Suele suceder que uno sea adolescente y quiera ser escritor. El problema es cuando uno ya tiene sesenta años y sigue siendo un escritor adolescente.
Hay escritores, como Jack London, que pueden ser leídos por adolescentes pero que no son escritores para adolescentes.
Ernesto Sabato es el ícono de los escritores adolescentes. Un escritor serio, pagado de sí mismo que tuvo la desgracia de que sus lectores no se mantuvieran siempre en los diecisiete años.
Pienso en estas cosas, en el escritor adolescente, porque de golpe acabo de enganchar en un canal de cable a una chica entrevistando a un escritor vestido de existencialista.
Yo nunca lo leí y me da curiosidad. Como me gusta más leer que escribir, me gusta que los escritores me gusten.
A veces una biografía, o una buena entrevista, enciende a Gimonte y uno corre a la librería a buscar a un nuevo escritor para leer.
Pero el escritor adolescente esta tarde me la pone difícil: dice que entre los contemporáneos abunda el esnobismo y la falta de compromiso. Uno siempre que escucha esto ve una sanción secreta contra César Aira, un escritor genial. Y también, dice el escritor adolescente, no hay muchos jóvenes que escriban bien, que pongan el cuerpo. Y a mí me vienen a la cabeza más de una docena de escritores jóvenes que la rompen. Cualquier boludo tiene un blog, dice. Y uno siente que el escritor adolescente le tiene mucho miedo a que cualquier joven con un formato digital a mano pueda escribir cosas notables y volverse un crítico del escritor adolescente.
Para el escritor adolescente la literatura es una fatalidad, un compromiso existencial, algo en lo que se juega la vida. En su pieza tiene el póster de Jean-Paul Sartre y su placard está repleto de poleras negras que combinan con Ray-Ban oscuros para que el sol no pegue de frente en los ojos púberes del escritor adolescente.