La serie británica Black Mirror muestra la cara más oscura de la vida tecnológica. Personas atrapadas en la realidad virtual, otros que se derrumban por ser mal likeados por sus pares, o quienes son controlados a través de la webcam. Personas comunes y corrientes, que están aquí y ahora, pues no se trata de una ciencia ficción futurista como en Terminator, donde las máquinas le declaran la guerra a la humanidad.
Días atrás quien alguien comentaba que tras la realización de unos análisis clínicos de rutina, la “novedad” es que los resultados serían subidos a la red, ahorrando el esfuerzo de ir a buscarlos. Una idea maravillosa sería procesar millones de análisis de sangre para realizar acciones de salud pública en base a esos patrones, cosa que también podría servir para segregar a poblaciones enteras en función de ciertos parámetros, como hacían los nazis. Dado que la estricta racionalidad esconde la irracionalidad más absoluta, los temores sobre lo ubicuo de estas tecnologías están más que nunca presentes.
Desde la invención de la rueda la tecnología ha ido desplazando el trabajo humano. A fines del siglo XIX Frederick Taylor visitaba las fábricas tomando el tiempo y los movimientos de las tareas de los obreros para construir máquinas que los reemplazaran, cosa que llamó la atención al mismo Lenin. Pero las tecnologías info-comunicacionales (Tics) basadas en internet, han producido un cambio de mayor profundidad, no solo han desplazado profesiones enteras, sino que han transformado la vida misma, la subjetividad, la formas de hacer y conocer el mundo. En el modelo anterior, un avance significaba que una carta tardara en vez de seis meses, sólo unos días, hoy “el avance” es que no se envían más cartas.
La desmaterialización de la vida lleva a que cada día más actividades de hagan en forma on-line. La vida en red, va más allá de la actividad propia de navegar en internet, pues cosas triviales como hablar por teléfono, pagar con tarjeta, revisar el correo, mirar televisión en el sistema digital, cruzar la calle (cuando es registrado por una cámara), van dejando marcas. En efecto, todo lo que se realiza en forma digital deja rastros en los servidores (poéticamente llamados la Nube o Cloud). Es prácticamente un secreto de Estado saber cuántos servidores tiene Google en el mundo, el mayor reservorio de datos de la historia de la humanidad. Por eso no sorprende que la política y las grandes empresas estén desesperados por mirar el Big Data, es decir cómo procesar y analizar los zettabytes que se acumulan en internet, para transformarlo en algo útil o rentable.
Como se ha comprobado en las diversas elecciones de estos días las encuestas fallaron los resultados, sin embargo algunos analistas acertaron los resultados empleando algoritmos observando la información que circula por las redes sociales. Sencillamente los algoritmos son programas que logran clasificar una expresión en unos términos lógicos, transformando un comentario u opinión en positivo, negativo o neutro. No es casual que la técnica que está más arduamente siendo investigada en el mundo sea el “Sentiment Analysis” cuya finalidad es comprender los contenidos emocionales de la información que circula por la red, sea en forma de texto, foto o video. Para esto se están desarrollando los bots, que son programas informáticos que buscan imitar el comportamiento humano, realizando tareas de búsqueda, edición e interpretación de información. Avanzando en capacidades comunicacionales, los bots hoy son ser utilizados para responder preguntas de los usuarios. ¿En cuánto tiempo van a poder realizar diagnósticos médicos y recomendar tratamientos? Una nota de color (negro) es la guerra de bots en Wikipedia, que vuelven a corregir lo que habían corregido otros bots. La pregunta del millón es cuándo los bots tomarán conciencia de sí mismos, y dónde estará la humanidad ese día.
*Sociólogo, analista político (@cfdeangelis).