La frase, ya característica, intentaba explicar lo no comprendido de ciertas circunstancias políticas: “Es la economía, estúpido”.
Y se ha utilizado para explicar el resultado de las recientes elecciones PASO, donde el Gobierno resultó fuertemente castigado.
A mi juicio, la explicación es incorrecta. No fue solo el bolsillo, ni la inflación. Fue la cultura nacional, que ante la catastrófica situación del país exigió una decidida demostración de protesta y de cambio. Diversas clases sociales manifestaron su disconformidad, y el núcleo del irreductible voto cautivo peronista decidió la elección. No se pide solamente un cambio en la política económica, sino también un cambio en las valoraciones, en los enfrentamientos, en la visión de la política, en la consideración del pueblo.
No corresponde amenazarnos con Venezuela, ni con “la vuelta del peronismo”, o de Cristina. Venezuela está fracasando en su intento de liberación, no es ningún modelo; el peronismo forma parte positiva de la cultura política del país, y Cristina colocó un candidato presidencial que había manifestado serias discrepancias con su último gobierno. No es solo la economía, es algo mayor, la visión del país, las falsas dicotomías que nos viene planteando el Gobierno.
El peronismo ha unido sus diversas líneas, después de haber perdido una elección presidencial por un margen exiguo. Como dijo Héctor Daer, “no podemos volver a perder una elección por un punto y medio”. Y se produjo la unión de sectores.
Ahora no es que no haya tensiones y conflictos. No es la idealizada perfección. Cristina Kirchner –una dirigente de gran capacidad y eficacia, que armó este planteo ganador– lo dice con todas las palabras en su libro: “Yo no tengo ningún problema con que el otro parezca tener más poder o menos poder que yo, si hace lo que quiero” (pág. 387). Y lo da como una característica general femenina; es la mujer que se sabe subordinar, que no va al choque pero que mantiene sus ideas y su firmeza. Es la mujer que se coloca en la vicepresidencia. Y es también la persona con serias acusaciones judiciales en su contra, pero con fueros que la garantizan y que continuará teniendo.
Ahora viene la hora de la verdad para Alberto Fernández: la hora de las presiones de adentro y de afuera, del famoso “mercado”, del Fondo Monetario, de los capitales interesados en los negocios del país, de la siempre esperanzada militancia, de los técnicos en economía y sociología con sus teorías supuestamente salvadoras.
Alberto Fernández es un buen negociador y articulador. ¿Puede ser otro Menem, entregado al gran capital, y traidor a la ideología peronista? O será un hábil componedor de líneas diversas en defensa de las aspiraciones populares.
Habrá que ver. Lo primero es ganar las elecciones, que están garantizadas por la cultura nacional y popular que se impuso en las PASO. Lo acompañó y volverá a hacerlo el voto peronista de “la conciencia colectiva popular”, esa lúcida conciencia que aglutina al pueblo peronista “que vota el palo” (como se dice en la jerga), que considera imprescindible la unidad para tener la esperanza de que haya una salida de las crisis a las que nos lleva el neoliberalismo. Es una enseñanza que el general Perón le dejó a su pueblo.
Lo positivo es que se abre un nuevo proceso, con una fórmula presidencial nueva (no es Cristina-Boudou, ni Scioli-Zannini): no se podían repetir ni fórmulas ni esquemas anteriores. Es una nueva estrategia y el peronismo no cristinista se ha implantado en el esquema del Partido Justicialista con el lema Frente de Todos. Su presencia y su hegemonía en algunos ámbitos ha sido aceptada y consagrada. Sin duda habrá tironeos dentro del proceso, y habrá que ver cómo se acomodan los tantos.
Frustrada la opción Lavagna, la opción Fernández es la posible para el pensamiento nacional, la que abre la esperanza de iniciar un nuevo proceso.
*Crítico literario. Dirigió las Obras Completas de José Hernández (Editorial Docencia).