El método de la encuesta por muestreo es un producto de la tardía modernidad. Apareció sobre la tierra hace ochenta años, cuando se establecieron los fundamentos que lo hicieron posible: la teoría estadística del muestreo de poblaciones y la teoría psicosocial de la medición de actitudes. Cuando el desarrollo científico en las primeras décadas del siglo XX alcanzó respuestas aceptables en esos dos campos, las encuestas se tornaron viables. Su primera aplicación resonante tuvo lugar en la campaña electoral de Franklin Roosevelt; las encuestas que entonces se manejaban eran consideradas secretos de inteligencia de altísimo valor. De pronto, resultaba posible ayudar a un candidato a aplicar una estrategia de campaña con fundamentos “objetivos”. Hacia 1946, un pionero de la estadística aplicada, Leslie Kish, se vanagloriaba de haber demostrado que con una muestra nacional de 600 casos pudo anticipar el ajustado triunfo de Harry Truman en la elección presidencial. Era contundente: la calidad de una muestra era mucho más decisiva que el tamaño.
La encuesta por muestreo impulsó nuevos desarrollos en las ciencias sociales. Su uso se difundió rápidamente. En pocos años apareció una nueva disciplina donde antes no había nada: la opinión pública. Durante un tiempo, la abundancia del nuevo tipo de información generada por las encuestas impulsó un notable desarrollo de la teoría social. Pero la tendencia predominante en la historia del mundo moderno, que está en la raíz del conocimiento científico desde el siglo XV, continuó implacablemente: un “desarrollo desigual” entre la teoría –la capacidad de interpretar, de dar significado a los datos disponibles– y los datos, la información sobre la realidad generada por los instrumentos de observación de las distintas disciplinas científicas. En ciclos reiterados, de duración variable, se suceden en los últimos cinco siglos períodos de amplia acumulación de datos y períodos de profundos avances teóricos. Thomas Kuhn, el filósofo de la ciencia, llamó a los primeros “ciencia normal” y a los segundos, “saltos revolucionarios”.
Las ciencias sociales pasaron por esas fases; la disciplina especializada en las encuestas, aun en su corta vida, también. Pronto sucedió que la masa de datos producida por las encuestas, cada vez más abundantes, desbordaba y desplazaba al trabajo teórico. Hacia las décadas de los 50 y 60, después que algunos grandes del pensamiento teórico hubieron sembraron sus semillas, surgió la crítica al “empirismo abstracto”, el excesivo apego a los datos. Robert Merton abrió su colosal libro sobre la teoría y la estructura social con dos capítulos, que en su tiempo fueron muy influyentes, sobre las relaciones entre la teoría y la investigación. Por esos años, C. Wright Mill, un sociólogo norteamericano “crítico”, había publicado su libro La imaginación sociológica con duras críticas a la investigación por encuestas. Eran señales de alerta ante el riesgo de que la investigación siguiese el camino de la sobreabundancia de datos con poca comprensión de la realidad.
Se produjo entonces el impacto de dos líneas teóricas que influyeron enormemente el campo: la semiológica por un lado, la línea del rational choice por otro lado. Una ponía el foco en el lado de la oferta del “mercado” de opiniones; la otra, en el estudio de la demanda. La síntesis no se produjo. Como lo expresó un sociólogo que hacía investigaciones con el método de la encuesta, pero a quien le preocupaba el déficit de teoría, William McPhee: “(la encuesta) se ocupa de muestras de personas disociadas del flujo de los procesos (…) Lo que no podemos captar, ni siquiera en el plano teórico, es la dinámica agregada de la significación social”. McPhee no encontró la respuesta.
Hoy vivimos un nuevo ciclo de superabundancia de datos. Las encuestas pueden producirse en horas, la tecnología ofrece posibilidades increíbles. Y no solamente las encuestas: puede obtenerse información de otras fuentes, abundantísima, acerca de lo que opinan, lo que hacen y cómo lo hacen millones de personas. Es la era de la big data.
Pero el rezago de la capacidad interpretativa es igualmente impresionante. Un día se resolverá, podemos estar seguros, porque así ha sido en todos los campos del conocimiento, y tal vez lo que surja será un campo con un nuevo nombre. Mientras tanto, estamos inundados por la profusión incesante de datos. A la vez, creo que comprendemos poco los procesos sociales y políticos.
*Sociólogo.