Lo que tiene de falso. El deterioro global no alcanza para explicar un 2014 que se convertirá –luego de nueve años– en el primer año con caída de producción y empleo, reducción del salario real y brecha cambiaria. Si bien la recesión anterior (2009) tuvo impactos similares en el PBI –o incluso mayores– y en el empleo, se trató de una contracción corta y con menores tensiones en las variables domésticas. El contexto de aquel año tuvo como telón de fondo el desplome de la demanda internacional y de las exportaciones –tanto en volumen como en precios–, y una mala cosecha por factores climáticos –los cuatro grandes cultivos pampeanos pasaron de 89,3 a 54,9 millones de toneladas–. Ese marco general no incluyó una depreciación acelerada del tipo de cambio o de precios, ni tampoco una caída del salario real. Por el contrario, la inflación se redujo como corolario de la caída de los precios internacionales de materias primas y de la presión de costos producto del menor nivel de actividad: del 26/27% en 2008 cayó al 14/15% un año después.
Volviendo al presente, en materia financiera el contexto internacional continúa siendo favorable con tasas de interés muy bajas, lo cual le permite al mundo emergente tanto refinanciar como contraer nueva deuda. La tasa de interés de los bonos públicos de Estados Unidos a diez años continúa en niveles mínimos. Lo mismo ocurre en Europa y en el resto de las plazas financieras relevantes.
Otro punto que relativiza el contexto internacional desfavorable está relacionado con los números de crecimiento de América Latina para 2014. Si bien difieren de los resultados extraordinarios del período 2010-2011, el promedio de crecimiento rondará el 2,2% de acuerdo con proyecciones de la Cepal. Sin embargo, dos de las economías más grandes de la región se encuentran por debajo de ese registro (Brasil con 1,4% y Argentina 0,2% estimado para Cepal y -1,5% según estimaciones privadas).
La reducción del precio internacional de la mayoría de los minerales y recientemente de los commodities agrícolas provoca un desmejoramiento en los términos de intercambio. En Chile, la caída del precio del cobre, donde se sigue proyectando la baja para los próximos años, implicó una devaluación de 14,7% del peso chileno en los últimos seis meses. El país trasandino todavía transita la trampa del estancamiento por mermar sus fuentes de crecimiento (cobre, industria del salmón, telecomunicaciones) y crecerá este año poco más del 2% (3% según Cepal). Brasil, con una política macro conservadora y problemas internos, lo hará en torno al 1,5%. Pero en ambos países, al igual que los de mayor crecimiento relativo (Bolivia, Ecuador, Perú y Colombia), la norma este año es inflación estable y control de las variables cambiarias.
En síntesis, la foto actual de la Argentina permite inferir una proyección que mixtura recesión con inflación elevada, problemas financieros derivados de la incapacidad para refinanciar deuda y cierto riesgo de ampliación en la brecha cambiaria.
Lo que tiene de verdadero. Si bien los grandes problemas locales no son un reflejo de la situación global, la economía mundial está entrando en una fase de desaceleración de la actividad, producto del arrastre de la crisis internacional de 2008/2009. Con excepción de Gran Bretaña, Europa retorna al estancamiento con datos que decepcionan en Alemania. China continúa creciendo en forma robusta –pero ya no a tasas del 11-12%–, aunque persistirá en un rango elevado del 7-8%, con una inversión cada vez más agresiva a nivel global, planes de expansión del comercio e inversiones a través de empresas públicas que van incrementando su participación en diversos sectores (no sólo en recursos naturales, sino también en electrónicos, automotriz, farmacéutica y maquinaria).
La contracara de la situación europea es la de los Estados Unidos, con una política monetaria más expansiva y flexible que la del Banco Central Europeo, el relanzamiento de su política industrial y una política de compre nacional muy agresiva. Con Inglaterra relanzando su política industrial mediante un plan integral para siete áreas –“Catapults”–, muestra a las claras que la disputa internacional por innovación, agregación de valor, conocimiento y empleos de calidad se tornará más complicada.
Frente a este escenario, nuestra región cuenta con una macro más ordenada y estable que en décadas previas, pero con grandes interrogantes en lo que refiere a la estructura productiva y al crecimiento de largo plazo.
Corto y largo plazo. La Argentina continúa atrapada en su singularidad sin poder aprovechar los aspectos positivos de la coyuntura internacional, como sí lo hacía entre 2003 y 2011. Las variables financieras reflejan la escasez de divisas (brecha cambiaria que volvió a estar en torno al 65-70%) y se está lejos de un piso de crecimiento del 3%, como el promedio regional (sin ponderar Brasil). El año final que transitará la actual gestión girará en torno a evitar una nueva tensión cambiaria como la de enero pasado y amortiguar todo lo que se pueda el deterioro en los aspectos sociales. Cerrado transitoriamente el camino del financiamiento externo, el sostén social recae sobre la política fiscal. La pregunta es cómo y de qué manera se utilizará en un contexto de falta de divisas que dificulta hacer sostenible cualquier política contracíclica.
En este marco, el juego de sube y baja de la tasa de interés por parte del BCRA es el principal riesgo de accidente que puede experimentar la economía en los próximos meses. Con escasez de dólares, una tasa de interés que premie las posiciones en pesos resulta clave para evitar que se ensanche la brecha cambiaria y crezcan las presiones devaluatorias.
Simplificando: generar un horizonte certero de corto plazo para, al menos, estabilizar las variables económicas. Pero, en la medida que los esfuerzos macro estén enfocados en sostener las reservas y la estabilidad cambiaria, deben multiplicarse los incentivos desde la micro para amortiguar los efectos adversos de la macro en el sector productivo. Esto significa: menor demanda interna y mayor costo del capital. Para transitar con mejor paso este desfiladero de la economía argentina resulta necesario multiplicar las políticas financieras, tributarias y de agilización del comercio para no perder mercados externos y garantizar la estabilidad del mercado de trabajo.
Pero si bien las alarmas de la coyuntura limitan pensar más allá del corto plazo, la estrategia hacia 2020 deberá ponerse sobre la mesa a partir de 2015. No se trata de retomar una salida oxidada de deuda, ajuste fiscal y sostén externo sobre la base solamente de los recursos naturales. Más allá de los avatares actuales, Argentina sigue teniendo un conjunto de activos que lo ponen un paso adelante en la región pensando en el mediano plazo. Tecnología de punta en diversas ramas industriales, mano de obra calificada, instituciones públicas capaces de potenciar la actividad y la inversión productiva (YPF, Invap, Arsat, Cnea, PAMI), recursos naturales estratégicos y bajo nivel de endeudamiento en dólares se constituyen en pilares sobre los que situarse para mirar el horizonte de largo plazo.
La pregunta que resta contestar es si como país podremos pensar una estrategia productiva de largo plazo, que sea capaz de articular y desplegar todo este potencial.
* Economista del Centro de Estudios de la Unión Industrial Argentina.