En mayo de este año Cristina Kirchner anunció la fórmula de su sector para las elecciones presidenciales. La gran electora de la oposición bajaba un grado su propia persona para lograr la recepción de sectores peronistas alejados de su conducción.
Y lo logró, puesto que al día de hoy Massa, el principal disidente, se ha sumado a su lista. Además revolucionó el panorama político: el Gobierno, ubicado en desventaja según las encuestas, tuvo que poner las barbas en remojo y apuntar a una profunda revisión.
Desde aquella fecha vivimos un revoleo de nombres y lemas alternados y cambiantes. Donde la lealtad a las posiciones anteriores brilla por su ausencia en todos los candidatos. Como si esto no fuera importante, e incluso esencial.
El presidente Macri incorporó a un destacado dirigente del peronismo como es Miguel Pichetto, con lo cual aparentemente cambia el rumbo de su política, pero esto puede ser engañoso, porque reitera que mantendrá el mismo camino, incluso acelerándolo. A su vez cabe preguntarse por qué un peronista pasa a reforzar las chances del presidente Macri, cuando eso significa ayudar a profundizar el programa del Fondo Monetario Internacional, que está destruyendo la economía del país.
Cristina, por su parte, incorporó a un crítico interno a su sector, y no a alguien que viene de afuera. Si bien Alberto Fernández ha sido muy crítico de su gobierno en el tramo final del mismo, no deja de pertenecer a su propio riñón. Jefe de Gabinete de su marido y operador del peronismo en todo momento, se trata de alguien de la casa.
Y hablando de peronismos, se me hace necesario aclarar algo que siempre repito: de cuál peronismo hablamos, porque no todas las conducciones son iguales. Si bien “todos somos peronistas”, como risueñamente dijo el mismo general Perón, entiendo como lo esencial del movimiento al peronismo popular y doctrinario. Popular es el que se mantiene unido, apoya solamente al “palo” peronista y vota siempre peronismo. Doctrinario es el que sigue las directivas ideológicas del General, sintetizadas, para nuestros días, en el gran legado que es el modelo argentino para el proyecto nacional.
El pueblo peronista se ha mantenido unido en sus convicciones y en el voto cautivo, pero ha sido traicionado por dirigencias que, surgidas de su seno, han actuado en contra de los intereses de las grandes mayorías. Menem es el caso ejemplar de esto. Ese pueblo peronista, que no es mayoritario pero sí definitorio, actualmente, bien o mal, apoya la figura de Cristina Kirchner. Este es su gran capital, el único que ella en realidad posee. Y se verá, en caso de triunfar, si cumple el mandato nacional y popular que ya traicionó en anteriores épocas (venta de YPF, desatención de la pobreza del pueblo, negociados con la obra pública en busca de fortuna...).
Es evidente la grieta entre los dos polos, Macri-Cristina. En teoría puede suponerse que hay un tercer sector nacional que no aprueba ninguno de esos polos, y que potencialmente podría constituir una salida virtuosa.
Esa tercera vía la plantearon Duhalde y otros dirigentes, incluido Pichetto, y se personificó en Roberto Lavagna. Su candidatura, al aparecer, mereció amplio apoyo gremial, porque los trabajadores vieron en él alguien capaz de poner en marcha la economía del país, la creación de empleo, el desarrollo de la industria y la mejora de salarios.
Desde esta página apoyé su candidatura y sostuve que tenía que levantar la bandera de la transformación y hacer un llamamiento nacional para crear una fuerza triunfadora, apoyándose en el peronismo del cual provenía. Lavagna no levantó la bandera, se autoclasificó en la ambigua categoría de “protocandidato”, cerró puertas y fue perdiendo los apoyos que había suscitado, si no provocado. ¿Puede haber un resurgimiento espontáneo de esta fórmula? Habrá que ver.
Así estamos hoy, entre la espada y la pared, entre Escila y Caribdis si queremos ponernos cultos, y en Pampa y la vía, dicho en criollo.
*Crítico literario.