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¿Es posible la unión nacional?

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La pregunta es pertinente porque la necesitamos más que nunca. Después de la grieta y del imperio del neoliberalismo, para reordenar el país se hace necesaria una plataforma de despegue desde la cual afirmarse, para que obreros y empresarios, hombres y mujeres, estudiantes y empleados, en una palabra todos, nos vayamos sintiendo parte de un proyecto en marcha.

No lograremos ir saliendo si no tenemos un espíritu común de entusiasmo y disposición al esfuerzo. Y algo más incluso: una disposición a un cierto sacrificio. Porque sin duda que habrá que hacer un sacrificio de urgencias e inmediateces para que el país se ponga en marcha.

Desde el poder, es negativo abrir polémicas que dividen como la del tema del aborto, y es necesario nuclearnos en la solución del problema del hambre.

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Leo a Leopoldo Marechal en Las herramientas de la patria: “Cuando un país vive las horas genéticas de su destino, todas las actividades que contribuyen a esa inmensa ‘promoción de la patria’ tienen un común denominador que signa y une a los hombres lanzados a la empresa; y ese común denominador está en todos los factores de la Patria, desde un martillo a una sinfonía”.

El condicional “cuando” es el que plantea la duda acerca de nuestro presente, porque hoy no estamos en actitud conjunta de promoción de patria.

La denominada “grieta” argentina que divide al neoliberalismo de Macri y el peronismo de Alberto y Cristina Fernández es un hecho real, que se incentivó durante la campaña electoral, y también después. Quedan resabios de un antiperonismo “gorila”, o sea exacerbado e irracional, en que se mezclan prejuicios de clase y hasta racistas (acordémonos de la expresión “cabecitas negras”...).

Por otra parte parece también asomar una cierta tolerancia en algunos, un esperar a ver qué pasa, a ver qué hacen ahora los peronistas. Esta espera es importante porque de allí puede ir naciendo un espíritu de unión nacional.

Unión nacional que tiene que ir naciendo y creciendo como condición necesaria para salir del pozo.

Estamos en una región de grietas y separaciones. Lo vemos en nuestros vecinos: en Chile hay multitudes que no se sienten representadas por las instituciones, y en Bolivia hay una grieta que nos retrotrae al siglo XVI y a la Conquista española: la autoproclamada presidenta Áñez habla, como Pizarro en Perú, de cultos satánicos con el Evangelio en la mano.

Nosotros estamos un poco mejor: la coincidencia de las elecciones en un momento crucial nos ayudó a que el hambre, la desigualdad y la injusticia no se salieran de madre. Recordemos que la dirigencia de la CGT había hablado del temor  a un posible desborde social por la situación de los trabajadores y los marginados.

No se trata de negar la realidad, pero sí de tener un poco de confianza, no tanto en el gobierno como en los otros, los vecinos de uno, los argentinos de otras regiones que están en lo mismo que nosotros, con las mismas angustias y limitaciones.

La unión nacional no nace desde el gobierno, sino de una sensación ciudadana de que estamos en el mismo barco, y de que el barco no está hundido, aunque en peligro. Rescato dos frases de la oración por la patria de la Iglesia Católica: “queremos ser nación” -o sea que aspiramos a algo comunitario y de realización. Sin la idea de compartir la nación, de hacer la nación entre todos, nada podremos, porque pensar tan solo en nuestro grupo o nuestra clase no nos alcanza.

Rescato también el pedido “concédenos Señor la alegría de la esperanza”. Esta es la parte donde entra el corazón, el saber que se nos puede abrir el futuro para que avancemos. La esperanza no es una vana ilusión, sino el convencimiento, que la historia nos confirma, de que si hacemos las cosas todos juntos las podemos solucionar.

Esta alegría de la esperanza es la que nos está faltando, y todos deberíamos entusiasmarnos por tenerla y compartirla. Esta es la única base desde la cual podemos apuntar a la nación fuerte y justa que nos merecemos.

 

*Poeta y crítico literario.