Transcurridos 45 días desde que se inició su gestión, Macri disfruta por estas horas del sabor del triunfo que le significó Davos, de acuerdo a su protocolo del poder.
Se podrá coincidir o no con esa mirada edulcorada de la intensa exposición presidencial por el Foro Económico Mundial. No se podrá negar que fue el regreso de un mandatario argentino a la escena central del capitalismo (ojo, también Scioli lo hubiera hecho). Habrá que ver si el valor simbólico de encuentros, saludos, fotos y elogios se traducen en hechos concretos.
Podría decirse que en medio de tantas mieles, de esas que pueden marear y confundir al mimado, lo único bueno que recibió en Buenos Aires a Macri fue su pequeña Antonia.
Un cúmulo de problemas estructurales, y de los otros, aguardan al Presidente, que pensaba descansar del trajín suizo (recargado por la fisura costillar y el estrés) y no tuvo otra opción que empezar a recibir la visita o el llamado de funcionarios en su quinta Los Abrojos.
La primera cuestión central que el Gobierno no termina de definir es cómo ajustar la economía sin que se note. Pese a la recomendación del ala dura, Macri ha comprado hasta ahora la idea de Prat-Gay de que se puede reducir gradualmente el déficit fiscal, sin grandes recortes, costos sociales ni retracción económica. “Si sale”, como cancherea el ministro de Hacienda y Finanzas parafraseando al maestro del billar Enrique Navarra. Si sale, no hay techo en el futuro político de Prat-Gay.
Algo está saliendo, como el escaso impacto financiero del fin del cepo cambiario. Pero no mucho más. La inflación se desbocó en diciembre, como lo demuestran los índices de precios de Buenos Aires y San Luis, que el Indec recomienda mientras reconstruye sus estadísticas destruidas por el kirchnerismo. Los aumentos generales de entre el 4 y el 7% respectivamente son mucho mayores en alimentos y bebidas, el rubro base para la canasta familiar.
Es lógico que en enero se desacelere por las vacaciones y la caída del consumo. Pero luego llegará febrero, mes durante el que empezarán a estallar las facturas de servicios públicos de energía, con la supresión de subsidios adelantada por el ministro Aranguren (quien no estuvo muy atinado en culpar a los camalotes de los cortes de luz del fin de semana). Y luego vendrá marzo, que históricamente registra una acelaración de precios por el inicio de las clases, del año laboral postveraniego y de la puesta en marcha de los acuerdos paritarios con los principales gremios, que ya anticiparon que nada negociarán por debajo del 30% de incremento salarial.
Así como el Gobierno ya admitió que no será drástica la reducción del déficit fiscal, no faltará mucho para que siga insistiendo en que la meta inflacionaria del año no estará por encima del 25%. Y no ha hecho comentarios sobre la previsión del ex odiado FMI respecto a que este año caerá un punto el PBI argentino, “pero con perspectivas positivas” según el informe del organismo. Menos mal.
Además de la inflación, el otro efecto central del ajuste económico es el costo social. Sea para “desgrasar” el Estado (dixit Prat-Gay) o por el parate privado (en algunos casos evitado hasta ahora por la intervención estatal), las tasas de desempleo volverán presumiblemente a los dos dígitos. La crisis petrolera y de nuestro principal socio, Brasil, no ayudan.
Ante la magnitud y densidad de estos problemas y desafíos, crecen en el equipo macrista ciertas intrigas y pases de factura. El “vamos viendo” ha empezado a generalizarse de a poco en algunos despachos, en especial los que componen el Gabinete Económico. Todo esto empezó a llegar a los oídos de Macri, pese al encomiable empeño de Marcos Peña, su jefe de ministros, en filtrar para tratar de que el líder se mantenga armonizado para tomar las mejores decisiones.
El peronismo ayuda al Presidente y a la opinión pública a la distracción general. Los que gobiernan provincias y municipios tensan la cuerda para conseguir la ayuda nacional. El ultrakirchnerismo patalea por lo que sea: el despacho de Máximo, 6,7,8, Víctor Hugo, Sabbatella o Milagro Sala, lo mismo da. Y el massismo actúa con histeria en la relación con el oficialismo.
Y eso que van 45 días nada más. Ojalá se pueda.