La ciudad que salió casi indemne de la Segunda Guerra Mundial se encuentra a partir de ahora en un verdadero estado de parálisis. Por el momento, poco más de medianoche, ha comenzado una retirada progresiva de la gente hacia sus hogares. Lo que pude percibir en la población que tuve la oportunidad de observar, inmediatamente después de las primeras informaciones, acerca de los aproximados siete ataques que ocurrieron, fue una especie de aceptación de hechos que se preveían posibles.
Sin embargo, la magnitud y la sincronización de los ataques, más la cantidad de cadáveres en varios puntos de la ciudad, recién comienza a ser internalizada. La información todavía es heterogénea. A cien metros de donde vivo, en la Bastille, en la frecuentada Rue Charonne, hubo fusilamientos al azar y los distintos medios no pueden precisar el número de víctimas (no menos de 6 y hasta 18) porque la misma información oficial es escasa. Muchas decenas de muertos de los que se ignora el número final.
Me sorprendió ver, en realidad, que salvo entre aquellos que estuvieron directamente expuestos a los ataques, había más que pánico una rápida comprensión del alcance de estos acontecimientos que implican hasta un cierre de fronteras. Las actividades para el día de hoy han sido reducidas a su mínima expresión, mientras las fuerzas militares toman posiciones en el área metropolitana. Al parecer va a ser verdad que definitivamente París ha dejado de ser una fiesta.
Cuando las víctimas son completamente azarosas se tiende a una fuga en pánico. Es lo que ocurrió en un primer momento, mientras se jugaba el partido de Francia con Alemania, en el mayor estadio de la ciudad y donde asistían 80.000 personas. Bastó una rápida contención, pese a las explosiones cercanas, para que los asistentes permanecieran en su sitio y recién evacuaran el lugar cuando se les indicó, con notable control de sí mismos, aun entre aquellos que iban con criaturas. Las imágenes, en estos casos, hablan más que mil palabras, para utilizar ese lugar común al que se acude ante situaciones que desbordan lo esperado. Tal vez los habitantes de esta ciudad tan singular, y excepcional por muchos motivos, se hayan venido preparando lentamente para este severo golpe, ante el cual se puede dudar de la fórmula de Popper respecto a la sociedad abierta y sus enemigos. No me cabe duda que París no podrá ser ya la misma.
*Escritor argentino. Reside en París.