Es un libro breve, de 194 páginas, en las que cada palabra emerge luminosa y precisa, en el que cada concepto tiene raíces profundas y una solidez a toda prueba. Su autor fue uno de los intelectuales contemporáneos que mejor honró esa categoría, con honestidad moral, coraje e independencia. El título del libro es Los enemigos íntimos de la democracia y en él, Tzvetan Todorov (1939-2017) expone con claridad, con compromiso, y sin altisonancia ni efectismos, los riesgos que corre a cada paso lo que Winston Churchill consideró el más imperfecto y a la vez el mejor sistema de vida y de gobierno para una sociedad.
Sería mucho pedir que leyeran ese libro muchos de esos patoteros que, escudados en fueros y cargos logrados a través de transas tan diversas como a menudo oscuras, ocupan bancas en el Congreso, cobran sueldos, viáticos y jubilaciones obscenas y desmienten a cada paso el juramento que emitieron al asumir (en muchos casos el juramento legal fue remplazado por una fantochada sin compromiso verificable alguno). Viéndolos actuar, escuchándolos hablar, ellos mismos autorizan a sospechar que difícilmente aprobarían un examen de lectura y comprensión de textos. De manera que, mejor, no hacerse ilusiones. No están ahí para consolidar la democracia. En primer lugar, porque ni la entienden ni la aceptan. En segundo, porque a lo que aspiran es a beneficiarse de ella a costo del bien común y en beneficio personal y de su pandilla. A su favor se puede decir que si, por equivocación, leyeran las páginas de Todorov, su misma pobreza de recursos de comprensión podría protegerlos de verse a sí mismos reflejados como enemigos íntimos de la democracia.
“La democracia, escribe el lingüista y filósofo búlgaro, genera por sí misma fuerzas que la amenazan, y la novedad de nuestro tiempo es que esas fuerzas son superiores a las que la atacan desde afuera”. Todorov dice que en los países democráticos los ciudadanos a menudo están insatisfechos con las circunstancias, pero viven en un mundo más justo que otros países. Esto ocurre porque aprendieron que la sociedad no es posible sin normas, reglas y leyes (lo cual supone también prohibiciones) y que alguien debe aplicarlas y regularlas. Saben, entonces, que sin ese árbitro (el Estado y sus instituciones) la única que vale es la ley de la selva (de paso, señala que al aplicar este concepto a la conducta humana se ofende a los animales).
Cuando todo lo que se pretende es destruir al “enemigo”, o impedir sus acciones, el fin justifica los medios. La violencia terrorista se basa en esa soberbia moral. Y no solo se hace terrorismo con armas y bombas. También se puede actuar así en el Congreso, con palabras, con actos y hasta con agresiones físicas. Siempre se invocará una razón superior (“pueblo”, “patria”, “trabajadores”, etc.) que autoriza a destruir la convivencia en pluralidad. La demagogia es un enemigo permanente de la democracia, advierte Todorov. Y si algo leyeron en su vida muchos de estos enemigos íntimos es el manual de la demagogia.
Nada de esto oculta la pésima política de comunicación de un gobierno en el que quizás se debate poco (los equipos no debaten, acatan al jefe), se timbrea mucho en timbres que no ofrecen riesgos y, pese a la adicción a redes sociales y focus groups, continúa habiendo poco contacto con la realidad “real”. Son formas de cebar a los enemigos íntimos de la democracia y de exponerla indefensa ante ellos. También para ocasionales lectores oficialistas Todorov tiene algunas ideas. No se puede gestionar el Estado como una empresa, dice. No es una empresa de servicios. Las empresas tienen como objetivo la rentabilidad material y para ellas las personas son números. El Estado tiene un poder simbólico, debe garantizar la legalidad, hacer que funcionen las instituciones y preocuparse por un futuro más lejano (ni 2019, ni 2023 en este caso) y por valores no materiales. Debe aportar un plus de sentido a la vida de todos. Por último, un recordatorio del filósofo que les cabe a todos. No hay democracia sin moral.
*Periodista y escritor.