Gusten o no, sin despertar brío, pasión, ni alterar la resignación ciudadana, la grilla de candidatos presidenciales ya está completa. Y de ella saldrá el nuevo mandatario que en diciembre se hará cargo –es una forma de decir– de la Argentina. Salvo un imponderable, habrá que optar entre Cristina, Duhalde (o alguno del elenco federal), Solanas, uno de los dos radicales (Alfonsín o Sanz, ya que Cobos ni apunta para vice de ellos), Macri, Carrió, eventualmente alguno de los que yacen latentes por conveniencia o debilidad hormonal (Reutemann o Scioli). Nada más, es todo el menú: ningun plato para nominar en la Guía Michelin.
Gusten o no, lo cierto es que los aspirantes de esta cofradía peculiar han impuesto el criterio de que sólo ellos ingresaron en la elite y cuesta creer que haya alguna sorpresa. Además, con las nuevas normas electorales, esa posibilidad ni se contempla. De ahí que los candidatos enlistados ya participan en el capítulo más frívolo de la campaña, casi un lavado de cabeza personal o una posible mutación de personalidad: comienzan a desayunarse con la obligación de saber si son conocidos (Sanz)o si son aceptados (Duhalde), repiten consignas que les sugieren presuntos expertos (Macri, Cristina) y hasta pueden optar por un vestuario diferente al que acostumbran (en ese plano, quizás el luto debería revisarse en la viuda: las anilinas que tiñen al negro no son lo más deseable para la salud). A dejar en esos cambios, en suma, de ser como son. París bien vale una misa.
Si están nítidos los candidatos a la presidencia, poco se habla de quienes habrán de acompañarlos en la fórmula (salvo Carrió, que ya eligió al joven Pérez), a pesar de que esos segundos pueden robustecerlos. El nombre de Cristina parece bastar; no requiere de asistencias (aunque evitará el riesgo de convocar a una figura como Hugo Moyano en el binomio, no vaya a ser que resulte tan negativo como Herminio Iglesias a Italo Luder). Circulan, por lo tanto, postulantes con cierto dominio territorial, de Alperovich a Schiaretti, sin olvidar a Gioja o al favorito Capitanich. Eso sí: revisan nombres e historiales, para no reiterar la experiencia de Julio Cobos, para ellos malhadada. Preferirían, en la corte sureña, un muñeco mecánico semejante al de ciertos funcionarios de nota. Pero esa búsqueda no es relevante ahora: piensan más en el segundo que iría con Scioli en la Provincia, dilema también para el gobernador, ya que un clon de Balestrini no se encuentra así nomás. Y los Pereyra, Pampuro, Navarro, Pérsico, Alvarez no reúnen esas condiciones.
Para su último viaje electoral, Duhalde carece de compañero: anota gente joven, esconde a los viejos que lo rodean, pensó en un Redrado (aunque los últimos episodios románticos del economista podrían descolocarlo en la carrera). También llamó a figuras como el rabino Bergman, pero a éste le sugiere ayudarlo en posibles actuaciones en el ámbito porteño. El número dos –por ahora– sigue vacío, aunque ofrece ministerios si llega a una segunda vuelta (quizás a radicales como Jaunarena o Vanossi), lo desea a Lavagna cerca y por supuesto dispondrá de la Cancillería para entusiastas de su partido, como Romero o Puerta. Si sus internas son una incógnita, más resuelto parece en la UCR el hombre que estará a la vera del triunfador: sea Alfonsín o Sanz, el socialista Hermes Binner parece escriturado en la fórmula. Solanas, quien va en su último tren electoral, como Duhalde, juguetea con monedas progresistas para ampliar el radio de su fuerza.
Otro sin partenaire es Macri, quien hace público su destino presidencial en forma indirecta: le confió a Gabriela Michetti que ella será su sucesora en la Capital –supera holgadamente a Horacio Rodríguez Larreta en los tanteos–, tal vez le sugiera o imponga a Néstor Grindetti como su vice. Hombre de negocios, hay más capital que amor en la decisión; ella, ahora aliviada de los dolores que la torturaban, viaja a España para fotografiarse con Rajoy y Aznar, como si esos besuqueos conquistaran votos en Soldati. Macri piensa en un peronista para su emprendimiento: aprendió de su padre, caracterizado por encabezar proyectos con buena parte del capital de otros.
En ese sentido, trabaja en Santa Fe. Postula al cómico Miguel del Sel con doble propósito: aprovechar su nivel de conocimiento popular y su incidencia en el ejercicio inicial de la boleta única. Para las internas del 22 de mayo en esa provincia, se utilizará ese instrumento por primera vez en el país que, dicen, eliminará las colectoras y el voto en cadena entre otros beneficios a comprobar. Se trata de una boleta única (o varias, según los cargos) con todos los participantes partidarios, que el jefe de mesa entrega al votante para ingresar al cuarto oscuro; allí, quien sufraga marcará con lapicera indeleble –un detalle de modernidad– al candidato que desee, de cualquier partido. Como estas boletas llevarán la fotografía de la primera figura, Macri supone que Del Sel puede capturar más adhesiones que otros más transitados en la política, pero escasamente conocidos en la calle. Este sistema también lo aprobó Córdoba, aunque falta reglamentarlo, y el jefe boquense imagina que puede instalarlo en la Capital.
Se le abra una brecha o no con Del Sel, en verdad Macri aspira a otra jugada: ha conversado con Obeid; se supone que también lo negoció con Reutemann, sobre la conveniencia de formar una alianza luego de las primarias para ganar en la provincia. Esta iniciativa, sin duda, no será aceptada por el peronismo kirchnerista santafesino (léase Agustín Rossi), lo cual supone una escisión en un PJ ya cuasi fracturado. Mala noticia tal vez para Cristina, quien no abriga expectativas de triunfo, en el próximo trimestre, para el debut electoral de Catamarca y Chubut, a pesar de que el combo de encuestas diga hoy que gana en primera vuelta. Porque, como se ve, no sólo se trata de consagrar un candidato y elegir al vice, sino de constituir la logística, alistar fuerzas y desarmar adversarios. Nadie hubiera desembarcado en Normandía exitosamente si no hubiese existido ese trabajo previo.