COLUMNISTAS

Entre dos orillas

Según leemos a diario habría una cierta sincronía entre la “nueva izquierda latinoamericana”, por lo que discusiones que aparecen en Venezuela, Brasil o Bolivia rápidamente replican en Buenos Aires o viceversa. Es curioso entonces que aquí casi no se haya hablado del tema que dominó a la sociedad uruguaya durante el segundo semestre de 2008: la despenalización del aborto.

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Según leemos a diario habría una cierta sincronía entre la “nueva izquierda latinoamericana”, por lo que discusiones que aparecen en Venezuela, Brasil o Bolivia rápidamente replican en Buenos Aires o viceversa. Es curioso entonces que aquí casi no se haya hablado del tema que dominó a la sociedad uruguaya durante el segundo semestre de 2008: la despenalización del aborto. El parlamento oriental votó a favor, pero el presidente Tabaré Vázquez vetó la ley. Eso allí. Pero aquí no deja de ser misterioso el silencio que cubrió el tema. Parece inconcebible que un asunto de esa importancia se instale a 45 minutos de barco del centro de Buenos Aires (menos del tiempo que se tarda en llegar a cualquier country en Pilar, de esos que son asaltados últimamente) y que no haya disparado una discusión que incluya a los medios, los intelectuales, las asociaciones feministas, la Iglesia y, por supuesto, la clase política, en especial el progresismo. Esto remite al estatuto mismo de lo que se supone que es ser progresista. Como es público y notorio, el progresismo no está en condiciones de modificar la estructura económica, pero si tampoco toma posturas transformadoras (vetándolas allá, haciéndose el distraído aquí) en la mayoría de los temas sociales y culturales, entonces ¿qué quiere decir ser progresista? Quizá finalmente lo que diferencie a un político progresista de otro que no lo es, es que a los progresistas les gusta desayunar en bares de Palermo Viejo.

Pero este no era el tema de este artículo. En todo caso, no totalmente. Quiero decir: acabo de leer un muy buen ensayo sobre la problemática urbana en Buenos Aires y Montevideo. Es La pampa como el mar, de Graciela Silvestri, publicado en el reciente número de la revista de la Biblioteca Nacional. La autora comienza señalando los diferentes modos en que se construyó el imaginario sobre la pampa. Si en la Argentina, de Sarmiento a Martínez Estrada, es pensada bajo la invocación a lo sublime, en Uruguay es descripta sobre el modelo de lo amable y lo pintoresco: “Mientras en Argentina la definición del carácter sublime de las pampas y el río remite a la grandeza y el poder –es decir, a cierta idea de destino–, el pequeño Uruguay optó por subrayar la modestia de sus paisajes; por convertirlos en ámbitos verdes y floridos (...) este carácter amable del paisaje uruguayo fue rápidamente asumido por los poderes públicos, desde que se estabilizó a principios del siglo XX un sistema político moderno y democrático”.

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Es en este marco que Silvestri lee los favorables cambios urbanos en Montevideo, producidos por el progresismo en el poder desde hace más de diez años: “Recalificó la ciudad tradicional, haciendo eje en la preservación del patrimonio; amplió el uso intensivo de la costa con inteligente negociaciones de apertura de tramos privatizados”. Pero también señala sus límites: “Por diversos motivos, son escasos los ejemplos arquitectónicos o urbanísticos de calidad”. Entre nosotros la situación ni siquiera es esa. Recordemos que, desde De la Rúa a Telerman, Buenos Aires fue gobernada durante una década por algo así como el progresismo, y lo más parecido a la democratización del río son las inundaciones cada vez que llueve más de 60 milímetros en una hora. Pero ahora pusieron falsas playas con arena gruesa de obra y sombrillas amarillas frente al río y, no se por qué, nada nos hubiera asombrado si esa “iniciativa” en vez de haber sido tomada por Macri lo hubiera sido por Telerman o De la Rúa. Una secreta línea de continuidad recorre esta ciudad.

En fin, esta debió haber sido una columna literaria. Pues, si alguien se arriesga a tomar sombra bajo esas sombrillas, le recomiendo leer una muy buena novela de reciente publicación: ¿Dónde andará Dulce Veiga?, de Caio Abreu, editada por Adriana Hidalgo, que después de publicar tres novelas de Joao Gilberto Noll vuelve a demostrar buen gusto para la literatura brasileña.