Recibo por correo un objeto que tiene todas las apariencias de ser un libro. Pero al principio no estoy seguro de que se trate de un libro propiamente porque parece un folleto de propaganda. La tapa dice en cuerpo grande Jam de escritura 2007/2008. Mondadori. Tras un asterisco, en tamaño más chico se lee Improvisación literaria en vivo. Y más abajo: “Idea y producción: Adrián Haidukowski. Jefe de Producto: Luis Diego Fernández”. Hace veinticinco años trabajé unos meses en Molinos Río de la Plata y fue allí donde escuché por primera vez la expresión “Jefe de producto”. Los productos eran cosas como una harina o una yerba y sus jefes, los señores Blancaflor y Nobleza Gaucha, unos ejecutivos trajeados que se ocupaban del alimento correspondiente. Hasta hoy, no sabía que también había jefes de producto en el mundo literario, pero más me desconcertó una leyenda en la contratapa, “Prohibida su venta”, lo que terminó de confundirme. Luego advertí que era muy probable que el objeto en cuestión fuera una muestra gratis dirigida a la prensa y que la tapa, como ya observé en ocasiones anteriores, fuera distinta de la que llegará a las librerías. (Atención: estos ejemplares pueden llegar a cotizarse mañana como primeras ediciones rarísimas y, tal vez, llegue a constituirse un mercado de ediciones para la prensa. Así que sería prudente guardar el libro en la caja fuerte).
Porque, finalmente, se trata de un libro. Al menos, es la conclusión a la que llegué tras un detenido estudio. El contenido es algo así como las actas del Jam, cuyo funcionamiento trataré de describir a continuación. Mejor copio. “Se me ocurren dos palabras: confianza y seducción. Ese dispositivo que encontramos con el Jam se aplica a esta alquimia: unas doscientas personas que asisten, leen un texto en pantalla y toman un trago mientras escuchan música.” El texto que leen los espectadores es el que los escritores participantes (uno o dos por sesión) improvisan frente a una computadora. Imagino, porque no me quedó totalmente claro, que la computadora está conectada con la pantalla que mira la concurrencia, que puede festejar o abuchear lo que allí aparece.
De eso se trata y esta forma de encuentro se viene practicando desde 2007, pero con más asiduidad en 2008 a partir del apoyo firme de la editorial. Los editores nos aseguran que “por el Jam de escritura pasaron los escritores jóvenes más importantes de la literatura argentina”. Supongo que como siempre ocurre en estos casos la lista con la veintena de nombres elegidos hará rabiar a todos los excluidos de ese Parnaso. De todos modos, lo más promisorio de la iniciativa es que “se instaló con nitidez en la paleta de las movidas literarias porteñas”. En esa paleta figuran otros eventos como la práctica de la confesión que también congrega a un público entusiasta y ansioso por ver en vivo a los autores de moda o a las promesas de nuestra literatura. El Jam, por otra parte, se integra a la larga y diversa lista de las performances literarias, esos actos que marcan el acercamiento del autor al lector y rompen con la tradicional separación entre lectura y escritura. Pero hay algo particular esta vez: el Jam y su compilación son el reverso exacto de la presentación convencional en la que el escritor lee los textos ya publicados. Aquí los escribe en vivo y después se publican: un verdadero giro copernicano.
Nuestro mayor escritor viviente, César Aira, se ufana de no corregir nunca sus textos. Tal vez el Jam sea un homenaje a la técnica de Aira bajo la forma de un desafío. Porque no es para cualquiera la bota de potro y entre los convocados hay quienes adaptan su prosa a la urgencia de las circunstancias o quienes, disconformes con el resultado, terminan borrando el texto. Pero el escritor, como el actor o el futbolista, se deben al respetable público y si mañana hay carrera de embolsados, cuenten también con la participación de nuestros jóvenes valores.