Presidenta que las automotrices “encanutan” los autos para no venderlos a un precio actual que –suponen– aumentará mucho en pocos meses.
Encanutar es poner algo en forma de un canuto (tubo de largo y grosor poco considerables). Pero más que metáfora de lo que harían las automotrices o de lo que hizo el kirchnerismo últimamente con el desarrollo económico, es una señal de la evolución que sufrió el lenguaje presidencial, del doctoral plagado de números y citas de cuando Cristina Kirchner fue electa en 2007, a este más popular de los últimos años. Y es una metáfora del achicamiento de nuestra calidad política.
Mientras nosotros discutimos la Ley de Abastecimiento, en Brasil la candidata que corre por izquierda al Partido de los Trabajadores de Lula y Dilma Rousseff, Marina Silva, propone dar por superada la etapa de crecimiento promovido por la exportación de materias primas, ya que los precios de las commodities parecen haber rebotado, y en su lugar, modernizar Brasil, integrándolo al mercado mundial, que compite por productividad.
Marina Silva, la ahora líder radical del Partido Socialista Brasileño (disuelto durante la dictadura), propone un Consejo de Responsabilidad Fiscal que funcione sin vinculación con el gobierno, menor intervención del Estado en la economía, independencia absoluta del Banco Central, mejora del clima de negocios, junto con un premio salarial para los funcionarios y los maestros según su desempeño, boleto gratuito para estudiantes y destinar 10% del presupuesto nacional a la salud pública.
Mientras tanto, en Argentina, la Ley de Abastecimiento contó con media sanción este jueves en el Senado y será aprobada en Diputados la próxima semana.
Como contracara de esa Ley de Abastecimiento, también llamada “ley antiempresa”, en la citada entrega de los Premios Fortuna, se recordó a dos empresarios fuera de serie recién fallecidos: Pascual Mastellone y Néstor Odebrecht. El primero fue premio a la trayectoria en el año 2010, y la filial argentina de Odebrecht (que en Brasil es el principal empleador privado) fue distinguida como mejor empresa del año.
En el mundo ya nadie discute el papel fundamental de las empresas como polea del crecimiento económico. Pero Néstor Kirchner, en lugar de cicatrizar la frustración social de 2002, aprovechó los prejuicios demagógicamente y esa herida para agrandarla, recreando una falsa lucha de clases que termina empobreciendo a todos.
Los poderes fácticos tienen la responsabilidad de no haberse opuesto desde el comienzo a un modelo de división que claramente iba a terminar con una nueva frustración social. Oponerse cuando el humor social comienza a cambiar llega tarde y no repara el daño.