Dada la situación del país, es indudable que aspirar a la presidencia del país exige coraje, mucho coraje. Y se ve esto porque hubo desistencias de gente destacada que rehuyó esa posibilidad. Cristina, sin ir más lejos, que declinó el primer lugar. O Lavagna, que cuando tuvo la posibilidad de ser el armador del gran frente opositor al Gobierno, se refugió en la confusa calificación de “protocandidato”, rehuyendo el liderazgo que se le tendía. O María Eugenia Vidal, a quien sus correligionarios propusieron cuando veían que Macri era perdedor, pero ella apeló a un compromiso de lealtad con el Presidente y anuló la posibilidad.
Alberto Fernández, en cambio, salió al frente con todo entusiasmo. ¿Y ahora? La cosa no es fácil ni existen garantías, pero sin duda se abre un nuevo proceso con variantes significativas: la lapicera presidencial estará en manos de Alberto.
Es amplia, hasta universal la postulación de que para sacar al país adelante es necesario un acuerdo social. Coalición de gobierno para lograr gobernabilidad, la denominó el ex presidente Duhalde, y sectores de derecha sostienen la necesidad de un gran acuerdo de precios y salarios, de tarifas y hasta del valor del dólar. La Iglesia Católica postula establecer un amplio pacto social y político que incluya incluso a los movimientos sociales, nuevos sujetos a los que destaca el papa Francisco.
Pero... La grieta, tan cuidadosamente estimulada por el Gobierno, entre Macri y Cristina continuará para todo un sector de la clase media, y esa separación es en sí misma negativa.
Además, la sociedad está desestructurada por la vigencia de la pobreza y del hambre, y eso supone serios obstáculos para integrar esos sectores a un universo armónico, en el que tengan un lugar donde vuelquen sus exigencias o mejor dicho sus derechos, que son urgentes.
La historia del país de las últimas décadas, con la dictadura militar y el terrorismo de Estado de por medio, con la derrota de Malvinas y con los sucesivos fracasos de los gobiernos que siguieron por lo menos dificultan la posibilidad de un acuerdo ampliamente aceptado.
El Gobierno está en contra, y hay sectores radicalizados que no aceptan tal propuesta. Sus protestas están al menos por ahora dentro de la lógica de hacerlas públicas en las calles, sin que asuman el carácter de puebladas de mayor dimensión, como las que están ocurriendo en algunos países árabes. Habrá que mostrar pasos eficaces en la mejora de la situación social para que esos sectores acepten integrar un nuevo acuerdo.
El mismo debería ser propuesto desde la más alta categoría política del país y contando de partida con apoyos ampliamente explícitos de sectores sociales, económicos y hasta religiosos. Los industriales, el campo, los sindicatos podrían integrarse a un Consejo Económico y Social como el que en otros tiempos propuso el peronismo, y debatir y aceptar allí las medidas que se propongan, que van a exigir limitaciones para todos.
Los sectores peronistas más combativos seguramente aceptarán las directivas que Alberto y Cristina indiquen. El modelo de Montoneros, que plantearon una disidencia al comando del general Perón, dejó la enseñanza de que la lucha armada no era el camino correcto y de que partir la conducción solo lleva al fracaso. La necesidad y la eficacia de la unidad del movimiento peronista se confirmó en las elecciones PASO.
Pero para iniciar una nueva etapa histórica hay algo previo a la necesaria institucionalización de lo que llamamos gran acuerdo, posible coalición o pacto, y es la convicción en la sociedad de que tal acuerdo es imprescindible, de que hay un denominador común que nos unifica en la empresa.
Sin esa “promoción de patria” inserta en todos o al menos en la gran mayoría, nada puramente operativo repartido en medidas administrativas va a posibilitar el resurgimiento del país.
El problema y la tarea es crear esa “promoción de patria” que necesitamos compartir.
Tema sobre el que volveré en unos días.
*Crítico literario.