¿Vieron que Macri, Massa, De Narváez e Insaurralde son muy parecidos? Los cuatro hablan de la “gestión” de manera despolitizada, no son capaces de exponer una idea argumentada, no les ha sido dado enunciar oraciones subordinadas (incluso el imperfecto del subjuntivo les resulta ajeno), hacen de su vacío ideológico su bien más preciado, aspiran a la nada como horizonte político final, comparten una estética de yerno ideal de familia suburbana. Por momentos, parece que todos repitieran el mismo brief desproteinizado elaborado por Duran Barba (a Macri se lo vende a cien, a Massa fotocopiado a ochenta, a De Narváez en hoja de calcar a sesenta. Insaurralde lo consigue gratis, robado). Los programas televisivos que hacen un uso policial de los archivos, muestran cómo repiten una y otra vez, año tras año, campaña electoral tras campaña electoral el mismo recitado: “Esta mañana estuve en un centro de jubilados y una señora, Silvia, me dijo: ‘Mauricio, hay que hacer algo, esto no puede seguir así’”; “Hoy temprano, mientras recorría Morón, un vecino, Alberto, me dijo, ‘Colorado, yo creo que es hora de que las cosas cambien’”, etc., etc., etc. Obviamente, mienten. Nada de eso ocurrió, quizás ni siquiera existió la recorrida. Pero no es grave: un pecadillo electoral no se le reprocha a nadie. Sólo siguen escrupulosamente el brief: hacer como que están cerca de la “gente”, abiertos a la escucha, accesibles, humanos, francos, buenos tipos. Pensaba en todo esto (mientras intentaba recordar dónde había metido el DNI, tener que ir a votar es un embole) y de repente me pareció que se escondían en esa puesta en escena trivial profundas enseñanzas para la literatura. En especial en estos tiempos (décadas ya) en que la literatura argentina parece haberse vuelvo demasiado experimental, vanguardista, irónica, metaliteraria, erudita, excéntrica, sofisticada. He sido testigo de temblores corporales agudos de editores ante la falta de ventas de los libros, de periodistas ante el riesgo de incomprensión de lo que están leyendo, de gerentes de marketing frente a la imposibilidad de no poder resumir en una faja el contenido de la novela, de agentes literarios ante el riesgo de no poder colocar el libro en ninguna parte. ¡La literatura argentina parece haberse alejado de la gente! ¿No va siendo hora de enviar a nuestros autores locales –veleidosos, narcisistas y vanguardistas de salón– a charlar también por los barrios? “Ricardo, esto no puede seguir así, esto no parece un policial, tiene demasiada teoría”. “César, los chistes no funcionan, las novelas terminan de golpe, es cualquier cosa”. “Dani, no se entiende un pomo, el libro cambia de tema cada cien páginas”, “Marcelo, creí que era de ciencia ficción, pero el planeta Marte no aparece nunca, y los nombres de los personaje no me los puedo acordar”. Un buen brief –si es posible de un agente con sede en Barcelona– no les vendría mal a estos falsos profetas literarios: les serviría para mostrarse arrepentidos, dispuestos a poner la otra mejilla, humildes hasta el recogimiento. ¡Basta de verso, cuenten historias simples como hacía Soriano!
Ah, ya encontré el DNI, qué bueno. Salgo a la calle, paro un taxi, y el taxista me dice: “¿Y? ¿Qué onda? ¿Al final Mondadori compra o no Alfaguara?”. El pueblo, al final, sabe.