COLUMNISTAS
se imponen cambios como los de menotti en el 74

Es el momento ideal para plantear una revolución

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El excelso 1-0 de España sobre Alemania expuso aun más la derrota argentina del sábado pasado. No porque “Alemania es un desastre y nosotros no le pudimos ganar”, como irresponsablemente insinúan algunos. El equipo de Vicente del Bosque tuvo la pelota, la movió “de acá para allá” y movió a los alemanes, con la pelota. Bastaba con sólo ver el tape del partido de Alemania con Inglaterra y salirse del ombligo en el que solemos meternos los argentinos para analizar las cosas. Cuando los ingleses lograron tapar a Schweinsteiger y poseer la pelota, complicaron a Alemania. Le metieron el gol que no le dieron a Lampard, el mismo Lampard metió un remate en el travesaño y Neuer tuvo que revolcarse para sacar al corner un mano a mano con Gerrard. En cuanto Inglaterra se descuidó, Alemania lo aplastó. Y el partido de Argentina, completo, fue una continuidad de ese final alemán ante Inglaterra. El equipo nacional jamás tapó a Schweinsteiger, nunca manejó la pelota, no arregló el mano a mano Podolski - Otamendi que propusieron los teutones y Maradona tardó una eternidad en corregir el planteo equivocado que nos llevó a la eliminación.

Sostener ahora que con un volante en reemplazo de Tevez la historia hubiese sido distinta, sería osado. Pero en este mismo espacio, la semana anterior, antes del partido, se dijo que Argentina necesitaba un volante más. En fútbol, nada asegura la victoria. Pero uno puede pensar otra cosa. Con Pastore o Verón, la tenencia de la pelota hubiese estado más repartida y, sobre todo, Messi hubiese jugado de delantero. Con Leo más cerca del arco rival, la posibilidades argentinas hubiesen crecido. La posición tan retrasada de Messi –también sostenido desde estas líneas– no sólo perjudicó al equipo: al Pulga lo destruyó; lo dejó una vez más expuesto a la duda masiva sobre su prestación a la Selección nacional, a la duda masiva sobre su carácter. Aquellos que tras los cuatro goles al Valladolid y la actuación estupenda ante el Arsenal por la Champions intentaron poner a Messi a la altura de Maradona, deberán dejar descansar su error hasta la próxima vez. Messi es distinto, no sólo por su carácter. Juega de otra cosa. Alguna vez debemos entenderlo. Y, ante todo, deberá entenderlo Maradona, que en su afán de darle confianza y hacerlo sentir importante quiso convertirlo en Maradona. Y no es Maradona. Messi es Messi. Pareció saberlo el propio Diego cuando le dio el brazalete de capitán a Mascherano y no a él. Dio la impresión de haberse cebado cuando lo nombró capitán contra Grecia ante la ausencia de Mascherano. El líder del grupo –por decisión de Diego– era Verón. El volante de Estudiantes nunca digirió esa decisión de Maradona. Se le notaba en la cara.

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Todos dicen que las derrotas deben dejar enseñanzas. Si pensamos en Suecia ’58 y el tristemente célebre 1-6 ante Checoslovaquia, las “enseñanzas” no fueron recogidas debidamente. Con Boca y River a la cabeza, los clubes salieron a comprar brasileños, que habían ganado el torneo. Algunos fueron buenos, como Delem o Paulo Valentim. Otros, la mayoría, un fiasco. La Selección argentina –salvo la obtención de la Copa de Naciones de 1964– siguió por los mismos tenebrosos caminos de antes. Esos rumbos equivocados lo llevaron a la eliminación para el Mundial ’70.

Tras otro 0-4, el que recibimos en Gelsenkirchen en el Mundial de Alemania (entonces Occidental) de 1974 con Holanda, el fútbol argentino, por fin, hizo una revolución. Llegó César Luis Menotti, trazó un plan, lo llevó adelante de punta a punta y todo terminó en la obtención de la primera Copa del Mundo, en 1978. Es más, ese equipo alcanzó su techo en 1980, en una gira por Europa. Cayó hacia 1982 y el ciclo terminó mal. Pero dejó una semilla. Esa revolución del ’74 sentó las bases para lo que hicieron después Bilardo, Basile, Passarella y Bielsa. Luego de la salida de Bielsa, hubo un retorno a las malas costumbres. La primera, fue la interrupción del ciclo Pekerman - Tocalli en juveniles. La segunda, fue la vuelta de Basile y su mala relación con los jugadores.

Maradona llegó envuelto en un plan que tenía como objetivo soñado a Bilardo manejando como manager a un equipo técnico integrado por Diego, Batista y Brown. Pero todo salió tan mal... Las eliminatorias no tuvieron a Batista ni a Brown acompañando a Diego, sino a Mancuso y a Lemme, y a Bilardo lejos de todo. El equipo entró y Lemme fue despedido porque en la tele se lo vio arengando el ya célebre “que la sigan chupando”. Entonces, apareció otro “’86”, Héctor Enrique.
Ponerse a especular sobre si Diego los escuchaba o no, es absurdo ya. Tan absurdo como pensar que la gente fue a recibir al equipo porque “no es exitista”. El futbolero está devastado con el 0-4 y la nueva frustración. Los que fueron a Ezeiza, lo hicieron porque el técnico era Diego Maradona. El amor por Maradona, su lugar como ícono cultural de la Argentina, sigue intacto.

El resto, sólo son bajezas. Los oficialistas instalan que “todos estamos contentos igual” y la oposición sacó del archivo algunas miserias del pasado de Maradona y salió a hacer encuestas que, irremediablemente, entregan apócrifos números negativos para Diego. Ambos están equivocados.
El fútbol no precisa de estas estupideces. Necesita una revolución, casi una refundación, como aquella de Menotti en 1974.
El que no lo entienda así, que se vaya, llámese como se llame y esté del lado que esté.